jueves, 23 de octubre de 2014

Relatos salvajes





“Esto es una bomba de tiempo, nena. Lo mismo que nos une hoy nos desintegra” (G.C.).

Uno de los slogans de la película es: “Ya no más poner la otra mejilla”. Eso me atraía muchísimo, porque nunca me ha gustado eso de poner la otra mejilla, de ser ingenuos o sinvergüenzas, como dice alguien. Otro alguien me decía que había salido con una felicidad irracional después de ver la película de D. Szifrón y pensé que a mí me pasaría lo mismo y que podríamos compartir esa felicidad, pero no.

El argumento se encarga de contar cortas historias unidas por una misma motivación: el descontrol emocional. Desde pequeños nos han enseñado que debemos controlar nuestras emociones, que no debemos darle rienda suelta al llanto, al amor, a la pasión, al dolor, a la risa o a la ira, pero los personajes de todas estas microhistorias echan por la borda esta convención y estallan.

Todos hemos pasado por sus situaciones: todos hemos sido vapuleados, traicionados, criticados, usados, manipulados, humillados, insultados, calumniados, injuriados, en algún momento de nuestras vidas, y el tono de comedia negra viene de allí –y el gran éxito de público que ha tenido la película, tal vez provenga también de allí; y de la buena narración, actuación y producción, claro–, pero mientras la mayor parte del público se reía de las situaciones, de las reacciones y del desencadenamiento de lo inevitable, yo me agarraba a mi asiento, como si estuviera en una película de terror.

Estamos cansados. Cada vez cuesta más sobreponerse a los “afanes” de cada día: a los que vemos por allí y nos persiguen con su ánimo de destruir cualquier atisbo de belleza que vean a su alrededor, a los que se dedican a adueñarse de todo el dinero que pueden, a los que siempre están compitiendo, a los que son tan negligentes y cínicos como se los permiten las instituciones para las que trabajan. La frustración acumulada es una bomba de tiempo… “Una chispa de más y así es como el incendio empieza”… ¿Somos niños que no hemos aprendido el autocontrol?, ¿somos enfermos mentales en potencia?, ¿somos adultos que debemos aprender a no guardar las apariencias, a no “aguantar”?

Ahora entiendo la risa incontrolada de mi amigo, la felicidad inenarrable: hay una liberación, una catarsis, en cada golpe, en cada grito, en cada rastro de sangre, en cada estallido. Pero también hay una risa nerviosa: la racionalidad derrotada, la humanidad “salvaje”... Y yo también me alegré con la sangre corriendo por las largas piernas en minifalda, por la risa del funcionario interrumpida por el estallido… Admiro las acciones milimétricamente calculadas para desatar la ira…
“Estaba en llamas cuando me acosté”…

¿”Sacate el diablo de tu corazón”?...