


Sin saber mucho del tema –casi nada, en realidad–, me aventuro a decir que la experiencia de la monarquía en el Reino Unido es única (por ahora, no recordaré a Irlanda…), que tal vez ninguna otra monarquía ha sabido asimilar y adelantarse adecuadamente a las circunstancias históricas y políticas para hacer sentir al “pueblo” que el rey o la reina está con ellos, que los protegerá. En algún momento de la película, el Rey Jorge VI cuestiona –no muy en serio, en verdad– el hecho de que no pueda sancionar una ley, aprobar un impuesto o declarar la guerra y que, en cambio, sí tenga toda la responsabilidad de mantener al pueblo inglés unido. Para mí fue emocionante ver a las personas agolpadas en la entrada del palacio de Buckingham, esperando por ver a “su” Rey –no sé si aún hoy es así, supongo que ya no tanto, que ya no muchos, que ya…, o no lo sé–, el tiempo detenido alrededor de una radio, por nueve minutos, escuchando las palabras que hablaban de tiempos difíciles, de tener valor, de defender la vida.
La Historia y las historias; la historia de una guerra que parecía inexorable y la historia de una amistad, de dos hombres. La historia de un hombre con miedo de su propia voz, con miedo de decir su palabra, y de otro que sólo quiere que el mundo lo escuche. La dignidad del género humano depende de estos hombres que se hacen dignos de sí mismos, de todos los hombres que se ocupan de hacerse dignos de sí mismos. Cuántos obstáculos debemos superar tantas veces para alcanzar nuestra propia voz, para pronunciar nuestra palabra, cuántas idioteces debemos escuchar o ver o sentir, otras tantas, antes de decidir que no valen la pena y que lo único que cuenta es el esfuerzo por decir nuestra verdad, por darle forma.
Resulta que los tartamudos no nacen, sino que llegar a ser… Cuántas personas se pueden dedicar solamente, como por un absurdo “hobbie”, a convertir en tartamudos a quienes los rodean, cuántos se quedan tartamudos toda la vida, pero también cuántos permiten que los tartamudeos se conviertan en música, en ríos de palabras, en caligramas vitales…
El discurso del rey (The King’s speech) es, de muchas formas, el complemento de aquella otra bella y triste película: Lo que queda del día (The remains of the day); dos rostros para entender esa tragedia histórica que cada vez más se asemeja a una increíble historia de terror, que asusta más cuando se intuye que en cualquier instante puede repetirse… El discurso del rey es también el reverso –el cisne blanco– de Black Swan; dos rostros más para acercarse a las formas que podemos dar los seres humanos a los fantasmas que nos habitan… Me quedo con, me gusta, la forma que le da Bertie a su fantasma y dejo los tartamudeos paranoicos, los fantasmas obsesivos del Cisne Negro, para quienes piensen que la perfección sólo puede existir con aplausos.