


No es extraño que, después de verla, las mujeres quieran salir a encontrar un vestido o un perfume Chanel; la actriz modela toda la película hermosos vestidos que le sientan de maravilla y pasa noches en vela buscando la esencia perfecta: Nº 5. Esta es la Gabrielle exitosa, dueña de una tienda de ropa femenina, la empresaria visionaria, independiente, segura de sí misma, hermosa, quien puede tener al hombre que prefiera… El que quiere se llama Igor, es ruso, está casado y tiene cuatro hijos. La película hace ver como si pareciera inevitable que dos seres tan brillantes se enamoraran, pero aquí el amor se reduce a cuatro escenas de un erotismo bastante sugerente.
Coco no quiere ser una amante e Igor no puede decidirse; Coco admira su música e Igor, en el fondo, piensa que ella es sólo una “vendedora”… Ella crea, ella sigue creando formas que hacen ver diferente a la mujer, el cuerpo (cuando no se tenía criada, ¿cómo ponerse un corsé? Entonces, apareció Coco), que construyen identidad e independencia. Al final sólo quedan objetos que recuerdan caminos no elegidos…
El uso de algunas foto-fija es innecesario o no logra un efecto en el espectador (o al menos en mí); algunas escenas finales parecen más un capricho del director y se nota demasiado impostada la composición. Me quedo con el recuerdo de la interpretación de Coco: la mujer que amó cuando y como quiso, aunque su moral fuera mal vista por algunas “damas”, la mujer que creó una imagen para sí misma; Chanel supo cómo hacer época, cómo imponer un estilo: el suyo.
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