
Estoy en Bogotá y me duele la garganta... Los Soda se han reunido por tres meses para hacer una gira, una odisea por América. No puedo comparar los conciertos del Soda de antes con el sonido que recrearon anoche, pero sí me queda la sensación de que definitivamente esta no es una segunda parte, sino la confirmación de un “Fue”. Charly, Zeta y Gustavo son cada vez más virtuosos con sus instrumentos, su sonido es cada vez más depurado, se siente cada vez más la técnica que han alcanzado, la madurez de diez años de experiencias musicales por separado, de crecer individualmente. Anoche pensaba que hoy el sonido de Soda es muy contemporáneo; su música seguirá siendo un punto de referencia por lo que hicieron en sus momentos, por su sentido visionario del rock, pero hoy –como un eco de nuestras palabras en un bus destartalado y con un chofer medio ebrio– es una banda que suena perfecto en vivo... Esto lo digo yo que esperé este concierto doce años, yo a quien las letras de Soda le dicen cosas nuevas cada vez que las oye –anoche entendí, por fin, el sentido de “Final caja negra”–, yo para quien la música de Soda expresa mejor que ningún otro grupo mis diferentes atmósferas y emociones...
Guardo en mi memoria la alegría de estar allí, la sorpresa por las canciones que siempre quise oír en vivo. Estábamos muy lejos de la tarima, pero estábamos allí, escuchando cómo se producían esos sonidos, con la obnubilación de ver a esas tres pequeñísimas figuras unidas para pasarla bien, las imágenes llenas de luces de colores vivos, vivísimos y, de pronto, lo mejor de la noche: “Déjame vivir este sueño, el mejor que he tenido... energía misteriosa, resplandor... Al soltar mi cuerpo en remolinos, resplandor”... Quiero recordar siempre ese momento, quiero recrear siempre ese momento... Gracias, Soda, una vez más.