Ignoro qué es real y qué hace parte de la ficción, pero la ficción de La otra reina logra unas interpretaciones admirables (Johanson, Portman), logra una historia impecablemente verosímil y absolutamente conmovedora, no en el sentido sentimental, sino en cómo todo en el espectador se conmociona, se perturba, se impresiona... Casi siempre que voy a ver una película “de época”, histórica, temo que la historia permanezca en una meseta por mucho tiempo, pero eso no sucede en La otra reina; al contrario, el espectador –yo– se mantiene todo el tiempo pendiente de la historia: dos hermanas que, sin proponérselo, se ven abocadas a distanciarse por el amor de un hombre (Enrique VIII), un hombre (Enrique VIII) lujurioso y calculador que anhela tener un hijo varón; matrimonios por conveniencia, matrimonios sin amor, hijos “bastardos” nacidos del amor, pero expulsados del sacrosanto poder de la monarquía, una madre que sufre porque sus hijos se pierden a sí mismos poco a poco, porque la mujer, en este capítulo de
La traducción del título no es precisa, La otra reina no es lo mismo que La otra Bolena y es la otra Bolena: María Bolena, la que lleva en sus manos la historia, pero la que también sabe cuando alejarse, cuando decir no, aunque ame, aunque tenga que alejarse del hombre que ama...
Hijos varones anhelados y
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