

Daniel Burman (o el autor cuya novela es la base para el guión de esta película) pudo elegir que él (Marcos) ocupara el papel de Edipo en la obra, pudo elegir que él se encerrara en sí mismo y creyera en el fin de la vida, pudo elegir mostrar las imágenes de un padre demasiado “duro” con su hijo, demasiado “blando” con su hija, demasiado “macho” con su esposa, pudo elegir mostrar más imágenes de la madre-niña, de la madre-víctima que se niega a hacer algo por sí misma, para sí misma. Nada de esto sucede y las imágenes son apenas las necesarias; los recuerdos están allí, pero no paralizan, no se convierten en una deuda. La vida va hacia delante –como me lo dice una amorosa voz que ahora puedo recibir–, los padres no son ya un freno automático ni de mano; los padres sólo son padres, los hermanos comparten una historia y hacen también una propia...
Ella por fin aplaude, se levanta de su silla para ver a su hermano, para reconocerlo, para verlo como un igual… Ya tengo ganas de embarcarme, de cruzar el Río de la Plata y llegar a Montevideo, tomar un taxi y llegar a un pueblo que se parezca a Villa Laura, sólo para ver desde allí un río que parece el mar…
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