Son los noventa y voy en un taxi con mi mamá, mi papá y mi hermano. Es domingo y llueve sobre la ciudad; venimos de estar en piscina, de comer chuleta de cerdo apanada, como en ese entonces eran los domingos familiares en Cali. Pasamos por
Después de casi quince años de esperar este concierto, veo a Calamaro a muchos metros de mí, pero, como siempre, su voz lo abarca todo y el Simón Bolívar se sigue impregnando de sonidos del sur, de buenos aires... “Sin documentos”, “Los aviones” y “La espuma de las orillas” las más esperadas; los tangos lo más sentido, sin que yo me diera cuenta: “Es inmoral sentirse mal por haber querido tanto / debería estar prohibido haber vivido y no haber amado”... “Estadio azteca”. Mujeres que van y vienen en las imágenes del fondo, un corazón que “ya no tiene espinas clavadas” y que con una sola jugada esquiva un chiste flojo...
En alguna ocasión, hace años, en un programa de televisión entrevistaban a un músico peruano de quien no recuerdo el nombre, pero sí las palabras que pronunció: contaba que Calamaro estaba lejos de la ciudad, deliberadamente aislado en una casa perdida entre las montañas, componiendo, pensando... Y algo más que dijo que no he podido olvidar: “No le voy a dar consejos a los que quieren hacer música, porque si en realidad desean hacerlo, lo harán así nadie les dé nunca una palabra de apoyo”...
No hay comentarios:
Publicar un comentario