domingo, 22 de noviembre de 2009

Cartografías literarias: Sonora, México (I)




Yo sólo quiero ver el desierto, su seca vastedad…
Hermosillo es una ciudad lejana, muy lejana del D.F. Alma empieza a hablar, la observamos y sabemos que estamos en otro México. La radio cuenta que en Ciudad de México hay protestas porque el gobierno ha cerrado una empresa de energía; muchas personas han quedado sin trabajo y los estudiantes de la Unam se han sumado a la marcha. El locutor dice que hay rumores entre los estudiantes sobre una decisión estatal de privatizar la Unam y los ánimos están muy exaltados… “Por favor, ¿cómo van a creer eso?”, agrega el locutor. Nos miramos y nos reímos nerviosamente, porque esto cada vez es más creíble para nosotros…

Alma es una profesora de Lingüística de la Universidad de Sonora. Alma nos recoge en el aeropuerto y nos lleva a la casa que nos hospedará por cuatro días; nos espera y nos lleva hasta la universidad donde somos “los colombianos”… Alma nos deja en un restaurante para que almorcemos y al salir subimos a un taxi: la música parece siempre la misma; se llama banda (aquí los muchachos no bailan porque de lo contrario piensan que son gays; aquí las muchachas quieren que los hombres bailen)… El taxista (sombrero, barba, camisa sudada, el hablar más lento de toda Sonora, la taimada sumisión del que quiere parecer una oveja) empieza a “pasearnos” por todo Hermosillo… Hay discusiones, hay ofuscación e indignación; alguien nos ha timado y no conseguimos llegar al lugar deseado. Hace mucho, mucho, mucho sol, mucho, mucho, mucho calor. Es el desierto, pero esta es una ciudad que está más del otro lado que de éste; casi todos sus habitantes tienen carro y es difícil hallar a alguien que camine por sus calles (claro, menos a la hora del almuerzo). “Los colombianos” sólo quieren cambiarse y dormir…

En el D.F. parece que nadie está interesado en ir a Sonora; casi todos los mexicanos asistentes al coloquio de literatura están allí por primera vez. Cuando decimos que vamos a Sonora, el único que hace un buen comentario es Villoro, quien nos habla del desierto, de su aire, del mar donde van a parir las ballenas y de la caza controlada que se practica allí y que tanto le gusta a los gringos… En Sonora la comida pica mucho menos y las tortillas son de harina de trigo traída del otro lado (la ciudad más próxima del lado de allá está a cuatro horas por tierra y la mayoría de la población tiene visa estadounidense; las señoras siguen con diligencia las fechas de oferta de los malls del otro lado y van a toda velocidad para ser las primeras en comprar y regresar con el mejor botín), la carne es la mejor del país (Sonora es la zona ganadera que lo surte), así que tacos y burros (mis favoritos) están rellenos de carne asada o “adobada”.

Compramos más tequila y jugamos con el español al colono y al colonizado (y como buen europeo, no baila), al dominicano le pedimos que baile merengue con nosotras (y, vaya, cómo baila), las de Hermosillo nos piden que bailemos salsa, cumbia y mapalé (y lo hacemos muy bien) y ellas bailan una de Shakira… Nos reímos de este “intercambio cultural”, de esta manera de jugar con los estereotipos, y yo estoy feliz con el tequila y su nobleza, su elegante serenidad. Las de Hermosillo quieren apagar la luz; nosotros queremos ir a dormir y así lo hacemos…
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Fotos por Paula

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