jueves, 22 de octubre de 2015

Monte adentro:




Cuando veía este documental, recordaba y agradecía de dónde vengo (vengo de muchas partes, y esta es una de las más importantes), recordaba a los abuelos, a los bisabuelos, a los tíos y a mi papá en su niñez, a quienes vi –y he visto- (en la realidad y en sus recuerdos contados), gran parte de su vida, metidos entre un cafetal, montados en un Willys, caminando con las botas de caucho, montando a caballo, ordeñando una vaca, consiguiendo un plátano en el “monte” para echarle a la sopa. Recordaba a las abuelas, a las bisabuelas, a las tías y a mi mamá en su niñez, prendiendo el fogón, juntando la leña, moliendo el maíz, armando las arepas, preparando el sancocho o los fríjoles, lavando la ropa manchada de todo contra una piedra, caminando horas para llegar a la escuela. Recordaba las historias de mi mamá y el poco tiempo que duraban en cada finca o en cada casa, porque mi abuelo decidía, por enésima vez, “coger camino”. Me recordaba a mí misma en las vacaciones de mi niñez en varias fincas, montada en las ancas de un caballo, mientras miraba atrás el abismo, tomando leche recién ordeñada, con un frío atroz; me recordaba cruzando un río, huyendo de los gansos o tomando el sol acostada sobre el café seco; me recordaba inventando historias en mi cabeza y, una tarde, llorando a mares por una novela que encontré en la pequeña biblioteca de mis primas.
            Recordaba todo eso y recordaba lo importante que han sido los arrieros para el desarrollo de este país, para la historia de este país. Recordaba cómo ante la falta de buenas vías de comunicación, en medio de nuestra accidentada geografía (y la negligencia e indiferencia de nuestros funcionarios públicos), han sido los arrieros los que han transportado comida, enseres, correo, libros, encomiendas, objetos importados y productos de exportación. Monte adentro es un homenaje a estos hombres que han dedicado su vida a transportar esos objetos encima de mulas, que ellos arrean en medio de todas las condiciones climáticas, de todos los “riesgos profesionales” y de un pago irrisorio para todo lo que arriesgan y todo lo que invierten; un oficio que está llegando a su fin, aunque muchísimos de nuestros caminos sigan igual que en la Colonia, que en la Independencia, que en la República, aunque tan poco se haya hecho por hacerle más fácil y más productiva la vida a los campesinos de este país.
            En medio del monte, está la casa, las mujeres y los niños que ven llegar y partir a los hombres; las mujeres que cuidan la casa, que la barren, que mantienen encendido el fuego, que están tristes cuando no ven las flores, las montañas, las nubes, los animales en el potrero. Está la casa que necesita el trabajo de los hombres para mantenerse en pie. Están los hombres que cuidan las mulas, que les dan de comer y de beber, que les dan descanso, porque son su medio de trabajo; estás estos hombres que llevan la carga y regresan para clavar una puntilla, una tabla que mantenga en pie la casa.

                        

sábado, 17 de octubre de 2015

Güeros:




Bella, bella. Salir de la sala de cine y sentir que has tenido una experiencia estética, que el mundo es más bello y que te sientes mejor con él, porque has visto esta película.

De Veracruz al Distrito Federal, de poniente a oriente, de norte a sur, al centro. Los “citámbulos” deciden salir de su guarida y recorrer la ciudad para encontrar al cantante que habría podido cambiar la historia del rock nacional: Epigmenio Cruz.

Nada más normal que sufrir ataques de pánico porque la U. está cerrada, porque no puedes terminar la tesis, porque la “chava” que te gusta sale con otro; nada más normal que estudiar Letras y ser “güera” y que te traten de “fresa”, creer en la huelga, creer en el derecho a la educación pública, pintarte los labios y los ojos y hablar de cine con los más hipster de la fiesta; nada más normal que hablar con los animales y con las plantas, y estar triste porque no puedes cuidarlas, observarlas, porque las ves morirse detrás de una reja a la que antes llamabas “mi tesis”; nada más normal que arrojar globos llenos de agua a los transeúntes, escuchar todo el día el mismo viejo casete en la misma vieja casetera; nada más normal que extrañar a tu padre y hablar con él a través de la música.


Nada más normal que perderse en el D.F., que caer en las manos de “chavos” que solo quieren una cerveza y un amigo, pero que matarían si no se las das; nada más normal que ver al tigre enjaulado en el zoológico y recordar a Rilke; nada más normal que contarle a la niña el cuento del dinosaurio que nunca se va; nada más normal que seducir a los lobos marinos con tenues movimientos; nada más normal que ir al hospital y ver a la mujer que llora cuando escucha que alguien desconocido va a morirse, al médico que debe salvarle la vida a quien días antes lo amenazó con un arma en la sien; nada más normal que ir a la pulquería y escuchar a Juan Gabriel, mientras caminas para verle la cara al hombre que cambió su fama por una mujer; nada más normal que recorrer la ciudad universitaria que no se acaba; nada más normal que unirse a la marcha, dejar los labios que has besado hace dos minutos, sin mirar atrás; nada más normal que quedarse varado en el centro y escuchar las historias de los sobrevivientes; nada más normal que caiga un ladrillo encima del “coche” y que solo así encuentres lo que no andabas buscando; nada más normal que una fotografía en blanco y negro que quedará en tu cámara para guardar el amor de los hermanos, de los hombres y de las mujeres, y el amor por las enormes ciudades.