jueves, 28 de mayo de 2009

El Eskimal y la Mariposa


Es absurdo pedirle realidad a la literatura. Es absurdo pedir que la violencia aparezca retratada en una instantánea… Nunca he sido buena lectora de novelas policíacas o negras (el único recuerdo es Padura Fuentes); esta vez tampoco fue la excepción…

Había muchas expectativas para la lectura de la novela de Nahum Montt: El Eskimal y la Mariposa (sigue siendo un hermoso título). Había palabras de personas cercanas que la recomendaban, aunque también palabras de otros que simplemente la ubicaban en un “realismo periodístico”. No he leído Lara y creo que no lo haré, pero sí hay algo que hizo que llegar hasta el final de esta novela premiada por el Ministerio de Cultura (2004) y luego publicada por Alfaguara (hace algunos días me enteré de que la versión editada por Alfaguara tiene variaciones respecto a la del Ministerio; yo leí la del Ministerio...), se hiciera necesario: ¿por qué un hombre acepta un trabajo como el de Coyote?

El personaje principal (Coyote) es un escolta cuyo trabajo es asesinar a los sicarios que perpetraron las muertes que “conmovieron” al país en la década de los ochenta: Rodrigo Lara Bonilla, Bernardo Jaramillo Ossa, Luis Carlos Galán y Carlos Pizarro; Coyote debe esperar hasta que el sicario cumpla su “misión” e inmediatamente arremeter contra el “jovencito” para no dejar pruebas. No me queda claro si Coyote trabaja bajo órdenes del DAS o bajo órdenes de una entidad ajena al DAS que se llama La Federación, o algo así. De cualquier modo, la existencia de un ente tan abstracto como “La Federación”, hace que la novela cumpla con su epígrafe sobre la imposibilidad de encontrar la verdad, pero también me deja con la misma sensación de impotencia de siempre… Hay una idea que es muy clara en la obra y es el hecho de restar responsabilidad a Pablo Escobar sobre estas muertes; la idea explícita acerca de que él solamente fue “el sospechoso de siempre”. Es, para mí, inusual que una obra de éstas se cuente desde la perspectiva de un hombre que está dentro del sistema y, al mismo tiempo, atente contra él (es decir, la idea del sistema atentando contra sí mismo, aunque también puede ser que el sistema siempre atente contra sí mismo), pero es demasiado usual la manera como se narra esto: por momentos, el amarillismo, por momentos, los lugares comunes, por momentos, el escepticismo y el desencanto tan obvio, por momentos el Mendoza de Scorpio City (¿?). La descripción de la muerte de Pizarro fue lo que más me impactó, pero me molestó un poco que la narración afirmara la idea de este personaje como simplemente alguien simpático, cordial, que hacía suspirar a las mujeres…

El gran logro de Montt es mostrar a estos personajes desde una perspectiva muy humana, y rescatar el ejercicio de la escritura como una forma de construir versiones que alejen el olvido…

Por un momento, aparece la reescritura de una leyenda nórdica: la de la mujer esqueleto. Un ser comprensivo y amoroso me dio a conocer esta leyenda para enseñarme el valor de saber darle muerte a algunas cosas en el momento preciso... La mujer esqueleto nos reta a permanecer con ella, a aprender de ella; dar muerte es necesario en cualquier vida, en cualquier relación, para luego seguir, para amar a la mujer esqueleto y sus exigentes enseñanzas. En la novela, el Eskimal le cuenta esta leyenda a Mandrake, el médico que salva dos veces la vida de Coyote; al final, desaparece el tiempo mítico, desaparece el círculo: el Eskimal le dice a Mandrake que la mujer esqueleto sólo hechizaba a los hombres para luego comerse su carne y dejarlos como ella, convertidos en un costal de huesos... Al final, nada queda, nada se salva, de nada sirven las palabras...

Cuando esas muertes sucedieron, yo vivía entre Fusagasugá y Bogotá, experimentando con la Ouija y viendo cómo Freddy Krueguer (¿?) hacía trizas mis mejores sueños, pidiéndole un beso a un niño que creía a su corta edad que podía tener tras él a cualquier niña-mujer… Montaba en bicicleta y me caía por las empinadas calles del barrio donde vivíamos, hacía “pegas” por teléfono de disco y luego de teclado, veía a un niño ponerse una capa negra y acercarse a mí, mostrándome sus colmillos de niño... Veía las imágenes por televisión, aún las sigo viendo…

Queda una sensación de cinismo, de descaro en todo esto…

3 comentarios:

Gabriel Umaña dijo...

Nada. Dejé un mensaje en el correo. Espero no haber molestado. Saludos.

Ángela Pérez L. dijo...

Realmente no me gustó este libro....me aburrí muchisimo, incluso ni siquiera lo terminé de leer!

En Alternancia dijo...

Estoy de acuerdo en muchas de tus apreciaciones, ya que no me gusto el libro y en particular el final tan rebuscado para darle "el nombre bonito" a la obra,aunque es entretenido solamente en su primera parte y describe magnificamente los lugares y las situaciones. Tambien, hay una clave en cuanto a porque no se enaltece mejor a Pizarro y a otros personajes.

El tipo de narrador es en tercera persona,e intenta no juzgar y actuar en los hechos presentados, tan sólo los narra desde un punto de vista (algo parecido a lo que dice Mandrake al final).