sábado, 19 de marzo de 2011

El discurso del Rey:



La monarquía parecería un anacronismo en esta época (sobre todo para quienes nunca hemos sabido lo que es ser “súbditos” –explícitos– de unos reyes), pero para los ingleses sigue siendo un símbolo, un emblema de la unión nacional. Sólo en este contexto es posible entender la importancia de la figura del rey para el pueblo inglés durante la Segunda Guerra Mundial.

Sin saber mucho del tema –casi nada, en realidad–, me aventuro a decir que la experiencia de la monarquía en el Reino Unido es única (por ahora, no recordaré a Irlanda…), que tal vez ninguna otra monarquía ha sabido asimilar y adelantarse adecuadamente a las circunstancias históricas y políticas para hacer sentir al “pueblo” que el rey o la reina está con ellos, que los protegerá. En algún momento de la película, el Rey Jorge VI cuestiona –no muy en serio, en verdad– el hecho de que no pueda sancionar una ley, aprobar un impuesto o declarar la guerra y que, en cambio, sí tenga toda la responsabilidad de mantener al pueblo inglés unido. Para mí fue emocionante ver a las personas agolpadas en la entrada del palacio de Buckingham, esperando por ver a “su” Rey –no sé si aún hoy es así, supongo que ya no tanto, que ya no muchos, que ya…, o no lo sé–, el tiempo detenido alrededor de una radio, por nueve minutos, escuchando las palabras que hablaban de tiempos difíciles, de tener valor, de defender la vida.

La Historia y las historias; la historia de una guerra que parecía inexorable y la historia de una amistad, de dos hombres. La historia de un hombre con miedo de su propia voz, con miedo de decir su palabra, y de otro que sólo quiere que el mundo lo escuche. La dignidad del género humano depende de estos hombres que se hacen dignos de sí mismos, de todos los hombres que se ocupan de hacerse dignos de sí mismos. Cuántos obstáculos debemos superar tantas veces para alcanzar nuestra propia voz, para pronunciar nuestra palabra, cuántas idioteces debemos escuchar o ver o sentir, otras tantas, antes de decidir que no valen la pena y que lo único que cuenta es el esfuerzo por decir nuestra verdad, por darle forma.

Resulta que los tartamudos no nacen, sino que llegar a ser… Cuántas personas se pueden dedicar solamente, como por un absurdo “hobbie”, a convertir en tartamudos a quienes los rodean, cuántos se quedan tartamudos toda la vida, pero también cuántos permiten que los tartamudeos se conviertan en música, en ríos de palabras, en caligramas vitales…

El discurso del rey (The King’s speech) es, de muchas formas, el complemento de aquella otra bella y triste película: Lo que queda del día (The remains of the day); dos rostros para entender esa tragedia histórica que cada vez más se asemeja a una increíble historia de terror, que asusta más cuando se intuye que en cualquier instante puede repetirse… El discurso del rey es también el reverso –el cisne blanco– de Black Swan; dos rostros más para acercarse a las formas que podemos dar los seres humanos a los fantasmas que nos habitan… Me quedo con, me gusta, la forma que le da Bertie a su fantasma y dejo los tartamudeos paranoicos, los fantasmas obsesivos del Cisne Negro, para quienes piensen que la perfección sólo puede existir con aplausos.

domingo, 13 de marzo de 2011

Biutiful:



Barcelona de inmigrantes, de prostitutas, de piratería, de contrabando; Barcelona de chinos, de senegaleses, de mujeres bipolares, de policías que le guiñan el ojo a los problemas, de hermanos que desean y son deseados por la mujer del prójimo, de niños que mojan la cama, de hombres que ayudan a los muertos a irse de aquí…

Barcelona y el cielo lleno de nieve, mariposas negras encima de la cama y espejos que reflejan lo que ya se ha ido. Decenas de máquinas de coser funcionando al mismo tiempo y una bodega que alberga los sueños de los que se van…

Él se levanta, prepara el desayuno para sus hijos, los lleva al colegio y sale a hacer lo que se puede, lo que puede, lo que ha elegido: recoge el paquete y lo entrega al policía, deja algo para él y lo guarda junto con todo aquello que no le confía al banco; allí está el futuro, allí está lo que va dejando… Luego correr, los golpes, la cárcel, la deportación, la madre y el niño solos, los chinos también tan solos… Ella lleva a su bebé en la espalda y no necesita cargadores ni correas especiales, ella sonríe y cuida la vida, porque es lo correcto, porque es lo que siempre hay que hacer.

Él y el dolor, él, que ayuda a irse a los que no pueden irse y no sabe cómo ayudarse a sí mismo; él, que ayuda a los demás, pero no sabe cómo ayudar más a sus hijos; él, que ama a una mujer, pero no puede vivir con ella, pero no debe vivir con ella; él, que no conoció a su padre, acaricia su cuerpo, después de tantos años, mira sus ojos, espera encontrarlo, como a él mismo, para compartir un cigarrillo en la tierra blanca…

Hay mañanas así, días en los que parece posible olvidar todo y seguir con las mismas esperanzas y los mismos sueños de días pasados, días en que se puede desayunar con helado derretido y comerlo con los dedos, días en que se pueden contar historias para saber dónde hemos estado, pero días también en los que es imposible no ver el colchón roto, quemado, el golpe en la cara, las ropas que sólo huelen a noche…

El tren ya no va a los Pirineos, el tren ya no va más a la nieve… Él llora por los cuerpos que el mar no ha querido llevarse, llora porque a veces las buenas intenciones no significan más que la intención contraria, porque a veces querer hacer lo mejor no resulta lo mejor, llora porque perdonarse es más difícil que perdonar…

Él regresa, prepara la cena, lo mismo de todas las noches, y ayuda a sus hijos a hacer las tareas, aunque no esté seguro de las respuestas… Se acuesta mirando las mariposas negras, con temor de que al ir al baño su hija lo siga y le pregunte “¿Estás bien, papá?”.