Si
hubiera sido directora de cine, habría hecho películas demasiado serias, casi
aburridas. Mi reto hubiera sido hacer comedias a lo Allen, a lo Almodóvar o una
mezcla “explosiva” de esos dos directores a los que tanto aprecio y admiro… Por
eso, porque la mayoría de las veces no entiendo los chistes que cuentan las
personas cercanas, porque soy incapaz de recordar un chiste completo o porque
difícilmente aventuro algún comentario irónico o, también, porque cada vez soporto
menos el patetismo y la histeria, me gustan las comedias ahora más que antes.
Quartet,
dirigida por Dustin Hoffman y basada en una obra de teatro de Ronald Harwood,
es eso, pero también una mirada singular sobre la vejez y esa cosa extraña que
se da a veces entre los seres humanos llamada amistad. En una casa de “retiro”
para músicos, coinciden cuatro de ellos que se hicieron famosos por su
interpretación de una ópera famosa –y no diré el nombre para que el ego de
quienes la conocen no se infle–. Uno de ellos ha llegado por una enfermedad a
la que esquiva con ayuda de su ingenio y de su aún despierta testosterona; otro
llega para acompañarlo (y para ahuyentar el recuerdo de la mujer que siempre ha
amado); una llega porque no hay hijos ni esposo y su memoria la empuja a
detenerse por largos momentos en la niñez; la última, llega porque después de
muchos esposos y ningún hijo, su carrera sólo le ha dejado algunas joyas y
algunos recuerdos.
Supongo
que, como todos, pienso en la vejez como en un lugar de llegada en el que, en
el fondo, no se cree mucho. ¿Quiénes somos cuando nuestra confianza en nosotros
mismos ya no se puede basar en el cuerpo “joven”, “atractivo”, en la
efectividad de lo que hacemos con nuestra mente, nuestra voz o nuestras manos,
en las personas que nos acompañan? En la casa de “retiro”, la música se escucha
siempre. Ninguno de quienes vive allí ha renunciado a interpretar su
instrumento; lo que me importa señalar es que saben que ya no lo hacen por
lograr reconocimiento, sino porque es eso lo que le ha dado y le da sentido a
sus vidas. “Hay un tiempo para todo”, repiten los abuelos y los padres. Tal vez
lo más difícil de la vejez y de cada etapa de la vida es distinguir para qué
tenemos tiempo. He visto ancianos y ancianas que no lo saben y se empeñan en
ocupar un lugar que ha cambiado sin remedio; quisiera tener siempre su imagen
en la cabeza para distinguir el momento de retirarme hacia mí misma, hacia la “refundición
de todo lo aprendido”, como dice Pinkola en uno de sus libros.
La
vejez de las cuatro voces que coinciden en la casa es para algunos de ellos la
reafirmación de lo que han sido, para otros la huida hacia lo que alguna vez
fueron, o lo que alguna vez tuvieron. Esta es una comedia y todos ganarán algo,
tendrán algo que no tenían y anhelaban: la amistad que no conoce la competencia
ni la mezquindad, una explicación que permite leer la vida y dar una segunda
oportunidad, el descubrimiento de que la crítica importa poco cuando se quiere
hacer algo verdadero y de que nadie está solo si está dispuesto, de veras, a
ver a quienes lo rodean.
Para
terminar con el tono de sermón –que no le hace justicia a la película–, diré
dos cosas finales: la primera es que esta película es un homenaje a todos los
artistas y, sobre todo, a quienes entienden (ojalá yo también, siempre) que “la
creatividad [y la vida] es realmente una carrera de relevos”, como me recuerda
alguien que dijo Hayao Miyazaqui; la segunda es que me encantó la historia que
cuenta uno de los personajes sobre la ópera: en sus inicios era un espectáculo
para el pueblo, no para la aristocracia, un evento al que se iba con la canasta
de comida a disfrutar de lo que allí se presentaba. Me da risa que ahora,
cuando vamos a un espectáculo de música clásica la gente que cree tener más “cultura”
que otros, ponga el grito en el cielo (chistee –¿se dice así?– y amoneste con
desdén al “incauto”) porque alguien aplaude antes de finalizar el último
movimiento; me da risa que no recuerden que ellos –yo incluida– tampoco lo
supieron de manera innata, que también tuvieron que aprenderlo…
Coda: Para mi vejez, quiero una casa así y unos amigos así. Tomo nota.