martes, 14 de mayo de 2013

Quartet





Si hubiera sido directora de cine, habría hecho películas demasiado serias, casi aburridas. Mi reto hubiera sido hacer comedias a lo Allen, a lo Almodóvar o una mezcla “explosiva” de esos dos directores a los que tanto aprecio y admiro… Por eso, porque la mayoría de las veces no entiendo los chistes que cuentan las personas cercanas, porque soy incapaz de recordar un chiste completo o porque difícilmente aventuro algún comentario irónico o, también, porque cada vez soporto menos el patetismo y la histeria, me gustan las comedias ahora más que antes.

Quartet, dirigida por Dustin Hoffman y basada en una obra de teatro de Ronald Harwood, es eso, pero también una mirada singular sobre la vejez y esa cosa extraña que se da a veces entre los seres humanos llamada amistad. En una casa de “retiro” para músicos, coinciden cuatro de ellos que se hicieron famosos por su interpretación de una ópera famosa –y no diré el nombre para que el ego de quienes la conocen no se infle–. Uno de ellos ha llegado por una enfermedad a la que esquiva con ayuda de su ingenio y de su aún despierta testosterona; otro llega para acompañarlo (y para ahuyentar el recuerdo de la mujer que siempre ha amado); una llega porque no hay hijos ni esposo y su memoria la empuja a detenerse por largos momentos en la niñez; la última, llega porque después de muchos esposos y ningún hijo, su carrera sólo le ha dejado algunas joyas y algunos recuerdos.

Supongo que, como todos, pienso en la vejez como en un lugar de llegada en el que, en el fondo, no se cree mucho. ¿Quiénes somos cuando nuestra confianza en nosotros mismos ya no se puede basar en el cuerpo “joven”, “atractivo”, en la efectividad de lo que hacemos con nuestra mente, nuestra voz o nuestras manos, en las personas que nos acompañan? En la casa de “retiro”, la música se escucha siempre. Ninguno de quienes vive allí ha renunciado a interpretar su instrumento; lo que me importa señalar es que saben que ya no lo hacen por lograr reconocimiento, sino porque es eso lo que le ha dado y le da sentido a sus vidas. “Hay un tiempo para todo”, repiten los abuelos y los padres. Tal vez lo más difícil de la vejez y de cada etapa de la vida es distinguir para qué tenemos tiempo. He visto ancianos y ancianas que no lo saben y se empeñan en ocupar un lugar que ha cambiado sin remedio; quisiera tener siempre su imagen en la cabeza para distinguir el momento de retirarme hacia mí misma, hacia la “refundición de todo lo aprendido”, como dice Pinkola en uno de sus libros.

La vejez de las cuatro voces que coinciden en la casa es para algunos de ellos la reafirmación de lo que han sido, para otros la huida hacia lo que alguna vez fueron, o lo que alguna vez tuvieron. Esta es una comedia y todos ganarán algo, tendrán algo que no tenían y anhelaban: la amistad que no conoce la competencia ni la mezquindad, una explicación que permite leer la vida y dar una segunda oportunidad, el descubrimiento de que la crítica importa poco cuando se quiere hacer algo verdadero y de que nadie está solo si está dispuesto, de veras, a ver a quienes lo rodean.

Para terminar con el tono de sermón –que no le hace justicia a la película–, diré dos cosas finales: la primera es que esta película es un homenaje a todos los artistas y, sobre todo, a quienes entienden (ojalá yo también, siempre) que “la creatividad [y la vida] es realmente una carrera de relevos”, como me recuerda alguien que dijo Hayao Miyazaqui; la segunda es que me encantó la historia que cuenta uno de los personajes sobre la ópera: en sus inicios era un espectáculo para el pueblo, no para la aristocracia, un evento al que se iba con la canasta de comida a disfrutar de lo que allí se presentaba. Me da risa que ahora, cuando vamos a un espectáculo de música clásica la gente que cree tener más “cultura” que otros, ponga el grito en el cielo (chistee –¿se dice así?– y amoneste con desdén al “incauto”) porque alguien aplaude antes de finalizar el último movimiento; me da risa que no recuerden que ellos –yo incluida– tampoco lo supieron de manera innata, que también tuvieron que aprenderlo…

Coda: Para mi vejez, quiero una casa así y unos amigos así. Tomo nota.