Traducida aquí como Las mujeres al poder, esta comedia
francesa, ambientada entre 1977 y 1978, muestra la transformación de una mujer de
“jarrón” de su casa a dueña de la misma, de su vida. Son los setentas y todo parece un cliché: ser
de izquierda o de derecha, ser comunista o burgués, ser feminista o machista. La música es la que escuchaban mis papás
cuando estaba muy pequeña y la que escucharon hasta que me hice adulta (claro,
las letras que escuchaban ellos eran en español, aunque en la película aparece
el infaltable baladista de la década –amado
por mi mamá, insoportable para mí–: Julio Iglesias), la ropa es la que usaban
mis papás cuando se conocieron (claro, made
in Quindío) y que hoy sólo veo en las pocas fotos que quedan de esa época,
cuando yo no existía, cuando yo sólo era un deseo de ambos (eso me dicen).
Cliché también del obrero que se enamora de la esposa del
dueño de la fábrica, cliché de la esposa del dueño de la fábrica que vive un affaire
con uno de sus obreros, cliché de la burguesa que, “descuidada” por su marido,
busca satisfacción en profesores de tenis y en abogados; cliché del comunista
que odia-ama a una burguesa, cliché del marido que intenta recuperar el “terreno”
cuando su mujer le demuestra que puede vivir sin él.
Suzzane escribe poemas con rimas infantiles, cuida su
jardín, trota todas las mañanas por el bosque que rodea su casa; cree que es
feliz hasta que su hija (el cliché de todas las hijas: “No voy a ser como tú,
mamá”) le hace ver el “jarrón” que es, entonces, Suzzane recuerda y convierte
sus clichés burgueses en puntos a favor de sí misma: se pone al frente de la
huelga de una fábrica y lleva a cabo una campaña política en donde empiezan a
sonar ya “mamertos” (con el perdón de quienes se sientan aludidos) los
discursos de la izquierda y se empiezan a escuchar más fuerte las voces de las
mujeres y de los homosexuales, del pensamiento “débil”, como diría un famoso
filósofo posmoderno.
Clichés, en fin, que François Ozon no oculta, sino que
evidencia a través de los colores, los encuadres, la música, los diálogos, el
final cursi (para quienes ya no dejamos de ver los clichés), el camionero con
los brazos tatuados; clichés no tan clichés en los ojos de Catherine Deneuve, en
la siempre bella sonrisa de Gerard Depardieu...