viernes, 18 de mayo de 2012

Potiche




Traducida aquí como Las mujeres al poder, esta comedia francesa, ambientada entre 1977 y 1978, muestra la transformación de una mujer de “jarrón” de su casa a dueña de la misma, de su vida.  Son los setentas y todo parece un cliché: ser de izquierda o de derecha, ser comunista o burgués, ser feminista o machista.  La música es la que escuchaban mis papás cuando estaba muy pequeña y la que escucharon hasta que me hice adulta (claro, las letras que escuchaban ellos eran en español, aunque en la película aparece el infaltable  baladista de la década –amado por mi mamá, insoportable para mí–: Julio Iglesias), la ropa es la que usaban mis papás cuando se conocieron (claro, made in Quindío) y que hoy sólo veo en las pocas fotos que quedan de esa época, cuando yo no existía, cuando yo sólo era un deseo de ambos (eso me dicen).

Cliché también del obrero que se enamora de la esposa del dueño de la fábrica, cliché de la esposa del dueño de la fábrica que vive un affaire con uno de sus obreros, cliché de la burguesa que, “descuidada” por su marido, busca satisfacción en profesores de tenis y en abogados; cliché del comunista que odia-ama a una burguesa, cliché del marido que intenta recuperar el “terreno” cuando su mujer le demuestra que puede vivir sin él.

Suzzane escribe poemas con rimas infantiles, cuida su jardín, trota todas las mañanas por el bosque que rodea su casa; cree que es feliz hasta que su hija (el cliché de todas las hijas: “No voy a ser como tú, mamá”) le hace ver el “jarrón” que es, entonces, Suzzane recuerda y convierte sus clichés burgueses en puntos a favor de sí misma: se pone al frente de la huelga de una fábrica y lleva a cabo una campaña política en donde empiezan a sonar ya “mamertos” (con el perdón de quienes se sientan aludidos) los discursos de la izquierda y se empiezan a escuchar más fuerte las voces de las mujeres y de los homosexuales, del pensamiento “débil”, como diría un famoso filósofo posmoderno.

Clichés, en fin, que François Ozon no oculta, sino que evidencia a través de los colores, los encuadres, la música, los diálogos, el final cursi (para quienes ya no dejamos de ver los clichés), el camionero con los brazos tatuados; clichés no tan clichés en los ojos de Catherine Deneuve, en la siempre bella sonrisa de Gerard Depardieu...