lunes, 6 de octubre de 2008

Un cover de Soda...


La entrañable intimidad de lo conocido, de lo reconocido
las fotos escondidas para que los niños no las vean
una piedra
una gorra
un corazón
un cuerpo, diferentes reacciones ante otra desnudez
pasos torpes envueltos en la misma camisa de cuadros
la pintura de Renoir
la pintura de Renoir
“cuando miro a través del vaso”
la invisibilidad de un grito
bailar en la punta de los pies
sin ruido
triste y largamente
“hasta desvariar”
las mismas imágenes en sueños
tratando de alcanzar la punta de una nube
pocos gestos
pocas letras
“toda esa gente dice que te ama
toda esa gente dice que te odia
y te vas dividiendo”
¿hacia dónde correr?
“es como ser ameba”
es como ser la oreja invisible de un planeta
“y te vas repitiendo”
“y te vas repitiendo”.

Otra mujer:




Creo que tengo catorce años y voy a un salón de belleza; él-ella se llama F. y me encanta, me siento como Lol V. la noche del baile, en El arrebato de Lol V. Stein, de Duras. Miro las fotografías colgadas en las paredes: Madonna se repite en todas sus formas, en todas sus metamorfosis, en todos sus renacimientos. F. me habla de ella, pero yo sólo veo a F. A F. se le ve un buen bulto entre las piernas, ajustado por los jeanes, y dos medianas protuberancias en el pecho, resaltadas por un discreto, pero sensual escote. F. tiene ojos claros, gracias a sus lentes de contacto, y también hay fotografías suyas junto a las de Madonna; todo el tiempo hay videos de ella en los televisores altos, y su música, a un volumen discreto, se oye mientras cierro los ojos y F. masajea mi cabeza y pasa las tijeras y el cepillo por mi pelo...


Cada vez que entro en un salón de belleza recuerdo a F. y el nombre del lugar en el que podía verlo (Madonna). Por mucho tiempo Madonna siempre fue F., como antes había sido un video con un negro hermoso incluido que parecía no gustarle a nadie, después fue un libro que nunca vi, luego un video que escandalizó a mi familia y que a mí me parecía muy, muy, muy sensual, después el baile, el movimiento de sus manos, siempre el baile, desde entonces el baile... Sin sus tacones...


Después de tanto tiempo, Madonna hace una nueva aparición en el espacio que habito gracias a una gira: The Confessions Tour, y a alguien con el oído en el corazón, en los ojos y en las manos... De nuevo voy detrás de los acontecimientos, porque ahora esta mujer anda promocionando su actual reinvención: Nueva York y su música de suburbios, Madonna y su interpretación de la música “urbana” (Hard Candy). Madonna y su propósito de no repetirse, no porque el mercado lo imponga (aunque también), sino porque la creatividad es su forma de no dormirse sobre los días... The Confessions Tour es música, es una voz, es baile, es moda, es sensualidad, es un espectáculo perfecto, es sensaciones, es un sentimiento honesto, es fuerza, es rabia, es indignación, es ironía, es comunicación, es lenguaje que se renueva y que dice de otra forma, que despetrifica el cuerpo y el cerebro, que desbloquea las piernas y la sonrisa.


Admiro en esta mujer su capacidad de estar (más que de “mantenerse”), admiro sus movimientos, sus pasos, tan elocuentes como sus palabras... El agudo y preciso Fresán escribió un artículo en el que dice mejor que yo lo que me permite descubrir, comprender esta mujer: “Y las víctimas somos, siempre nosotros: las personas que jamás podrán creer tanto en sí mismas porque siempre nos dijeron que eso era peligroso, que no estaba bien, que te vas a caer si subís tanto... Algunas cosas que dijo y que merecen recordarse: Soy fuerte, ambiciosa y sé exactamente lo que quiero. Si eso me convierte en una puta, bueno, de acuerdo... Hay gente que me odia por el simple motivo de que yo tengo una opinión sobre las cosas... Yo fui violada y no se puede frivolizar con eso. Fue una experiencia muy educativa... ¿Quién soy realmente? La respuesta es: yo soy todas las Madonnas y no soy ninguna...”. No como una forma fácil de la vanidad o el egotismo o la soberbia, tampoco del resentimiento, sino de quien tiene los ojos abiertos y el corazón atento...

Carta abierta


Ahora que la universidad es un discurso que también empieza a caer, que está cada vez más amenazado ya no solo por las universidades de garaje, sino por los colegios grandes que se creen universidades, por las universidades que aún defienden la época de la Regeneración, por las universidades que cada vez más son empresas y los maestros sus empleados, y los estudiantes sus clientes... Ahora que la universidad se mueve al ritmo de la acreditación, de la “alta calidad”, de los créditos y demás discursos abstractos.... Ahora que mi inconsciente me juega una tramposa partida, vuelvo a algo que escribí hace cuatro años y que hoy es tan vigente como entonces...:

En toda relación vertical hay violentación de las partes en algún momento, la cual sólo cesa cuando las apariencias se develan y se logra establecer reglas claras de juego y ya sé que en cuanto a educación, las reglas son demasiado claras y si alguna de las partes no las acepta o las desconoce, quien tenga mayor poder sacará provecho de la situación. Creer ingenuamente que sólo basta mi saber para ser docente es un enorme error; creer que sólo basta la pasión por el saber, por mi saber, es un error mucho mayor. Los que así pensamos olvidamos que lo que se hace en este trabajo es educar: relacionarnos con otras personas que esperan mínimamente que les ayudemos a descubrir algo que no han visto o que no comprenden.

La sobreexposición aparece cuando el docente no sale de sí mismo, cuando se encierra en su saber y es feliz allí –y no hay culpa en esto– y por más que lo intente, no disfruta de manera grandilocuente de esas relaciones con los más jóvenes. Esta sobreexposición se convierte en un arma de doble filo, pues mientras el maestro se interesa por tratar de explicar aquello que sólo le interesa explicarse a sí mismo, quienes lo observan leen en él mucho más que esto: leen sus contradicciones, sus dudas internas y no les es posible comprender la importancia que ese saber tiene ya para él y que al fin de cuentas, resulta ser él mismo. El maestro sobreexpuesto es un ser compaginado con lo que sabe, con lo que desea saber; hay en él una correspondencia entre su ser y su conocimiento, pues esa es su manera de conocer aquello que lo rodea, de estar en el mundo; en esto reside su dignidad, pero no su saber hacer (cada vez me gusta menos esta expresión).

En la nueva concepción de mundo que surge de la sociedad contemporánea, tiende a desaparecer aquel ser que se ha dedicado voluptuosamente a la investigación, a la lectura, a los libros, a un mundo generalmente solitario y silencioso –pero no por eso menos febril que cualquier otro–, que contrasta con lo que la sociedad termina de alguna u otra forma por exigir. Si se exhibe este mundo es casi siempre por la vía del afecto, del diálogo, de las palabras que no buscan de-mostrar, sino compartir la alegría, la emoción, el entusiasmo que brinda comprender, ir ligando esos pequeños fragmentos que conforman nuestro mundo o nuestra visión de mundo, entrar subrepticiamente en la vida de esos personajes literarios o históricos que nos muestran variaciones del ego y de la felicidad (y cuando no sea así será mejor no leer más).

Hay espacios en los que esto puede ser posible (inclusive espacios académicos), espacios donde la persona no siente el deber de jugar un papel en el que siempre deba ganar o de lo contrario perderá credibilidad y control sobre las situaciones. Se trata solamente de encontrar –también funciona la palabra construir, si así se prefiere– un lugar en el que siempre se pueda jugar a ser otro (alterar nuestros límites conocidos) sin necesidad de mentir.

Nadie puede evitar la vida, sus distracciones y silencios, sus molestias y placeres, ni siquiera el ermitaño, pero nuestra vida no se mide por cuántas cosas nos pasan, ni cuántos obstáculos hemos superado para demostrar nuestra eficiencia y valor ante las nuevas circunstancias, sino por la profundidad o indiferencia con la que vivimos aquello que nos sucede –incluida la ficción que puede haber en este acto–.

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Foto por Jhonny.