jueves, 13 de marzo de 2014

Philomena:




Una de mis películas favoritas es Las amistades peligrosas, el film que me hizo enamorar de John Malkovich, basado en la novela epistolar del mismo título, publicada en el siglo XVIII, y que no me canso de repetir. Philomena, al igual que esa película, es dirigida por Stephen Frears y eso ya la hace entrañable para mí.

Al igual que muchos dramas y al igual que la vida misma, aquí un final es sólo el comienzo de algo más; aquí como en muchos dramas, hay finales que necesitamos conocer para poder asumir nuevos comienzos. Aquí, el drama roza con el melodrama; aquí el drama, a veces se parecerá mucho a una telenovela, que, como todas las telenovelas, está basada en hechos reales (esta película más que muchas de ellas).

En los 50, Philomena queda embarazada siendo una adolescente; ella, al menos, tiene la justificación de no saber que teniendo sexo podía quedar embarazada, porque ni siquiera sabía qué era tener relaciones sexuales con alguien. Philomena no vive con sus padres, sino que uno de ellos la deja “recluida” en el convento de las Hermanas del Sagrado Corazón, en Irlanda. Las monjas limpian los “pecados” de las adolescentes vendiendo a sus hijos a padres con dinero al otro lado del océano; así Philomena pierde a su hijo.

En el aniversario número 50 de este, Philomena decide contar su secreto y su hija la contactará con un periodista que acaba de perder su empleo y que desprecia las historias de “interés humano”, como podría ser la de Philomena buscando a su hijo.

De aquí en adelante, la película girará en torno a la esperanza de Philomena en encontrar a su hijo y a la de Martin, el periodista, en encontrar una historia que contar (y que se venda bien), pero Martin subestina a las personas como Philomena que leen el Reader Digest, ven películas como Mi abuela es un peligro y leen sagas resultado de la mezcla entre los cuentos de los Hermanos Grimm, las telenovelas y la literatura rosa (precisamente, los posibles lectores de su historia). ¿Qué puede resultar de este encuentro? Una mezcla de manipulación emocional –por algunos minutos–, pero, sobre todo –lo más interesante de la película– un contrapunteo de perspectivas acerca de la vida –contrapunteo que, de no ser por las actuaciones de Coogan y Dench no tendría sentido–.

Con el sutil y delicioso humor de las películas inglesas, Martin aprenderá que lo aparentemente débil puede lograr más que el rencor, el escándalo y la violencia. Martin no cambiará su forma de pensar, pero su “inteligencia” ganará en respeto por el otro, algo que a Philomena le sobra, aunque no haya ido a Oxford ni a Cambridge.


Para muchos será simplemente una historia de “interés humano” con los clichés incluidos en esta clase de historias; para otros –yo incluida– será la posibilidad de echarle un vistazo a la vejez, al dolor, al perdón, a los secretos, a la inhibición de la sexualidad, a la pugna cultural entre Estados Unidos y el Reino Unido, a las diferencias entre clases sociales, al amor y a la gratitud ante la vida.

jueves, 6 de marzo de 2014

Agosto: Condado de Osage




Concebida en un principio como una obra de teatro, su autora participa en la adaptación para el guión de esta película sobre uno de los temas más comunes que ha dado pie para cientos de películas, series de televisión, novelas y cuentos: la familia y los secretos que están en su base.

Vamos hacia el sur de Estados Unidos, en pleno verano; vamos a instalarnos en una casa en donde las cortinas permanecen cerradas para no diferenciar el día de la noche, para hacer la vida aún más larga de lo que ya parece ser para este matrimonio: ella toma pastillas; él bebe todo el alcohol que puede.

Alguien se va sin decir a dónde y su prolongada ausencia hace que toda la familia se reúna, de nuevo. Las tres hijas que ya han dejado la casa paterna, vuelven con sus parejas (pasadas, futuras, presentes) y lo que hay es una larga cadena de crueldad matrilineal, una serie de verdades que se enuncian desde el rencor y la desdicha prolongadas. Decir una verdad no necesariamente ayuda a encontrar soluciones, no –al menos– cuando se enuncia con el ánimo de herir. Aquí hay seis mujeres heridas por su respectivas madres, quienes no pueden recibir amor. La tragedia de esta película, realmente, consiste en esto: en tener el corazón cerrado para recibir el amor de otro ser humano… Podemos ser “inteligentes”, pero no abiertos de mente; podemos apasionarnos por ciertas cosas, pero tener dura el alma.

Las cortinas se abren y entra el orden que, tras las puertas, ayuda a instalar una mujer Cheyenne; entran el aire, la luz, de lo que se muestra y se dice cuando no hay público, cuando se renuncia a ser víctima y a aceptar la responsabilidad de cada acto. Entonces, ya no se trata de quién es más fuerte, de quien puede defender por más tiempo su orgullo; entonces, las madres deben reconstruir su maternidad, porque, con los años, este lazo pierde casi toda su función innata, “natural”; entonces, las mujeres deben callar, porque, en este caso, son los hombres los que saben hablar desde el alma, desde la consideración y la comprensión…


Es una lástima que esta película esté teniendo tan poco espacio en la cartelera bogotana (y supongo que, más aún, nacional), que sólo a quienes les guste ir a cine a medio día puedan toparse con ella, y que, en cambio, se le dé tanta publicidad a una película como Ninfomanía que, a estas alturas de la filmografía de vonTrier, deja muy pocas ganas de esperar la segunda parte. Hoy sí entré con mi perro caliente y mis crispetas…