Una de mis
películas favoritas es Las amistades
peligrosas, el film que me hizo enamorar de John Malkovich, basado en la
novela epistolar del mismo título, publicada en el siglo XVIII, y que no me
canso de repetir. Philomena, al igual que esa película, es dirigida por Stephen
Frears y eso ya la hace entrañable para mí.
Al igual
que muchos dramas y al igual que la vida misma, aquí un final es sólo el
comienzo de algo más; aquí como en muchos dramas, hay finales que necesitamos
conocer para poder asumir nuevos comienzos. Aquí, el drama roza con el
melodrama; aquí el drama, a veces se parecerá mucho a una telenovela, que, como
todas las telenovelas, está basada en hechos reales (esta película más que
muchas de ellas).
En los 50,
Philomena queda embarazada siendo una adolescente; ella, al menos, tiene la
justificación de no saber que teniendo sexo podía quedar embarazada, porque ni
siquiera sabía qué era tener relaciones sexuales con alguien. Philomena no vive
con sus padres, sino que uno de ellos la deja “recluida” en el convento de las
Hermanas del Sagrado Corazón, en Irlanda. Las monjas limpian los “pecados” de
las adolescentes vendiendo a sus hijos a padres con dinero al otro lado del
océano; así Philomena pierde a su hijo.
En el
aniversario número 50 de este, Philomena decide contar su secreto y su hija la
contactará con un periodista que acaba de perder su empleo y que desprecia las
historias de “interés humano”, como podría ser la de Philomena buscando a su
hijo.
De aquí en
adelante, la película girará en torno a la esperanza de Philomena en encontrar
a su hijo y a la de Martin, el periodista, en encontrar una historia que contar
(y que se venda bien), pero Martin subestina a las personas como Philomena que
leen el Reader Digest, ven películas como Mi
abuela es un peligro y leen sagas resultado de la mezcla entre los cuentos
de los Hermanos Grimm, las telenovelas y la literatura rosa (precisamente, los
posibles lectores de su historia). ¿Qué puede resultar de este encuentro? Una
mezcla de manipulación emocional –por algunos minutos–, pero, sobre todo –lo más
interesante de la película– un contrapunteo de perspectivas acerca de la vida –contrapunteo
que, de no ser por las actuaciones de Coogan y Dench no tendría sentido–.
Con el
sutil y delicioso humor de las películas inglesas, Martin aprenderá que lo
aparentemente débil puede lograr más que el rencor, el escándalo y la
violencia. Martin no cambiará su forma de pensar, pero su “inteligencia” ganará
en respeto por el otro, algo que a Philomena le sobra, aunque no haya ido a
Oxford ni a Cambridge.
Para
muchos será simplemente una historia de “interés humano” con los clichés
incluidos en esta clase de historias; para otros –yo incluida– será la
posibilidad de echarle un vistazo a la vejez, al dolor, al perdón, a los
secretos, a la inhibición de la sexualidad, a la pugna cultural entre Estados
Unidos y el Reino Unido, a las diferencias entre clases sociales, al amor y a
la gratitud ante la vida.
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