Aquí es Irán. Aquí una pareja de esposos está
separándose. Ella ha logrado que les den
una visa, ha logrado que puedan salir del país; ella sólo piensa en un futuro
mejor para su hija (la de los dos). Él
sólo piensa en su padre con Alzheimer, sólo piensa que abandonar el país es un
acto cobarde. Ella piensa que a él no le
importan su esposa y su hija; él piensa que ella es una egoísta por no entender
que no puede dejar a su padre solo.
La separación comienza con una maleta a punto
de reventar; la de ella, quien se va a casa de sus padres mientras prepara su
viaje. La hija ha decidido quedarse con su padre y deben buscar a alguien que
cuide al abuelo mientras él trabaja y ella estudia. Podría enumerar los minuciosos detalles que
el guionista construye para complicar cada vez más la trama, los espacios
cotidianos que configura el director con mínimos elementos. Lo que sobresale en esta película es esto: la
efectividad de un guión sostenido de principio a fin, la sobriedad de unas imágenes
que están allí para hacer tangible ese guión en unas actuaciones que no son ni
más ni menos de lo que deben ser, sino exactamente las que son.
Hay tensiones sociales y religiosas; hay una
mujer desesperada porque su esposo se ha quedado sin empleo, que llama a una
línea telefónica para preguntar si es pecado ayudar a cambiar de ropa a un
anciano; hay un hombre que deja en manos de su hija la responsabilidad de
hacerlo o no culpable por un delito incierto; hay una mujer que ya no cree en
su esposo, pero está dispuesta a hacer cualquier cosa por su hija; hay un
hombre que adora a su padre y lo cuida con amor y paciencia; hay un hombre que
un día no puede controlar su alteración, no puede salir de sí para verse desde
afuera y, entonces, sólo reacciona; hay una hija que debe decidir con cuál de
sus padres quiere-debe vivir; hay un hombre que siente que la vida no le ha
dado lo que merece y que está dispuesto a vengarse, a reclamar justicia; hay
una niña que sólo puede llorar cuando ve a sus padres discutir o a su madre
tropezarse, la madre que lleva un niño adentro con el que podrá jugar cuando
nazca.
Aquí nada se resuelve, aquí no hay final, sólo
nudos que nadie se atreve a soltar. Nos
gustan los finales, aunque sean abiertos, pero aquí el director y el guionista,
se han puesto de acuerdo para no darnos ni siquiera eso. Salimos de la sala con preguntas e imágenes,
con la sensación de que no es posible ponerse del lado de ninguno de los
personajes, no es posible defender o aprobar todas sus decisiones o sus actos,
pero tampoco reprobarlos y que allí está, precisamente su humanidad, nuestra
humanidad.