lunes, 4 de enero de 2010

Tarantino, Tarantino, Tarantino…


Sigo con devoción a Tarantino desde que vi Pulp Fiction, hace ya casi catorce años; de Pulp Fiction a Bastardos sin gloria hay un largo camino, pero para mí lo que hizo Tarantino en ésta, su más reciente película, tuvo su punto feliz (en el sentido de obra total, de propuesta estética acabada) en Kill Bill. Si el eje argumental del género pulp es la venganza, Uma Thurman es perfecta (sí, también por rubia), pero Shoshana –no recuerdo su nombre real… Ya lo tengo: Mélanie Laurent– (aunque rubia) no.

Si bien es cierto que la película está muy bien hecha, que es impecable en todo sentido técnico, las actuaciones principales rozan con el estereotipo, sobre todo, la de Brad Pitt y la de –de nuevo– Shoshana (después de tomarse su vaso de leche). Si algo me encanta (¿me encantaba?) de las películas de Tarantino era la manera en la que dirigía a los actores, la forma en la que hacía creíbles, “naturales”, a sus personajes; eso no lo sentí aquí… Sí, es bella e idílica la campiña francesa, es bella e idílica la París bohemia de los cafés, es triste y supremamente emblemático ver la ciudad de la libertad invadida por los nazis; escoger ese escenario entre todos los posibles para exhibir la carga histórica de violencia y de necesidad de resarcimiento (malpensado, la crueldad contra el “enemigo” como deseo en lo más profundo de nosotros mismos) concentrados en la II Guerra Mundial es estratégico para el que creo, es el propósito de Tarantino, pero mostrar la sevicia sobre los alemanes (y quitarles, de paso, a los judíos su papel de víctimas emblemáticas) y evidenciar que es igual a la de ellos sobre todos los pueblos que invadieron, sobre todos los muertos que dejaron, que no hay salvación, que la historia se decide por ciertos azares no siempre lógicos, no siempre comprensibles, pierde sentido cuando es un estadounidense, un sureño, el que guarda el trofeo (igual que en la otra versión de la historia), y cuando la venganza llega a un absurdo que no es creíble –de nuevo, para mí– ni siquiera en el cine (en este punto se me puede imputar que tal vez respeto mucho la historia y al cine mismo, y quizá sí, pero en realidad no lo creo mucho…).
Lo mejor de esta película es el papel del detective, del traidor por excelencia; su frialdad y su inteligencia son absolutamente creíbles y atemorizantes…

Camino con Helen (una joven alemana de quien fui guía en esta ciudad por algunas horas) por las calles de la emblemática Candelaria, un anciano, medio loco, medio mendigo, grita por una calle: “Qué orgulloso me siento de ser colombiano”; Helen me mira y ríe nerviosamente. En su español lento y no libre de tropiezos, Helen me dice que en su país nadie podría decir algo así, porque de lo contrario lo acusan de nazi… Yo le explico algo –de la manera más sencilla que puedo– acerca de nuestro nacionalismo provinciano, acerca de un nacionalismo que también nos hace daño como discurso político manipulado –perdón por la redundancia–, acerca de lo que significa esa frase para un anciano y lo que puede significar para un joven citadino de hoy… Después me quedo pensando en lo difícil que debe ser para un joven alemán saberse alemán, asimilar su herida histórica y reanudar…

Shoshana, la bella Shoshana, corre por la campiña francesa para salvar una vida que ya alguien decidió que estará a salvo; Shoshana, con las mejores técnicas del expresionismo alemán, filma su venganza en 35 mm, Shoshana subvalora el ego del actor-soldado… Me queda la risa burda, adolescente (gracias, César), de Shoshana y la sevicia que calma (¿?) los nervios históricos durante el asesinato de Hitler… No soy tan ingenua, sé que Tarantino no está interesado en hacer un ejercicio como el de El lector, que Tarantino se burla del espectador y de su “buena conciencia” histórica (también del mismo cine), que Tarantino ahora parece más un niño que hace la película que soñó en su adolescencia (gracias, César), que tiene el poder para hacerlo y que los espectadores tendrán que decir, es sólo cine… Yo me quedo con la elegancia certera de Kill Bill