martes, 24 de febrero de 2009

Revolutionary Road:

Aquí la tradujeron como Sólo un sueño y también podría llamarse como otra película de hace algunos años: Réquiem por un sueño. De los cincuenta a los noventa, los estadounidenses han tratado de desconstruir el sueño americano, de develar los placebos de la felicidad. Si ya no se cree tan fácilmente en la casita blanca en lo alto de la colina, en los niños rosados, en la pareja feliz mejor vestida, ahora no hay más sueños perfectos, ahora el paraíso sólo dura algunas horas, incluso segundos...
Ella es rubia y hermosa, es atractiva, quiere ser actriz y tiene la fuerza de tres lobos. Ella sabe que ese no es su lugar, ella sabe que ya no quiere esa casa, que ya no quiere otro hijo, que ya no quiere a su esposo vestido como miles de hombres iguales; ella quiere una nueva ruta, ella quiere un sueño...
Él es rubio y atractivo, y tiene el fantasma de un padre que lo persigue, que le exige continuar el camino. Él la ama, pero duda; él la ama, pero no va a cumplir el sueño de ella; él la ama, pero le han enseñado a ser hombre...
Los hijos están, pero son fantasmas, el sexo está, pero ella acaba de empezar...
Ella se siente distinta, ella quiere bailar sin mirar el piso...
La realización de los sueños se prolonga, las decisiones se dilatan... Pero ella dirá no...
Revolutionary Road está basada en una novela de Robert Yates que habría que leer, aunque de esto ya se haya escrito mucho, aunque de esto ya se haya hablado mucho...
¿Por qué Sam Mendes querría hacer otra película sobre el sueño americano? Hay un diálogo entre Belleza americana (no recuerdo ahora otras películas que haya visto de este director) y Sólo un sueño: los sueños de los “suburbios”. En Belleza americana (1999) el héroe actúa, es cínico, es quien quiere ser dentro de sus posibilidades; el héroe dice lo que todos sienten y al mismo tiempo rechazan. En Sólo un sueño ella no actúa, ella no sale del suburbio, ella va a tomar el sueño de otro, ella se aferrará a ese sueño, a un "revolutionary road" que no sea solamente el nombre de un barrio de moda... De los colores y la poesía de Belleza americana, pasamos al ritmo monótono de Sólo un sueño, a su final sin poesía; los héroes de Mendes son coherentes con la vida que sueñan, pero la vida, a veces, “no es muy seria con sus cosas”...

La colección Ganitsky Guberek:



Es un día entre semana. Dejo a mi mamá en el centro de Cali y cojo camino hacia el río, hacia La Tertulia. Un hombre me ha dicho que no lo haga, me ha advertido que no entenderé lo que voy a ver. No me importa; lo intentaré. El hombre no sabe que yo, sin decírselo, he buscado las pinturas en los libros (aún no sabía qué era Internet), las he visto, he intentado copiarlas y he logrado uno que otro trazo... Llego a La Tertulia y entro en la sala en donde se exhibe la obra de Luis Caballero; hay un políptico, una obra dividida en cinco partes que me envuelve, que exige de mí todos mis sentidos, que me atrapa en su angustia, en su soledad, en su deseo, en su desazón y en su violencia. No hay rostros, no hay nada conocido; sólo son figuras humanas, las figuras que Caballero pintaba en los sesenta... Cuando llego a Bogotá hay dos exposiciones de Caballero, una en la Casa de la Moneda, otra en la Galería Vásquez –creo–; no sé si sea cierto, pero me recuerdo sola yendo a esas exposiciones, recuerdo mi conmoción cuando vi el telón. Esta vez no había políptico, pero sí una gran tela que no me dejaba mover... Entre las cosas buenas de la U. Distrital está el que me permitió explorar mis curiosidades, mis intereses (que cada vez se hacen menos y cada vez ocupan más espacio), mis fantasmas. Una profesora, a la que le decían La Loca, me permitió hacer un trabajo sobre Luis Caballero, escribirle poemas a sus pinturas... Las palabras de “censor” estaban lejos...

No hay otro pintor en el mundo que me diga tantas cosas, que me haga sentir tantas cosas como Luis Caballero, y a pesar de que ya casi no visito los museos, de que ya casi no vea libros de pintura ni de fotografía –no sé por qué–, cuando vuelvo a ver una pintura, un dibujo de él, no puedo dejar de sentir emoción, de quedarme sin palabras (“gemir es mejor”). Esta es una forma de darle las gracias al hombre que no confió en mi capacidad de observadora, que me regaló el amor por el arte, que llenó mis días de guardagujas, moscas, locos, magas y Oliveiras...

La exposición Ganitsky Guberek estará hasta abril en la Casa de la Moneda. Es la colección de este matrimonio judío que se enamoró del arte colombiano y al que no le parecía una mala inversión comprar obras de arte. Junto a Caballero están otros nombres que vinieron después a mí: Santiago Cárdenas (comprendo, por fin, mi gusto por Hopper), Saturnino Ramírez y Óscar Muñoz (falta Darío Morales, porque con las obras de estos dos últimos artistas tuve mi primer acercamiento a eso que en mi infancia aún no entraba a ser parte de mi léxico: el erotismo); en todos predomina la línea sobre la mancha, el dibujo sobre el color. Hay una frase de Marta Traba que me ayudó a entender mi preferencia por la obra de estos artistas: “El dibujo es la forma de reconectarse a una sociedad concreta”. Claro, no es que el dibujo sea concreto y la pintura abstracta; el dibujo es abstracto, la línea es ya algo abstracto, pero el dibujo para estos artistas vino después del regocijo por el arte abstracto y por el pop art. Yo no entiendo el arte abstracto, aún no puede decirme nada; tal vez soy demasiado figurativa, pero ver las obras de estos artistas me hace sentir cosas que no puedo explicar del todo. Me alegra la vida saber que puedo visitar un museo y salir con imágenes en la cabeza, viendo con ojos compañeros lo que hay afuera, y compartirlo contigo.

lunes, 2 de febrero de 2009

Las alas de la paloma

Esta es tal vez la mejor novela que he leído hasta ahora... Cuando vi la película, hace un año, recuerdo salir a la calle con muchas preguntas, con cuestiones sin resolver; yo me sentía más cercana a la bella Helena Bonham Carter que a la otra actriz, entendía su sacrificio y su dolor, su impotencia por sentir que el amor se iba evaporando... Recuerdo que quien me llevaba cogida de la mano dijo algo que no pude entender y yo me salí del mundo... Recuerdo que nos sentamos frente a un restaurante, en un callejón donde el frío pasaba un poco de largo, recuerdo que aún lejos de este mundo no podía entender sus palabras, recuerdo que amor, amar y enamorarse eran palabras confusas, con significados diversos, recuerdo que ambos en el fondo nos entendíamos, y que algo cambió en mí respecto a cómo acercarme al amor, a los otros, después de escuchar algo que yo me había negado a ver.

Este libro aparece ahora como una forma de seguir dialogando con esa persona, de comprender eso que él ya entendió tan bien...

Kate es una mujer inglesa que ha perdido su fortuna y vive con su tía en una gran mansión... Merton es un periodista sin mayor fortuna... Kate y Merton se aman, pero su tía y su hermana ven en ella la oportunidad para salvar la fortuna que alguna vez tuvo su madre... Parece una historia telenovelesca, un folletín del siglo XIX, pero James no es un novelista folletinesco; en él ya están presentes la ambigüedad y la degradación que viven los seres humanos desde la novelística de Flaubert.

El amor es frágil, el amor, como cualquier vínculo humano, puede romperse como mucha facilidad... No comprendemos, no llega la comunicación, el puente tambalea y se cae... Distancias atravesadas por la traición de sí mismos y por el descubrimiento del otro, no de su arquetipo...

Milly despliega sus alas desde Norteamérica y llega a la vieja civilización inglesa, a una sociedad de excesivas cortesías y comportamientos correctísimos, sobre todo con aquellos que tienen una gran fortuna. Milly sólo quiere vivir, sólo quiere sentir cosas nuevas, asombrarse, quiere la intensidad del gran sentimiento humano: el amor... Ese “ángel” que odié en la película, en la novela se me apareció como un ser magnífico; esa mujer “sacrificada” la entendí en la novela como un ser que se dejó atrapar en un mandato victoriano.

Creo que la novela le debe mucho a Henry James, creo que todo escritor debería leer a James, sobre todo muchos novelistas que se han olvidado de sus personajes, que se han olvidado de pasar tiempo con sus personajes. Es lógico, la identidad humana se va perdiendo poco a poco, pero el diálogo con James sería motivo suficiente para no perderla de vista.

Hay maestría en los diálogos de James, en su capacidad para decir sin nombrar, para esquivar y para decir lo preciso. El encanto de ese narrador omnipotente es su facultad para mostrarnos cosas que hoy son evitadas por nosotros. El narrador cava en lo profundo de cada uno de sus personajes hasta mostrarle al lector lo más hermoso y lo más invisible de la naturaleza humana... Los personajes de James aún pueden encontrar un lugar en sí mismos en donde pueden sentirse bien con lo que son y lo que hacen, un lugar para descansar del ruido del mundo y de sus mandatos, para tomar un respiro, para estar en silencio y renunciar a todo y recuperarse a sí mismos, y empezar de nuevo... Hoy que hemos horadado nuestro espacio íntimo, que lo hemos llenado de miedos, de trampas, de saboteos, yo quisiera recordar a Merton Densher, recordar la honestidad de sus decisiones y de sus acciones, la inmensidad de sus sentimientos.

Sobrepasar límites a veces nos hace conocernos mejor a nosotros mismos, confiar más en nosotros mismos, pero a veces nos hace cambiar tanto que ya no es posible regresar a los mismos lugares ni a las mismas personas... Una puerta se cierra, ya nadie será quien solía ser...

Idan Raichel Project


Idan Raichel es un músico israelí que en el 2006 invitó a otros músicos africanos y árabes para crear sonidos, para renovar los sonidos tradicionales, para enriquecerlos con sonidos de otros lugares, de cercanos lugares... Yo escuché “Bo’ee” el año pasado, gracias a una emisora, la única en la ciudad en la que vivo que puede darme ánimos para bañarme a las cinco de la mañana... Después de un año encontré el disco de Idan Raichel (cuando supe cómo escribir su nombre) en un bello lugar sobre la avenida 19 (la del centro, no la del norte), el primero que visité cuando vine a buscar a un fantasma, y ahora tengo “Bo’ee” para mí todos los días y a toda hora; también “Shuvi El Beyti”, “Mi’Ma’amakim” y “Azini”.

La música puede lograr lo que la realidad niega, la música logra conectar lo que los cuerpos rechazan en su racionalismo fanático...

No entiendo qué dicen las canciones, no sé hebreo, no sé árabe, pero los sonidos son hermosos, me traen colores y paisajes, formas y movimientos que de alguna manera extraña añoro, sueño, me traen estados de ánimo íntimos, únicos; también tristezas, cierta melancolía, cierto silencio, que a veces me gusta sentir, que a veces llevo conmigo, voces que llaman presencias lejanas, como lamentos, como cuerdas enormes que halan fuerzas desconocidas, voces que salen desde las entrañas, desde muy dentro, y atraviesan desiertos junto al viento seco.

Hay canciones que nos hacen mucha falta, canciones que hacen que el mundo tenga más sentido que ayer; este era un disco que hacía falta en mi discoteca...

Idan Raichel escribe esto:

“Our ability to live in peace with each other depends first and foremost on our ability to accept all that is different between us…

On our own individual paths we are all looking for the bread, the water, the wind and a dignified life.

And yes, we all cling to love”.

Desde mi equipo no puedo subir canciones ni videos, tampoco está cerca mi fotógrafo favorito para que dispare sobre la carátula del disco compacto; mientras escribo esto no sé si encontraré alguna imagen del disco en Google. De no hallarla, buscaré un paisaje solitario del color del cobre...

Hay unas páginas de Internet: www.idanraichelproject.com, www.cumbancha.com