No sé nada de ellos, sólo tengo un nombre: Casino. Resultan ser sólo una excusa para hablar de algo más. Mi humanismo buscado en los sonidos, en las imágenes, en las palabras; simulacros de vidas, de sensaciones que no son nuestras, pero que hacemos nuestras. Hay un lenguaje del cuerpo que es común a todos: lo comprendemos cuando nos indignamos ante el comportamiento de un personaje, cuando nos excitamos con una representación erótica, cuando lloramos con el dolor de una palabra, de una imagen, de un sonido, cuando nos emocionamos con la intensidad de una voz o la elación de un hombre, la dignidad de unas manos, cuando siempre, siempre, podemos mirarnos desde afuera y volver a ver eso que somos, hacemos y sentimos, o cuando podemos, simplemente, salir de aquí adentro y ver siempre, siempre, que la vida también está lejos, donde tal vez nunca iremos, al lado de quien tal vez nunca conoceremos o nunca volveremos a ver.
...Volver a sentir ese algo que se mueve a la velocidad de las teclas, que intente sacudir por espasmos prolongados el pensamiento.
domingo, 24 de agosto de 2008
CASINO chileno
martes, 19 de agosto de 2008
Bel ami: "mediocre habilis"
Hay un ensayo de Gabriel Zaid que leí hace un tiempo y al que vuelvo cada vez que siento la tentación del “trepador”. Zaid expone allí cómo la mediocridad pasó de ser una cualidad positiva a una negativa, y luego se convirtió en tabú: nadie quiere saber de la mediocridad, porque nadie desea que le digan mediocre. La “justa medida”, el “justo medio”, dejó de ser una aspiración, pues lo que se impuso fue la tentación de ser el mejor, de conseguir el éxito de cualquier manera.
Allí está "Bel ami": el ex oficial que desea ser reconocido por la alta sociedad parisina y que para lograrlo se valdrá de sus encantos físicos, de su eficacia seductora con las mujeres. La sociedad del mediocre como tabú ensalza al negligente, al incompetente, al diestro en las manías trepadoras, arribistas, al lagarto que sabe cómo moverse, cómo hablar y, sobre todo, a quién hablar, al que mide sus amistades por las invitaciones que pueda ofrecerle, por los beneficios que pueda ofrecerle. En la sociedad de los “exitosos” desaparece el silencio, la honestidad, y se imponen los eufemismos y el frac.
Maupassant me hizo indignar (y admirarme) ante este personaje tan común desde hace más de un siglo, cuando la apariencia pasó a tomar el lugar del aprendizaje, del sentirse bien nadando y no solamente llegando a la meta…
miércoles, 6 de agosto de 2008
"Persépolis": "Me gusta ser mujer y odio a las histéricas" (aunque a veces...)
domingo, 3 de agosto de 2008
"La gran Joda"
Entre muchas otras cosas, en esta novela, Cortázar pone en conflicto la idea de la revolución. Esta palabra, que en Latinoamérica ha tenido tantos significados, tiene uno fundamental en la obra de este escritor: el individuo. Hay un hombre (Andrés Fava) que se pasea por parte de la obra cortazariana y que, en esta ocasión, camina por un jardín de senderos que lo obligan a bifurcarse, pero él se niega a hacerlo. Su “revuelta” no puede darse en un solo plano de la existencia; su “revuelta” es suya y de todos, pero sobre todo suya...
Hace once años llegó a mí un librito verde, que luego fue casi blanco-hueso (¿no habrá otra palabra para denominar este color?), y por culpa del cual (gracias al cual) no he podido parar de leer. Hoy el libro vuelve a ser blanco-hueso y vuelve a tener en su tapa un nombre accidentado entre Argentina y París... El libro verde llegó a mí como un regalo –como llegan los mejores libros (a veces regalos directos; otras indirectos, casi en contra de la voluntad)– y se convirtió en una compañía insistente que está sin estar, que está siempre, y también en una manía, en una idea testaruda que puede funcionar como un paraguas, como unas gafas nuevas para vivir el nuevo día que llega, tan pertinaz y la mayoría de las veces tan anónimo: no estamos obligados a aceptarlo tal y como llega, no tenemos que vivirlo como los “famas” o los “Vip” suponen; siempre habrá una posibilidad, por mínima que sea, de hacerlo nuestro, de hacerlo singular e infinitamente irrepetible... El amor, sobre todo, el amor, “y sin embargo”...
La revolución va por dentro, viene de adentro, cuando podemos decir no o sí, sin tener que renunciar a ningún sendero, cuando dejamos de pensar que nuestro dolor es mayor que el del otro, cuando no herimos personalmente a alguien, cuando podemos dejar atrás la mezquindad, los juicios, cuando ya no suponemos nada del otro, cuando nuestra ayuda no depende de cuán bien nos caiga el otro, o de cuánta competencia representa, cuando damos y cuando recibimos, cuando entregamos la posibilidad de la palabra como un don, cuando nos damos a nosotros mismos ese don, cuando un gesto, un tono, acaricia, comprende, ama...