domingo, 24 de agosto de 2008

CASINO chileno


No sé nada de ellos, sólo tengo un nombre: Casino. Resultan ser sólo una excusa para hablar de algo más. Mi humanismo buscado en los sonidos, en las imágenes, en las palabras; simulacros de vidas, de sensaciones que no son nuestras, pero que hacemos nuestras. Hay un lenguaje del cuerpo que es común a todos: lo comprendemos cuando nos indignamos ante el comportamiento de un personaje, cuando nos excitamos con una representación erótica, cuando lloramos con el dolor de una palabra, de una imagen, de un sonido, cuando nos emocionamos con la intensidad de una voz o la elación de un hombre, la dignidad de unas manos, cuando siempre, siempre, podemos mirarnos desde afuera y volver a ver eso que somos, hacemos y sentimos, o cuando podemos, simplemente, salir de aquí adentro y ver siempre, siempre, que la vida también está lejos, donde tal vez nunca iremos, al lado de quien tal vez nunca conoceremos o nunca volveremos a ver.

Hay quienes se alejan cuando sienten mucho y hay quienes se quedan... Vida más grande que estas palabras, vida que jamás se reduce. Imágenes, sonidos y palabras siempre abiertos, siempre más allá. Cuando estoy demasiado triste me tiendo en la cama y pienso en las personas que conozco o que apenas he visto, imagino sus acciones, sus pensamientos, sus sonrisas y su angustia y, entonces, la tristeza se expande, y luego se difumina; no soy yo sola, sino todos. Cada día de madrugada, cada día al anochecer... Tanta vida desbordándose, ser humanos, recorrer el mismo camino y sentir la necesidad impostergable de salirse de él sólo para reconciliarnos con lo que somos aquí y ahora, “y después”. Todos lo sabemos, todos lo podemos comprender; los juicios, las maledicencias, la anulación del otro, son sólo una resistencia a esta verdad, a esta experiencia, a la evidencia de una caricia o una ausencia.

Casino... Viene de Chile una densidad sentida hoy tan fuerte como siempre. Un diálogo íntimo con Zoé. Sonidos largos, largos, intensos, expandiéndose en la cabeza y en lo que no se piensa aún... Manías del cuerpo, nuevas filiaciones de la “caverna sensorial”... Todo lo que he sentido y lo que sentiré en la inmensidad de este espacio...

martes, 19 de agosto de 2008

Bel ami: "mediocre habilis"

Cuando leo novelas del siglo XIX entiendo mejor cómo ha cambiado la imagen del hombre y su posibilidad de “triunfar” en el mundo. Al hombre de las novelas contemporáneas le es cada día más difícil triunfar; a "Bel ami" todavía no.

Hay un ensayo de Gabriel Zaid que leí hace un tiempo y al que vuelvo cada vez que siento la tentación del “trepador”. Zaid expone allí cómo la mediocridad pasó de ser una cualidad positiva a una negativa, y luego se convirtió en tabú: nadie quiere saber de la mediocridad, porque nadie desea que le digan mediocre. La “justa medida”, el “justo medio”, dejó de ser una aspiración, pues lo que se impuso fue la tentación de ser el mejor, de conseguir el éxito de cualquier manera.

Allí está "Bel ami": el ex oficial que desea ser reconocido por la alta sociedad parisina y que para lograrlo se valdrá de sus encantos físicos, de su eficacia seductora con las mujeres. La sociedad del mediocre como tabú ensalza al negligente, al incompetente, al diestro en las manías trepadoras, arribistas, al lagarto que sabe cómo moverse, cómo hablar y, sobre todo, a quién hablar, al que mide sus amistades por las invitaciones que pueda ofrecerle, por los beneficios que pueda ofrecerle. En la sociedad de los “exitosos” desaparece el silencio, la honestidad, y se imponen los eufemismos y el frac.

Maupassant me hizo indignar (y admirarme) ante este personaje tan común desde hace más de un siglo, cuando la apariencia pasó a tomar el lugar del aprendizaje, del sentirse bien nadando y no solamente llegando a la meta…

miércoles, 6 de agosto de 2008

"Persépolis": "Me gusta ser mujer y odio a las histéricas" (aunque a veces...)

Llegué a ella de la mano de alguien que me ha dado el bello regalo de sus imágenes, sus sonidos, sus palabras, la musicalidad del hermoso francés...

Creo que siempre recordaré el rostro de Marji Satrapi en el aeropuerto de alguna ciudad europea: el rostro de la nostalgia y de las ilusiones perdidas, o bueno, casi perdidas, porque ahí está la figura de la abuela para hacer advenir la magia de los jazmines recién cortados, la magia de las palabras que se burlan de la trascendencia de nuestros más cotidianos y singulares sentimientos. Tal vez todos necesitemos una abuela como ella; tal vez no... Una voz que nos recuerde que el resentimiento, el rencor, sólo es el resultado de no aceptar una realidad, un error –como dijo otro alguien sabio y amoroso-, una voz que nos recuerde que los tropiezos, las “idioteces” de los otros, sólo son el resultado de su estulticia (de su propio mundo, simplemente), y que no pueden hacernos perder nuestra dignidad, nuestra integridad, porque siempre, siempre tenemos una alternativa... “Y sin embargo”...

Los directores no habrían podido escoger una estética mejor. La animación permite que lo más atroz sea parte de una memoria distanciada, que lo más “cursi” sea un contenido más de los años de aprendizaje (toda la vida), que la violencia y la opresión despierten el uso sagaz de la lengua y el refinamiento de todos los recursos.

Derecha e izquierda, oriente y occidente. ¿Dónde estaban los “revolucionarios” cuando Marji dormía en las calles de Viena?, ¿dónde estaba la "democracia" cuándo no tenía a dónde ir, cuando su mano tenía una mancha de sangre?, ¿dónde estaba la “revolución” cuando casi la mata una pena de amor? El hombre, sus guerras, sus conflictos; el hombre, su miseria, su soledad, sus fracasos... Marji sobrevivió a una guerra, a una “purga” del gobierno iraní, y casi la lleva a la muerte la infidelidad de un hombre... El amor cambia de rostros y algunas veces los idiotas somos nosotros...

Los tenis Adidas, Bruce Lee, el Dios de oriente, los sueños, los egoísmos y el orgullo de la niñez; Dios y Marx en un mismo cielo, los bárbaros en nuestro occidente “blanco”, la orfandad del extranjero, del exiliado, del inmigrante, del “provinciano”, el lento y brusco proceso de adaptación, la identidad que se resquebraja, el yo que casi desaparece, las voces que simplemente siguen su camino, la amargura, la venganza, la fuerza, la voluntad, “nuestra caverna sensorial” como un tesoro hallado, la ilusión; la voluntad impostergable de los días, la vida... Bellas imágenes-sonidos, tristes imágenes-sonidos, dones para mi memoria cinematográfica, para nuestra memoria vital.

domingo, 3 de agosto de 2008

"La gran Joda"

“Señora Aparacida Gomine, todo el mundo conoce su sufrimiento y su angustia. La prensa oral y escrita recuerda diariamente su drama: su marido, funcionario diplomático en el exterior, ha sido secuestrado y envuelto así en acontecimientos de índole política. Señora, no es usted la única que llora. Pero nadie habla de mi sufrimiento y de mi angustia. Yo lloro sola. No tengo sus posibilidades de hacerme oír, de decir a mi vez que “tengo el corazón destrozado y que quiero volver a ver a mi marido”. Su marido está vivo y bien tratado. Volverá a su lado. El mío murió en la tortura, asesinado por el Primer Ejército. Fue ejecutado sin proceso y sin sentencia. He reclamado su cadáver. Nadie me ha oído, ni siquiera la Comisión de Derechos de la Persona Humana. No sé lo que han hecho con él ni donde lo han arrojado. Se llamaba Mario Alves de Souza Vieira, periodista. Fue detenido por la policía del Primer Ejército el 16 de enero de este año, en Río de Janeiro. Lo llevaron al cuartel de la policía donde lo golpearon salvajemente toda la noche, lo empalaron con un bastón tallado en forma de sierra, le arrancaron la piel de todo el cuerpo con un cepillo de metal, porque se rehusaba a dar las informaciones exigidas por los torturadores del Primer Ejército y el DOPS. Los prisioneros llevados a la sala de torturas para que limpiaran el suelo cubierto de sangre y de excrementos, vieron a mi marido agonizando, la sangre que le brotaba por boca y nariz, desnudo en el suelo, ahogándose, pidiendo de beber. Entre risas, los militares torturadores no permitieron que se le prestara el más mínimo socorro. Ya sé, señora, que no está usted en condiciones de comprender mi sufrimiento, pues el dolor de cada uno es siempre mayor que el de los demás. Pero comprenda, espero, que las condiciones que llevaron al secuestro de su marido y a la tortura mortal del mío son siempre las mismas: que es importante darse cuenta de que la violencia-hambre, la violencia-miseria, la violencia-opresión, la violencia-subdesarrollo, la violencia-tortura, conducen a la violencia-secuestro, a la violencia-terrorismo, a la violencia-guerrilla; y que es muy importante comprender quién pone en práctica la violencia: si son los que provocan la miseria o los que luchan contra ella. Su desesperación y su sufrimiento demuestran que su marido era un buen jefe de familia, que usted deplora su ausencia y que su vida es muy importante. También Mario Alves fue un buen jefe de familia, también él me falta. Tenía una hija que adoraba; era inteligente, culto, bueno; jamás hirió personalmente a nadie. Murió por amor a los oprimidos, a las víctimas de la injusticia, a los que no tienen voz y no tienen esperanza. Luchó para que los inmensos recursos materiales y humanos de nuestra patria fueran empleados en beneficio de todos”.

Esta carta aparece en una novela publicada en 1973: Libro de Manuel, de Julio Cortázar.

Entre muchas otras cosas, en esta novela, Cortázar pone en conflicto la idea de la revolución. Esta palabra, que en Latinoamérica ha tenido tantos significados, tiene uno fundamental en la obra de este escritor: el individuo. Hay un hombre (Andrés Fava) que se pasea por parte de la obra cortazariana y que, en esta ocasión, camina por un jardín de senderos que lo obligan a bifurcarse, pero él se niega a hacerlo. Su “revuelta” no puede darse en un solo plano de la existencia; su “revuelta” es suya y de todos, pero sobre todo suya...

Hace once años llegó a mí un librito verde, que luego fue casi blanco-hueso (¿no habrá otra palabra para denominar este color?), y por culpa del cual (gracias al cual) no he podido parar de leer. Hoy el libro vuelve a ser blanco-hueso y vuelve a tener en su tapa un nombre accidentado entre Argentina y París... El libro verde llegó a mí como un regalo –como llegan los mejores libros (a veces regalos directos; otras indirectos, casi en contra de la voluntad)– y se convirtió en una compañía insistente que está sin estar, que está siempre, y también en una manía, en una idea testaruda que puede funcionar como un paraguas, como unas gafas nuevas para vivir el nuevo día que llega, tan pertinaz y la mayoría de las veces tan anónimo: no estamos obligados a aceptarlo tal y como llega, no tenemos que vivirlo como los “famas” o los “Vip” suponen; siempre habrá una posibilidad, por mínima que sea, de hacerlo nuestro, de hacerlo singular e infinitamente irrepetible... El amor, sobre todo, el amor, “y sin embargo”...

La revolución va por dentro, viene de adentro, cuando podemos decir no o sí, sin tener que renunciar a ningún sendero, cuando dejamos de pensar que nuestro dolor es mayor que el del otro, cuando no herimos personalmente a alguien, cuando podemos dejar atrás la mezquindad, los juicios, cuando ya no suponemos nada del otro, cuando nuestra ayuda no depende de cuán bien nos caiga el otro, o de cuánta competencia representa, cuando damos y cuando recibimos, cuando entregamos la posibilidad de la palabra como un don, cuando nos damos a nosotros mismos ese don, cuando un gesto, un tono, acaricia, comprende, ama...