jueves, 21 de agosto de 2014

Lunchbox




Ya sabemos que la industria cinematográfica india es poderosa y funciona bien en su mezcla entre cultura popular y clichés cinematográficos hollywoodenses. Lunchbox obedece a esa mezcla sin la espectacularidad de ¿Quieres ser millonario? Ni el fastidio –perdón por los indios– de ver-escuchar las coreografías y cantos al mejor estilo exotista de Bollybood. Lunchbox es una comedia-drama que transmite el caos de Bombay (el tráfico, los autobuses y trenes a reventar, las enormes distancias) y se concentra en las vidas de dos seres demasiado comunes: el oficinista viudo a punto de retirarse, tan huraño como el hueco que ha dejado su esposa, y el ama de casa deprimida por la falta de atención de su marido y la inexistencia de sentido en su vida.

Un ya famoso (pero desconocido hasta ahora para mí) sistema de repartición de almuerzos caseros para los cientos de miles de oficinistas que no pueden desplazarse hasta sus casas al medio día se convierte en el motivo que une a estos dos seres. Las posibilidades de que los repartidores se equivoquen con las direcciones de entrega son de una entre 6 millones (leo ahora), y gracias a este mínimo margen de error tenemos una historia para ver.

Ella se esmera en prepararle a su esposo las mejores recetas, pero sus platos no le llegan. Él se conforma con la comida de un restaurante cercano, pero empieza a percibir que los platos mejoran inexplicablemente. El detalle final son las cartas, la correspondencia que se inicia entre estos dos seres y que me hace a mí esta película entrañable. Además de mi debilidad por las cartas, por la comunicación epistolar, son estas cartas las que le dan a la película un tono que la aleja de los demasiados clichés del cine más comercial y de la árida cotidianidad; las cartas revelan eso que estos dos seres no tienen a quien más contar y que demuestran cómo cada uno de nosotros ve cosas distintas y hace particular nuestra propia existencia a través de esa visión.


Podría ser una comedia romántica, pero afortunadamente no alcanza a serlo; podría ser un drama, pero –menos mal– tampoco lo es. Algo o mucho cambia en nosotros en cada contacto con otro ser humano, el más distante o el más cercano. Ella tomará una decisión que todos aprobamos y él aprenderá lo fácil que es sonreírle a un niño. 

domingo, 10 de agosto de 2014

El gran hotel Budapest




Una civilización en vías de desaparecer, un botones que huye de la guerra en su país y que llega a otro en donde otra está a punto de empezar, una mujer inmensamente rica a quien sólo un conserje le inspira amor, una pintura incomprensiblemente invaluable, un escritor perfectamente curioso, un hijo dispuesto a todo para quedarse con una herencia, una muchacha que lee en un parque, un escritor que recuerda el joven escritor que fue... Un país "inventado" de Europa del este, una guerra "inventada" de la década de 1930, un hotel donde muchas mujeres asisten para pasar sus últimos y únicos mejores días... Todo esto mezclado y contado en menos de dos horas sin el menor dramatismo. Entré pensando en una película con una trama detectivesca-policíaca -porque me niego a ver otra película más sobre la II Guerra Mundial- y salgo hablando de otra película de la II Guerra, inspirada en la obra de Stefan Zweig.

Gustave encarna lo mejor de esa civilización que la guerra amenaza con desaparecer; es el perfecto caballero europeo que mantiene su compostura, diplomacia y sentido de la estética aún en los peores momentos: un período en la cárcel, una fuga por las cloacas, una discusión que no lleva a ninguna parte, un arma a punto de disparar. ¿Cómo no ser arribista en un medio que brinda tan pocas y difíciles posibilidades para mejorar de condición social?, ¿se puede llamar arribista a quien de modo brillante se hace indispensable y tiene la capacidad de prever las necesidades de otros?, ¿querer mejorar el modo de vida es arribismo?

Por momentos cercana a la poesía del expresionismo alemán; por otros, a las mejores escenas de Los locos Adams (dice C. y tiene razón) o del cine mudo de principios de siglo XX. El gran hotel Budapest es (como diría una buena reseña de crítica cultural) inteligente y divertida. Una comedia que cuenta tragedias, una comedia policíaca, una trama justa con todos sus personajes y un casting insuperable. El poder no siempre está detrás de la fuerza, de la imposición y del dinero; también está inserto en aquellos hilos que tejen sus redes de solidaridad entre silencios y llamadas telefónicas, entre toallas secas y baños calientes, aunque, muchas veces, nada puedan hacer ante un disparo o la bota que destruye rostros.