lunes, 15 de septiembre de 2008

Barquito de letras II


La lectura, la que siempre se mantiene en pie, me ha dado otro regalo para “el monstruo de mi curiosidad”:

“Casi siempre me gusta lo que traigo en brazos. Lo que traigo en los brazos es, casi siempre, algo profundamente vivo”. Ese “bicho difícil” es el borrador de toda escritura y yo diría que de cualquier cosa que hagamos... A veces temo que ese bicho se muera en mis brazos y por eso me levanto asustada en medio de la noche, como en las mejores y peores novelas... Leila Guerriero habla de lo que hace ella: “preguntar como quien no sabe, esperar como quien tiene tiempo y estar allí como quien no está”. La tercera es mi favorita.

“Que creen que ser cruel es lo mismo que ser inteligente”.

“Lo difícil no es entender que una víctima puede no ser monolíticamente un santo, sino entender que un dictador puede no ser monolíticamente un hijo de puta”.

“Aplico la misma ética que aplico en las cosas de la vida y que me deja en una orilla no necesariamente buena –en absoluto angelical- pero sí opuesta a la de los pusilánimes, los cobardes, los ingenuos, los corruptos, los crédulos y los delatores”. Pronunciar estas palabras cada mañana, cuando aún no sale el sol, cuando se respira profundo y se piensa por un segundo en por qué hacemos lo que hacemos, por qué vamos a desnudarnos y a meternos en la ducha. Pronunciar estas palabras y pedir, por favor, que el camino se despeje de la niebla, de la obligación, de los crueles, de los santos, de los mártires y de los hijos de puta.
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Foto por Paula.

Barquito de letras I


Un poema que me hubiera gustado escribir:

“Resulta
que ya nada es igual, nada es lo mismo,
que algo se ha muerto aquí
sin llanto,
sin sepulcro,
sin remedio,
que otro aire se respira ahora en el alma,
patio oloroso a humo donde cuelgan
tantos locos afectos de otros días.
Tendría que decir
que ha llovido ceniza tanto tiempo
que ha tiznado por siempre las magnolias,
pero es pueril la imagen y me aburro.
Me aburro dócilmente, blandamente,
como cuando era niña y me tiraba
a ver pasar las nubes,
y la vida
era larga como una carrilera.
Ahora el tren da la vuelta y unos rostros
borrosos me saludan desde lejos:
yo amé a aquel hombre que va hablando solo.
Aquel otro me amó y no sé su nombre.
La tarde se silencia y todos parten.
Soy yo la que hace tiempo ya se ha ido”.

P. Bonnett.