jueves, 18 de junio de 2015

Gente de bien




“La mejor familia es la propia”. Este es el tag line de Gente de bien y descubrirlo me hace revisar mi apreciación de la película. La sensación que me queda, después de verla es el coloquial “cada oveja con su pareja”, pero puedo estar equivocada… ¿Qué hacer? ¿Aceptar que la sociedad siempre se organizará en clases, que no se puede evitar la búsqueda de “distinción”? ¿Dejar que cada quien solucione su situación como mejor pueda hacerlo?

Lo difícil de filmar la cotidianidad es no convertirla en telenovela y la película lo logra. Con actuaciones espontáneas, la historia se gana la simpatía del espectador no solo al ofrecerle imágenes con las que se identifica plenamente, sino al presentar la complejidad de las relaciones entre clases sociales, tan marcadas en una sociedad como la bogotana, como la colombiana.

Con una economía de imágenes y de diálogos, el director muestra que allí donde está lo conocido reside aquello que menos nos detenemos a analizar: las formas de autoexclusión y de exclusión social que se han naturalizado tanto ya, que pasan desapercibidas y que, de muchas maneras, se encuentran en la base de nuestras problemáticas de violencia, de corrupción y de discriminación. Sin ánimo de hacer una reflexión sociológica, la película no solo evidencia las dificultades económicas en las que sobreviven muchísimas familias colombianas, sino la manera “inconsciente” en la que hacemos parte de nuestros hábitos la pertenencia a una clase social.

El director logra que el espectador entienda las motivaciones de los personajes: lo “bien pensante” (bienintencionado) de la actitud de la señora de clase media-alta (¿?) con los de clase baja (¿?), pero también su soledad y su confusión al no saber si lo que hace está bien o no; la resignación del padre que no le puede ofrecer algo “mejor” a un hijo con el que acaba de reencontrarse, pero también sus formas de autoexclusión de experiencias que asume como ajenas a él; la desubicación del niño que ha sido obligado a dejar su mundo conocido y cuyas alarmas de defensa siempre están encendidas.


No me convenció el premio que ganó esta película, sino Alejandra Borrero. Ella me llevó a la sala de cine, ella sin maquillaje y sin libreto.

Ella:



Un profesor de cine me enseñó que cuando nos sentamos frente a la gran pantalla y lo que vemos nos parece “bueno”, nos “gusta”, se nos olvida toda la teoría cinematográfica y nos conectamos directamente con el disfrute de la experiencia estética. Lo contrario ocurre cuando no nos “gusta” lo que estamos viendo; en este caso, el crítico cinematográfico (o literario o deportivo) que todos llevamos dentro se activa, se vuelve consciente. Esto me sucedió con Ella.

Todo parece ir bien (los primeros 30 minutos) hasta cuando las escenas empiezan a repetirse sin remedio: un tiroteo, una persecución, un charco de sangre, el corte de una pierna de res, los primerísimos primeros planos sobre los rostros de los muchachos masacrados en el riachuelo y luego apilados en la estación de policía, los rostros de muchos de aquellos que pasan la mayor parte de su tiempo entre las celdas de la UPJ. Es la pobreza y la violencia que habitan entre las calles de un barrio bogotano, en lo alto de sus montañas, la pobreza y la violencia que son tan difíciles de representar en una película o en cualquier obra de arte, porque siempre existe el riesgo de caer en la victimización, en la exageración, en la tipificación. La directora eligió el blanco y negro, precisamente, para evitar estos riesgos, para distanciar lo abrumadoras que podían resultar las imágenes para el espectador, pero el descuido en el trabajo del guión y en el de edición hacen que ese esfuerzo resulte insuficiente, aunque las imágenes no resultan abrumadoras, sino gratuitas. En este caso (y quizás en todos), menos siempre resulta más.


Tal vez habría que recordar La estrategia del caracol; los personajes, claro, son distintos, porque no funciona igual un inquilinato en Ciudad Bolívar que uno en el centro, pero las actuaciones no son el problema de Ella. Por el contrario, los protagonistas elegidos hacen una excelente interpretación de su papel (algunos papeles secundarios sí caen en actuaciones acartonadas, pero son la minoría). El problema, entonces, es una historia que reitera la falta de alternativas para las vidas de los personajes, pero que no lo hace de manera creíble, y cuya solución parece ser una venganza con la que el espectador no logra conectarse del todo (o al menos, no yo). La historia se complica y se alarga sin aportar demasiado a la propuesta estética. Si el tag line de la película es “por la dignidad humana”, no sé qué tanto logra demostrarlo la historia, su representación. Juzguen ustedes.