“La mejor familia es la propia”.
Este es el tag line de Gente de bien y descubrirlo me hace
revisar mi apreciación de la película. La sensación que me queda, después de
verla es el coloquial “cada oveja con su pareja”, pero puedo estar equivocada…
¿Qué hacer? ¿Aceptar que la sociedad siempre se organizará en clases, que no se
puede evitar la búsqueda de “distinción”? ¿Dejar que cada quien solucione su
situación como mejor pueda hacerlo?
Lo difícil de filmar la
cotidianidad es no convertirla en telenovela y la película lo logra. Con
actuaciones espontáneas, la historia se gana la simpatía del espectador no solo
al ofrecerle imágenes con las que se identifica plenamente, sino al presentar
la complejidad de las relaciones entre clases sociales, tan marcadas en una
sociedad como la bogotana, como la colombiana.
Con una economía de imágenes y de
diálogos, el director muestra que allí donde está lo conocido reside aquello que
menos nos detenemos a analizar: las formas de autoexclusión y de exclusión
social que se han naturalizado tanto ya, que pasan desapercibidas y que, de
muchas maneras, se encuentran en la base de nuestras problemáticas de violencia,
de corrupción y de discriminación. Sin ánimo de hacer una reflexión sociológica,
la película no solo evidencia las dificultades económicas en las que sobreviven
muchísimas familias colombianas, sino la manera “inconsciente” en la que
hacemos parte de nuestros hábitos la pertenencia a una clase social.
El director logra que el
espectador entienda las motivaciones de los personajes: lo “bien pensante”
(bienintencionado) de la actitud de la señora de clase media-alta (¿?) con los
de clase baja (¿?), pero también su soledad y su confusión al no saber si lo
que hace está bien o no; la resignación del padre que no le puede ofrecer algo “mejor”
a un hijo con el que acaba de reencontrarse, pero también sus formas de
autoexclusión de experiencias que asume como ajenas a él; la desubicación del
niño que ha sido obligado a dejar su mundo conocido y cuyas alarmas de defensa
siempre están encendidas.
No me convenció el premio que
ganó esta película, sino Alejandra Borrero. Ella me llevó a la sala de cine,
ella sin maquillaje y sin libreto.
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