jueves, 28 de febrero de 2013

Silver linings playbook






Promocionada como una comedia, la gente en la sala de cine espera la menor oportunidad para reírse. Silver linings playbook (El lado bueno de las cosas/Juegos del destino) es una comedia en el sentido clásico de la palabra, es decir, es una obra que tiene un final positivo para los personajes, pero eso no la acerca a la comedia romántica ni a la tradicional comedia gringa, así como tampoco al consabido drama o a esas películas que confunden mostrar la “realidad” con el naturalismo más truculento.

Pat hace aquello que todos querríamos (consciente o inconscientemente) si vemos a nuestra pareja teniendo sexo con alguien diferente a nosotros: golpear a ese alguien, golpear y golpear hasta casi desaparecerlo. En Colombia (no sé cómo sea en otros países), hay una ley que ampara al “acusado” en casos de “ira e intenso dolor” para rebajar su pena (que esté bien o no, no podré discutirlo ahora), pero en Estados Unidos, al parecer, no. Pat será juzgado por su esposa (la que invitó a otro hombre a bañarse con ella en la casa que compartía con Pat –sin el consentimiento de Pat–), por su familia, por sus jefes y por sus vecinos, como alguien que no logra controlar su ira fácilmente y, por ello, es enviado a recluirse en un hospital para mejorar su salud mental.

Cuando su mamá lo recoge para llevarlo a casa, Pat sólo puede pensar en recuperar a su esposa (la misma que prefirió a otro hombre en su ducha, la misma que opinaba que Pat estaba demasiado gordo, que era demasiado esto, tan poco aquello… para ella), en ser una mejor persona para ella, entonces, aparece Tiffany, que pelea con el mundo porque su esposo ha muerto, porque el regalo que había comprado para ella se quedó esperándola en el asiento del auto, porque hombres y mujeres le dicen puta, pues ha hecho lo que ellos y ellas quisieran hacer o que les hagan, porque su hermana mayor siempre quiere ser la mejor para que los demás la aplaudan…

Parece fácil. Pat y Tiffany comparten cosas que la mayoría de nosotros no se atreve a compartir: su “locura” o, mejor, aquello que los demás llaman “locura” (incluidos los medicamentos que ya no quieren tomar para tranquilizar su mente). Pero no es fácil, puesto que ambos no han podido soltarse del todo de su herida. Aunque parezca absurdo, es difícil dejarle de ser fiel a un muerto o a alguien que nos ha “traicionado” o que, simplemente, no nos ama, es difícil darse cuenta de los finales y de los comienzos y, más difícil aún, aceptarnos así como somos y mostrárselo a los demás.

Cada quien “pilotea” (sé que no es correcto, pero no puedo encontrar en este momento una mejor metonimia) su “locura” lo mejor que puede (aunque hay momentos en los que TODO parece salirse de control). Cada padre está con su hijo lo mejor que puede, cada madre expresa su amor lo mejor que puede, cada hermano mayor intenta “guiar” al menor como mejor le parece, cada quien procura tener la pareja que desea de la forma que le parece bien. Lo mejor de esto es que siempre habrá equivocaciones (también muchos aciertos), pero también “silver linings” y “playbooks” para intentar hacerlo de otra forma, en lo que sigue. 

jueves, 21 de febrero de 2013

Amour, de Michael Haneke:




El ‘trailer’ no es atractivo, tampoco las fotografías y fotogramas que se pueden encontrar en Google… Voy a la sala de cine llevada por los comentarios de quienes ya la han visto…

Aquí no hay banda sonora; los sonidos son pocos: los ruidos cotidianos de una casa habitada por dos ancianos, los sonidos de sus voces cuando conversan, el silencio de su soledad asumida, creada y protegida… Aquí no hay grandes escenarios ni grandes paisajes para mostrar, sólo un piso, la casa que habita un matrimonio que ha decidido tener al margen a quienes quieran ‘preocuparse’ por ellos, a quienes quieran entrometerse en sus destinos elegidos, a la soberbia de los hijos con sus padres (con nuestros padres), la de los médicos con sus pacientes, la de los jóvenes con los viejos.

Pocas veces nos detenemos a pensar en la vejez, en nuestra vejez. Esta película la recuerda todo el tiempo. Miro mi cuerpo y pienso en eso, aunque parezca absurdo y ahora innecesario; imagino mi cuerpo, la lentitud, la mirada, el dolor, entonces, voy más despacio…

Recuerdo una novela de Tomás González (La luz difícil) en la que el narrador cuenta cómo ha debido dejar a su esposa en manos de una hermana de ella, porque él ya no se siente con fuerzas para seguirla cuidando en su enfermedad. Recuerdo las palabras del sacerdote católico en la ceremonia nupcial: “en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en la tristeza y en la alegría”…El personaje de González, simplemente, se cansa y, a pesar del amor que pueda sentir por su esposa, debe pensar en sí mismo también para no exceder sus fuerzas. ¿Cómo saber si nuestro amor durará ‘para siempre’, cómo saber si se podrá cumplir esa promesa?

Pienso en las parejas que conozco, pienso en mis padres, en mis tíos y en mí misma… En Amour aparece el amor que ha traspasado todas sus etapas. Ya no queda nada de aquel amor infantil que aprendemos en la televisión, en las novelas, en los cuentos, en las canciones, en las películas, en los poemas, en la ópera; está el amor despojado de toda ilusión, el más difícil, el que casi nadie quiere, del que todos tratamos de escapar en algún momento, en muchos momentos...

Alguien me dijo que el matrimonio es compartir la vida… Parece obvio, pero esta película lo hace claro; ella dice ‘incoherencias’ que sólo él entiende… Anne mira el álbum de fotos y dice: “La vida larga y bella”. 

jueves, 7 de febrero de 2013

Django unchained:






Qué bueno reconciliarse con el cine de Tarantino. Después de la desilusión de Bastardos sin gloria, puedo decir que esta última película del cineasta estadounidense, me deja con la misma sonrisa que me dejaron Pulp fiction y Kill Bill, tal vez, incluso con una más grande que en esta última, porque fue en un solo “volumen”.

Nada mejor para mostrar la sevicia y el absurdo de la cultura estadounidense contra los negros que instalarse dos años antes de la Guerra Civil y caminar al lado de un esclavo liberto llamado Django y de un alemán Doctor Shultz quien (antes de las dos Guerras Mundiales) no puede entender cómo un ser humano es entregado a perros entrenados para despedazar a un hombre. Nada mejor para un argumento “western” (un cazarrecompensas y un  vaquero -negro- que busca vengarse y salvar a su amada) que alimentarse con una leyenda alemana: la de Brumhilda y Siegfred; el héroe “western” salvará a la princesa del dragón y del círculo de fuego... La princesa caerá desmayada por la belleza de su héroe, su inteligencia, su elocuencia y su valentía.

Django descubre su habilidad para manejar armas de fuego, su facilidad para acostumbrarse a matar blancos (con prejuicios raciales) y negros que actúan como blancos (con prejuicios raciales), pero también descubre el poder de la palabra y las ventajas de dominar las emociones a través de la inteligencia.

Aún no me acostumbro a aceptar que en el fondo de todos nosotros hay un instinto de destrucción y que la mayoría de acciones que emprendemos, de movimientos que hacemos, se encaminan a canalizar ese instinto. La venganza hace parte de él, los fines que justifican los medios... Me alegro cuando asesinan al “malo” (al obstinado, al envidioso, al traidor, al ladrón, al asesino de “inocentes”, al mezquino, al ambicioso) en las películas de Tarantino, aunque mi “buena conciencia” quiera creer que los “malos” son solo personas sin educación y con enfermedades en su mente y en su espíritu. Me parto de la risa en la sala de cine cuando vuelan los pedazos de brazos y piernas, de cerebros, estómagos y corazones, cuando estallan las bolsitas con "sangre". César me hace caer en la cuenta: es la exageración lo que aleja el cine de Tarantino del dilema ético de la venganza... Entonces sigo riéndome cuando el cuerpo del mismo Tarantino-actor salta por los aires y solo queda de él un hueco en la tierra...

Me volví a encantar con los diálogos y con las actuaciones, con las tensiones precisas, con el hilo narrativo que nunca decae. Qué bueno reconciliarse con el cine de Tarantino.