lunes, 23 de junio de 2014

Ella en Shakespeare




Son las 9 de la noche de un martes de junio de 2014. Vengo caminando sobre la 13 rumbo a mi casa; después de varias calles compartiendo el andén con otras personas, el recorrido continúa sobre una calle en la que no camina nadie más y, entonces, aparece él. No recuerdo su cara ni su voz; sólo sus palabras con las que amenaza con cortarme, si no le doy todos los billetes que tengo… Después de entregarle todo lo que llevo en mi monedero y de seguir escuchando su descontento por algunos metros, el hombre se va quedando atrás, entretenido contando las –por fortuna– numerosas monedas que le he dado, y me digo a mí misma que, por esta vez, eso ha sido todo… Lo que me invade es la tristeza, la desilusión por no poder caminar a la hora que quiera, sola, por las calles de la ciudad en la que decidí vivir; lo que me entristece es limitar mis acciones a horas y sitios delimitados por otros y no por mí. Un amigo dice que la seguridad de una ciudad se mide por en qué medida una mujer puede caminar sola a cualquier hora...

Ella en Shakespeare, obra de teatro dirigida por Manolo Orjuela y protagonizada por Alejandra Borrero (mi musa, si fuera dramaturga o libretista) y Erik Rodríguez, encara este tipo de situaciones (ante las que mi caso sería apenas un impase, un dato de estadística), denominadas como violencia de género. Si bien es cierto que la violencia no tiene sexo, ni edad, ni condición social, también es cierto que las mujeres resultan ser más vulnerables que los hombres, en ciertas situaciones amenazantes. Lo difícil de montar una obra con “responsabilidad social” es terminar construyendo un documento, un testimonio, más que arte; lo difícil de poner en escena situaciones conocidas por la mayoría de los colombianos (hasta por mí que no veo televisión ni leo periódicos) es limitar el sentido de la obra a un ámbito local e impedir la universalidad a que aspira el arte.

Lo interesante de Ella en Shakespeare es que logra trascender lo local, lo testimonial y lo periodístico, a través de la inclusión de ciertas escenas de las tragedias de W. Shakespeare que le permiten al espectador construir una distancia frente a las situaciones representadas: noticias de casos en los que mujeres han sido depositarias de la enfermedad y la locura de hombres; noticias repasadas una y otra vez por los medios de comunicación y que ya se han instalado en la memoria colectiva de los colombianos.

Me duele el cuerpo y el alma al recordar cada caso de violencia sexual, de violencia física; me duele cada asesinato y cada cicatriz que ha dejado la imposición de la fuerza de un hombre sobre una mujer. Me duele el amor que se convierte en deseos de venganza, me duele cada “no” que se convierte en deseos de dañar, de “castigar”. Duele la libertad amenazada por un ego desorientado, desbordado, inseguro, enfermo.

Con una puesta en escena minimalista, sobria, que deja resaltar las excelentes interpretaciones de los dos actores, cabe añadir que, pese al acierto de reescribir nuestras tragedias actuales otorgándoles la profundidad de las tragedias renacentistas, es necesario preguntarse si el espectador podría entender la obra en su totalidad sin leer antes el “Programa de mano”, en donde se especifican, en su orden, cuáles escenas de las tragedias de Shakespeare se retoman y a partir de cuál evento trágico de violencia contra la mujer en Colombia se construye lo representado; quizá ciertos detalles podrían haber sido eliminados y reemplazados con otros menos apegados a la noticia que difundieron los medios o los mismos familiares de quienes sufrieron los vejámenes. Por último cabe preguntarse acerca de la pertinencia de incluir la escena en donde se critican los matrimonios obligados de menores de edad en algunos países del Medio Oriente, pues sacan del contexto local al espectador de manera un tanto abrupta; también me inquieta la pertinencia de incluir la proyección de las escenas capturadas por las cámaras de seguridad, mientras se perpetraba el asesinato de una mujer a la vista de cientos de personas.


Sigue siendo difícil juzgar este tipo de obras y sigue siendo difícil hablar fuera de mi propio cuerpo, de mi propio temor y de mi propia tristeza.