sábado, 26 de noviembre de 2011

La extraña:

¿Por qué voy a cine?, ¿qué busco en las películas? Busco otras mentes, busco otras formas de pensar, otras maneras de sentir, ver y comprender este aquí y ahora míos. ¿Qué pasa cuando esa otra forma de pensar no me gusta, cuando esa otra manera de ver se torna inaceptable? Eso pasó con La extraña.



Me queda claro que la cultura turca es muchísimo más cerrada, conservadora, tradicional, retrógrada y patriarcal que la colombiana (o tal vez la película sólo sea la visión de una alemana sobre el problema); me queda claro que para los turcos las mujeres son sólo objetos depositarios de un capital simbólico, social y económico, de la honra masculina, del poder masculino… Lo entendí porque la película no plantea salidas a esta situación, lo entendí porque, aunque al personaje se le presentan alternativas para salir de la degradación y apabullamiento a los que la somete su propia familia, su propia comunidad, le es imposible hacerlas efectivas para su salvación, para su crecimiento. ¿Qué se puede esperar si la familia nos da la espalda?, ¿qué se puede esperar si ante la elección entre una hija y el “respeto” por parte de la comunidad, el padre, la madre y los hermanos eligen la comunidad?, ¿qué se puede esperar si una mujer es encerrada por su propia familia?, ¿qué pensar si debe llamar a la policía “extranjera” para que la ayude a salir de su encierro?





Ella, extraña para su familia, extraña para su esposo, extraña para la comunidad turca y extraña para sí misma ante los berlineses, sigue buscando afuera, en esos que la juzgan, una mano que la ayude; falla la percepción cuando insistimos en ser aceptados, en ser amados por un alguien imposibilitado para hacerlo (por ignorancia, por falta de ganas, por costumbre, por lo que sea), falla la percepción cuando no podemos comprender lo que es real, lo que tiene fuerza y nos da fuerza en el aquí y ahora, falla cuando no podemos cuidarnos ni cuidar a quienes, realmente, nos rodean…





Sigue la pregunta, continúa allí como una excusa inteligente para seguir yendo a cine, para seguir viendo películas: ¿Hasta qué punto es válido aquello de que el arte –suponiendo que el cine o, por lo menos, esta película pretenda serlo– no debe ser ciego ante la realidad? ¿Por qué sigue siendo para mí más importante aquella frase de Lautrec: “Nada de patetismo en arte; para eso está la realidad”? Entre la ceguera idealista e ingenua y el patetismo desenmascarador no encuentro lugar para La extraña; sólo recuerdo mi rostro desencajado y mi cuerpo llevándome fuera de la sala antes de ver la escena final, la escena imposible… Afuera de la sala, me pregunto si todo lo que vi era necesario. Virginia Woolf decidía, con un cigarrillo entre los dedos y los labios, a cuál de sus dos personajes matar, cuál de ellos debía o tenía que morir, y la respuesta parecía ser: el menos apto para esta vida, tal y como la conocemos; la genuina existencia que al desaparecer duele en el lector más de lo esperado…





Ingenuamente, me digo que yo hubiera escrito un final diferente para la película, uno que no le restara la fuerza de su crítica, que no dejara de conmover y de sensibilizar hacia la situación de tantas mujeres, uno que me permitiera que al recordarla, la muerte vista no me doliera tanto y tanto…