miércoles, 30 de enero de 2008

Enero sin nubes

Quiero encontrar un libro titulado Sonata para un hombre bueno; en él se contaría la historia de un hombre cuya vida cambió después de escuchar música, de leer literatura y de observar la manera en la que otros se amaban... Tal vez los cambios suceden cuando eso que creemos ser es tan sólo la adecuación a una circunstancia, cuando la falta de tolerancia (diferente a la indiferencia) de una sociedad nos obliga a ser dogmáticos con nosotros mismos, represivos con nosotros mismos, laxos con nosotros mismos...
De “Adiós a Lenin”, pasando por los “Los educadores”, llegamos a “La vida de los otros”, una película que apareció a principios del año que acaba de terminar y que inauguró mi cinefilia de este año.
Estas tres películas también inauguran mi admiración por la cinematografía alemana, por la capacidad que han tenido sus directores para elaborar su Historia, sus fantasmas e incertidumbres. “La vida de los otros” no deja de tener un sesgo: “la vida en Alemania occidental era mejor que en Alemania oriental”, sin embargo, hay algo que está más allá de esto: los alcances del totalitarismo, del dogmatismo, en el que el cuestionamiento no tiene cabida, en el que quien no se acomoda a pensar de una misma forma siempre es expulsado de la sociedad o atemorizado, aprovechando sus más humanas debilidades; y ahí está el cine, el arte, las imágenes que nos producen angustia, pre-ocupación, pero también las que nos producen sorpresa, confianza...
Desde “El laberinto del fauno” una película no me conmovía tanto, desde “El laberinto del fauno”, una película no me regalaba la esperanza en lo humano de una manera tan hermosa, con tanta justeza. Ver “La vida de los otros” es alejarse del efectismo de muchas producciones cinematográficas actuales, y acercarse a la cuidadosa estructura de un reloj sensible, de una máquina subjetiva que fija cada detalle en el espectador, porque cada detalle tiene sentido, crea el sentido y lo va dirigiendo poco a poco hacia un lugar preciso.
Aquí no hay que esperar la euforia de la caída del muro, tampoco la reconciliación dramática en la mitad de una calle, mucho menos la imperturbable lealtad de la persona que amamos; aquí los ángeles son débiles y sufren por ello, los “peces gordos” llevan a la ruina, con su sebosa ceguera, el proyecto de una sociedad más justa. Y es precisamente aquí que un hombre decide cuestionar algo que se ha vuelto mecánico en su vida, decide acercarse a los otros, decide comprenderlos, decide darles la oportunidad de seguir siendo ellos mismos... ¿Y él? Él recorre las calles de Berlín, arrastra un carrito lleno de cartas, sigue cuidando la vida de los otros... Sigue permitiendo que se escriban las páginas de Sonata para un hombre bueno...

Quiero encontrar algunos seres humanos a quienes regalarles ese libro...