sábado, 12 de septiembre de 2009

Frutos extraños:

Lamujerdemivida se llama Leila Guerriero y publicó en julio de este año la primera antología de sus crónicas (Leila empezó su trabajo como periodista en 1992): Frutos extraños. Crónicas reunidas 2001-2008. Fui a la Feria del Libro buscando un libro de Villoro, pero al doblar un stand, allí estaba su fotografía: gigante, ampliada, su imagen distante, su mirada descreída, su cuello hacia atrás, no la sonrisa fácil, condescendiente, y tampoco la pose pedante o fría…

Lo primero que leí de Leila fue un texto titulado “Me gusta ser mujer… Y odio a las histéricas”; no una crónica, no un reportaje, no un comentario, no un perfil, sino lo que ella llama en éste, su segundo libro (el primero fue Los suicidas del fin del mundo. Crónicas de un pueblo patagónico), sus “Discusiones”. Hay una paradoja aún mucho más curiosa: el primer texto que le publican a Leila (el texto con el que se jugó su vida) es un cuento, es literatura… Leila no estudió periodismo, Leila no esperó a que le abrieran las puertas, ella se defendió como pudo y patea cuando no le abren… Parece rudo, parece feminista, pero nunca será esto, jamás será esto. Leila Guerriero entra sutilmente, respetuosamente, en la vida de las personas sobre quienes escribe, se queda allí, escuchando, mirando cuidadosamente, y espera… Luego se encierra y escribe…

Con Leila he aprendido (entre muchas otras cosas) que el periodismo no tiene nada que envidiarle a la literatura, que muchos periodistas tal vez leen más que muchos otros literatos, que me gusta más lo que escribe esta mujer que mucho de lo que escriben los autores de ficción por estos días y que la literatura no es la dama de las letras, que la realidad es un imán y sólo necesita de alguien que sepa ver, que tenga tiempo, que quiera tener tiempo para percibir sus “extraños” frutos…

Ningún lector vendrá a este libro porque quiera encontrar alguna crítica política, económica o social y, sin embargo, los textos de Leila Guerriero son "siempre, la historia de algo mucho más devastador, mucho más grande que la historia de uno solo"; creo que los lectores vienen a Leila por los personajes que transitan por sus páginas escritas, por las versiones que ellos "eligen contar como verdad", por aquellas tantas cosas que el mismo periodismo desecha o elabora sin mucho interés. Leila, atenta a esa realidad, a esas vidas que nunca se detienen, que siempre tienen algo que decir, siempre pregunta “¿por qué no?”, entrega a sus lectores formas diversas de entender o de no entender lo que no vemos, lo que a veces parece tan superficial que no reparamos en ello…

Hay una mujer que fue violada, un recién nacido y un cuchillo, una mujer que escribe sobre un cuaderno de niña; hay un Facundo Cabral desconocido y cercano; hay un mago y una mano que falta; hay un hombre frente a un telón, frente al dilema de su vida; hay un grupo de hombres y mujeres que recogen, recuperan los huesos, las huellas de lo que torpes manos quisieron hacer desaparecer (no sólo en Argentina, no sólo en Latinoamérica); hay mujeres que conducen carros rosados, vestidas de rosa y brillantes en plena media tarde; hay un chino de la China conociendo el mundo; hay caminos patagónicos y estantes vacíos; hay un grupo de rock más extraño aún (para mí) que Radiohead, más extraño aún que una obra de arte contemporánea, más conceptual que el arte conceptual; hay un México que no está en los city tours, ciudades que no son de catálogo, porque en realidad ninguna ciudad es de catálogo; hay una música que enseña a escribir; hay historias sobre estas historias y lo que dejan oír, lo que permiten entender para seguir…

Leo a Leila como se lee en la adolescencia, con ahínco, con amor, con asombro metafísico. En medio de la soledad, del absoluto aburrimiento, sus textos (mis amuletos), hace cinco años, me dieron lo que cada día agradezco, lo que cada día no permite que me quede dormida a media mañana o a media tarde, lo que espanta los bostezos y cierto fango que a veces aparece en la ruta...

Nueve reinas

Dirigida por Fabián Bielinsky y presentada en el 2000, Nueves reinas era para mí un mito, era “la mejor película argentina de los últimos años”. Nueve años después y tras meses rastreándola (no sé si se pueda bajar por Internet; nunca lo intenté) por el mercado pirata de esta ciudad (dicen ellos, los piratas, que el de Perú es mucho mejor) por fin puedo hablar de Nueve reinas. Una película de ladrones sin policías ni disparos ni sangre, una película de ladrones bien vestidos (con modestia) que la mayoría de las veces pasarían más por magos; sería mejor, entonces, no hablar de ladrones, sino de estafadores, porque una gran estafa es lo que narra esta película.

Las verdades se vuelven mentiras y las estafas se vuelven verdades, lo falso resulta cierto y tener “cara de bueno” sigue ayudando mucho.

Hay ladrones que roban y continúan su carrera (orejas que sangran, mujeres que gritan, hombros que duelen), hay ladrones que roban y se pierden en su moto, en su carro, hay ladrones que abren carros, hay ladrones que deslizan su mano dentro de un bolsillo, dentro de un bolso, hay ladrones que usan trucos, que los pasan de generación en generación, ladrones que engañan, ladrones que necesitan que alguien crea en sus mentiras, en sus ilusiones; ninguno saca un cuchillo o una pistola o una sarta de ofensas y humillaciones para intimidar a su víctima. Los ladrones, los estafadores de Nueve reinas usan su ingenio, su astucia para conseguir lo que quieren que les den, lo que necesitan que les sea entregado: dinero.

Los bancos, como pirámides con corbatas costosas, también se derrumban, también vuelven agua las ilusiones de los clientes; los dueños empacan sus cosas (también sus billetes) y se van del país, ellos, los de la astucia blanca, casi transparente, los respaldados por las leyes… El “laburo” y la “guita” en una Argentina de principios de este siglo, en medio del “corralito”, bordeando el “cacerolazo”…

Hay una herencia robada, decenas de deudas no saldadas, expropiación. Hay una mujer que necesita una verdad y fabrica una enorme mentira para conseguirla, hay un hombre y el fantasma de su padre en la cárcel diciéndole que no, que él no es capaz… El vivo no siempre vive del bobo, el bobo a veces sólo quiere mantener su “bajo perfil”...