jueves, 20 de octubre de 2011

Zoé en Bogotá:

Me resulta difícil hablar de música. Creo que es lo más cercano a lo que alguien llama la “caverna sensorial”; trato de recordar el concierto de Zoé en el Teatro Mayor y sólo vienen a mí sensaciones… Escucho música, todos los días; a veces una emisora (la misma de hace diez años), otras una canción (que se repite una y otra vez), otras más un álbum (que se repite hasta terminar con la batería del reproductor)… Con Zoé es el Memo Rex Commander y el corazón atómico de la Vía Láctea porque “Vía Láctea”, porque “Vinyl”, porque “No me destruyas”, porque “Corazón atómico”, porque “Nunca”, porque “Paula”…

Ya sé lo que iba a encontrar, lo que escucharía: Música de fondo con la Filarmónica de fondo y sí, todo es perfecto, todo suena absolutamente como lo imaginé y mejor. El vocalista juega con sus juguetes electrónicos para entregar una voz que siempre parece venir de otro lugar, de otro espacio; la voz de ella parece venir de otro cuerpo y los botones que pulsa la conectan a ese cuerpo. Tenía la ventaja (¿?) de no haber visto ninguna imagen de MTV y las imágenes que tengo ahora son las únicas que hay en mi memoria… Es extraño recordar hoy que hace doce años pasaban los videos de Zoé y a mi hermano y a mí nos parecía un sonido tan nuevo, tan de otro mundo, de otro milenio y, al mismo tiempo, tan del fondo de nosotros mismos; es extraño que ahora estuviera sentada al lado de dos adolescentes que gritaban más que yo hace doce años; es extraño que yo no deje de recordar una canción que no estaba en el repertorio (no la “Bésame mucho” del final) y que tocaron al principio, una canción que ninguno de los allí presentes había escuchado (eso dijo él). Fue un regalo para los que estuvimos allí y fue una guitarra y unas palabras que me llevaron muy lejos, cruzando el océano, que me hicieron pensar en hombres a quienes no les importaría morir, hombres que no piden nada, hombres que no dan nada, hombres instantáneos, hombres que sólo quieren arrancarle al día algo que los haga sentir, algo…

lunes, 3 de octubre de 2011

Ruven Afanador en el MAMBO:










Ochenta fotografías, ochenta retratos, ochenta rostros, ciento sesenta ojos; son los seres que han sido atrapados en el tiempo por la mirada del fotógrafo colombiano (hasta los catorce años, cuando se va a Estados Unidos) Ruven Afanador. "Fotógrafo de moda" lo llaman en las sinopsis, pero yo veo mucho más que eso (que no es poco, sin embargo); veo a un artista que logra lo que a mí misma me hubiera gustado lograr de ese arte, del arte de detener el tiempo en un gesto, en una mirada, en una actitud, en un cuerpo…



De la fotografía, no los paisajes (aunque también), no los objetos, no los movimientos, sino las personas, los rostros, los cuerpos: cómo se mueven, cómo llevan lo que tienen puesto, cómo miran, cómo saben cuál es el lugar que ocupan en el mundo, en su mundo.
De Afanador, nada, hasta ver algunas de sus fotografías en una revista colombiana hace un poco más de un lustro. La exposición de sus fotografías en el MAMBO me confirma la fascinación que sentí cuando las vi en la revista: tenía en blanco y negro para mí (y para las otras siete personas que también estaban allí) esos seres que habían pasado por sus ojos.



Creo que, en el fondo, a todos nos gusta que nos tomen fotografías (por eso las cámaras digitales y el Facebook); conservamos la fascinación que sentimos cuando siendo niños nos miramos y nos vimos, por primera vez, en un espejo… Yo aún me sorprendo cuando me veo en una fotografía, cuando me siento real existiendo en un espacio, entre otros cuerpos, entre otros ojos… La realidad que crea Afanador es una realidad de sueños (algunos dicen que demasiado light), de lo que deseamos, de lo que, a veces, quisiéramos ser, del personaje que quisiéramos inventar y que, a veces, logramos inventar sobre nosotros mismos, un inventar que significa solamente dar realidad a lo que está dentro, lo que creemos de nosotros mismos, y que por timidez, por inseguridad, por miedo al qué dirán, por miedo a las miradas desaprobatorias, por miedo a los que sólo buscan destruir la belleza, dejamos allí, sin forma, sin expresión, sin color.



Miro sus fotografías y me enamoro de las bailaoras, me enamoro de Sevilla, me enamoro de su fuerza y de su belleza difícil, me enamoro de la perfección de los cuerpos de los bailarines, de los toreros, me enamoro de esas personas a quienes Afanador ha descubierto en la intimidad, cuya belleza se revela en el cuarto oscuro (o con ayuda del Photoshop, o de otros programas más sofisticados que ignoro). Me enamoro de la visión única que ha logrado desarrollar este artista quien no le teme –sino que, por el contrario, ha convertido en sus aliados– a la moda, a lo light, a lo comercial, a la cultura show, a los clichés, que ha encontrado en ellos su inspiración y, sobre todo, la realización de sus propios deseos, de sus sueños, de lo que llamamos nuestras obsesiones (como un Almodóvar de la fotografía). Afanador no pretende engañar al espectador ni a sí mismo con la apariencia de una nueva realidad creada; realza la simulación de la realidad creada a través del maquillaje, de los objetos, de la escenografía, del color, de la pose; ahí reside su honestidad y la belleza que crea.



Me fascino aún más por la obra de este artista, por la vida de este hombre, por su fidelidad a sus convicciones, a sus intereses, a sus sueños (la misma fidelidad que hay en la mirada de aquellos a quienes ha fotografiado), al mundo que ha creado para sí mismo y para sus historias de imágenes, entonces, aparece la frase de Afanador: “Pienso que todo en la vida evoluciona en círculos y que, a veces, algunos se demoran mucho tiempo en completarse”. Como en la película de Medem Los amantes del círculo polar, como en mi propia vida, los círculos siempre buscan cerrarse; lo que deseamos, aparece en el momento justo, la vida que avanza y que, a veces, da la impresión de desarrollarse en un mundo muy pequeño, “como un pañuelo”, a la medida de nuestros deseos, a la medida de nuestros aprendizajes, a la medida de la forma que le damos a nuestros miedos-deseos.