viernes, 21 de febrero de 2014

Dallas Buyer Club:




La mayoría de los de mi generación, nos hemos visto enfrentados al terror que produce practicarse el examen del VIH, pero también la mayoría de nosotros –de aquellos que conozco–, hemos sentido el alivio de saber que, a pesar de los riesgos que se corrieron, a pesar de la ingenuidad, de la ignorancia, esta –esa– vez no pasó nada más de lo que nuestras emociones perdieron o ganaron.

El protagonista de esta película recibe un positivo en su examen y, por supuesto, su vida cambia, recorre la distancia de pasar los días como si la muerte pudiera llegar en cualquier momento y la vida tuviera que vivirse sin consecuencias (sexo, cocaína, whiskey en cantidades), como una implícita autodestrucción, a saber con más exactitud que cualquier otro ser sobre la tierra cuántos días quedan de estar vivo. Corre el primer lustro de la década de los 80.

Ron y Rayon se conocen en estas circunstancias y su amistad –como tantas otras– va de la extrañeza y el prejuicio (más de Ron), ante alguien que elige un camino distinto, a la comprensión y el afecto. Un vaquero con SIDA, en un momento –y aún ahora– en el que esa enfermedad se asociaba con el homosexualismo, un momento en el que el desconocimiento y la desinformación abundaban –aunque ahora también–, un momento en el que el SIDA se cubría en las familias con la palabra “cáncer” para que no se levantaran “sospechas”, para cuidarse un poco de las habladurías, de la discriminación.

Ron tiene el negocio, pero Rayon tiene los clientes. Socios obligados, abren una pequeña empresa que compite contra las enormes y poderosas farmacéuticas y, al mismo tiempo, intenta darle una mayor esperanza de vida a quienes han sido diagnosticados con SIDA. Más allá de la frontera, al sur de Dallas, en México, está el lugar donde un médico sin licencia busca, por y con sus propios medios, una medicina que les ayude a los enfermos a tener una mayor calidad de vida. En Estados Unidos, en cambio, las farmacéuticas buscan hacer legal un medicamento costoso y tóxico para estos mismos enfermos, y algunos médicos callan frente al gran negocio que se va tejiendo frente a ellos.


Ron asume su nuevo comienzo, Ron es capaz de decirle adiós a su antigua vida y empezar una en la que los riesgos ya no son un impedimento que tome más de dos segundos (lo que toma encontrar algo de dinero, poner en marcha un automóvil, hacer una llamada). Me encantan estos personajes –estas personas– que tienen la valentía de dejar de ser quienes pensaron que eran para asumirse de una manera distinta. Ojalá nunca se necesitara tener a la muerte tan cerca para atreverse a dar el paso, para atreverse a construir nuestras vidas, para intentarlo.