No suelo ver películas animadas,
a no ser que vaya con mi sobrino a cine. Anomalisa es una de esas películas
animadas para adultos, esta, en técnica stop
motion. Quizá lo más interesante de ver una película así es que, de
entrada, el espectador sabe que está viendo algo “ficticio”, aunque las
representaciones que ve en la pantalla intentan asemejarse literalmente a la
realidad.
De repente, y como una anomalía,
el espectador se da cuenta de que todos los personajes, excepto el protagonista
tienen la misma voz masculina; de repente, el espectador se da cuenta de que
todos los personajes tienen por rostro una máscara, incluso el protagonista.
Una ciudad estadounidense y un
hotel cinco estrellas son los escenarios de esta película. Michael Stone llega
a Cincinnati para dar una conferencia sobre servicio al cliente y regresará a
su ciudad al día siguiente, a su vida cotidiana con su esposa y su hijo. Michael
ha escrito un libro famoso entre todos los empleados de servicio al cliente de
Estados Unidos; es admirado por todos ellos, pero su rostro solo traduce un
sentimiento de hartazgo inconmensurable.
Michael es ya un hombre que
podríamos denominar “maduro”, pero sus relaciones con las mujeres (y quizá con la vida misma) se han
estancado en eso que también podríamos denominar “inmadurez” emocional (y
manipulación emocional, muy a su pesar). Michael se cree especial y busca a una
mujer que también lo sea; la busca en una antigua pareja a la que abandonó sin
más y la busca también en una recién conocida, admiradora de su trabajo y quien
piensa que los hombres siempre se van a fijar más en su amiga que en ella. Así
aparece Lisa.
Michael busca en Lisa una
liberación de su matrimonio y de su hijo; Lisa ha aprendido a vivir con
intensidad las cosas más simples y cotidianas de la vida, a vivir con
honestidad cada instante de su vida. Me gustan esas escenas en las que ambos se
atraen y solo media una invitación de por medio; me gustan esas escenas en las
que una relación sexual muestra cuerpos más reales que los que vemos en las
películas con cuerpos “reales”, en las que los movimientos, los sonidos,
aquello que hace nuestro cuerpo y lo que hace el otro cuerpo o le hacemos hacer
se ve más real que en las películas con cuerpos “reales”.
C. dice que hay escenas que
sobran, que solo están ahí para mostrar la pericia técnica de los creadores;
puede ser. En todo caso, todas las escenas guardan esa simplicidad de la vida
cotidiana que, quizá, sería más lenta y casi insoportable en una película “real”.
Me quedan varias cosas de esta película y, como espectadora “metafísica” que
soy, varias reflexiones: somos nosotros quienes les ponemos máscaras a los
demás, quienes somos incapaces de verlos como son, somos nosotros a los que
nada ni nadie nos satisface, incapaces de satisfacernos a nosotros mismos.