jueves, 24 de marzo de 2016

Anomalisa




No suelo ver películas animadas, a no ser que vaya con mi sobrino a cine. Anomalisa es una de esas películas animadas para adultos, esta, en técnica stop motion. Quizá lo más interesante de ver una película así es que, de entrada, el espectador sabe que está viendo algo “ficticio”, aunque las representaciones que ve en la pantalla intentan asemejarse literalmente a la realidad.

De repente, y como una anomalía, el espectador se da cuenta de que todos los personajes, excepto el protagonista tienen la misma voz masculina; de repente, el espectador se da cuenta de que todos los personajes tienen por rostro una máscara, incluso el protagonista.

Una ciudad estadounidense y un hotel cinco estrellas son los escenarios de esta película. Michael Stone llega a Cincinnati para dar una conferencia sobre servicio al cliente y regresará a su ciudad al día siguiente, a su vida cotidiana con su esposa y su hijo. Michael ha escrito un libro famoso entre todos los empleados de servicio al cliente de Estados Unidos; es admirado por todos ellos, pero su rostro solo traduce un sentimiento de hartazgo inconmensurable.

Michael es ya un hombre que podríamos denominar “maduro”, pero sus relaciones con las mujeres (y quizá con la vida misma) se han estancado en eso que también podríamos denominar “inmadurez” emocional (y manipulación emocional, muy a su pesar). Michael se cree especial y busca a una mujer que también lo sea; la busca en una antigua pareja a la que abandonó sin más y la busca también en una recién conocida, admiradora de su trabajo y quien piensa que los hombres siempre se van a fijar más en su amiga que en ella. Así aparece Lisa.

Michael busca en Lisa una liberación de su matrimonio y de su hijo; Lisa ha aprendido a vivir con intensidad las cosas más simples y cotidianas de la vida, a vivir con honestidad cada instante de su vida. Me gustan esas escenas en las que ambos se atraen y solo media una invitación de por medio; me gustan esas escenas en las que una relación sexual muestra cuerpos más reales que los que vemos en las películas con cuerpos “reales”, en las que los movimientos, los sonidos, aquello que hace nuestro cuerpo y lo que hace el otro cuerpo o le hacemos hacer se ve más real que en las películas con cuerpos “reales”.


C. dice que hay escenas que sobran, que solo están ahí para mostrar la pericia técnica de los creadores; puede ser. En todo caso, todas las escenas guardan esa simplicidad de la vida cotidiana que, quizá, sería más lenta y casi insoportable en una película “real”. Me quedan varias cosas de esta película y, como espectadora “metafísica” que soy, varias reflexiones: somos nosotros quienes les ponemos máscaras a los demás, quienes somos incapaces de verlos como son, somos nosotros a los que nada ni nadie nos satisface, incapaces de satisfacernos a nosotros mismos.