domingo, 11 de octubre de 2009

El libro salvaje

Cuando le preguntaba al escritor colombiano Evelio Rosero Diago acerca de su necesidad de escribir para niños, su respuesta fue clara: “No hay ninguna diferencia entre escribir para niños y escribir para adultos. Esas clasificaciones las hace la academia y las editoriales; yo no. Un libro “para niños” lo puede leer un muchacho de diez años o un hombre de ochenta. La “literatura infantil” es una literatura transparente; la única diferencia con mis otros libros es que siento mayor libertad y alegría cuando escribo esas historias”…

Juan Villoro es otro escritor de “literatura transparente”, de historias libres y alegres para lectores libres y alegres… Compré El libro salvaje para regalárselo a mi sobrino, que tiene dos años y le gusta mucho que le cuenten historias, le gusta mucho coger los libros, organizarlos a su modo y observar sus colores y las figuras que ve en las carátulas, tirarlos al piso y pararse sobre ellos, le gusta jugar a pasar las páginas para sentir viento y ver las letras corriendo a toda velocidad, y a veces también le gusta tomarlos, como ve a los adultos hacerlo, y ponerse a leer, a crear sonidos y palabras… Le dije a Juan Felipe que yo le iba a cuidar su libro salvaje por algún tiempo y él aceptó; así que después de este trato, El libro salvaje se dispuso a entregarme la aventura de un lector…

¿Cómo nos convertimos en lectores?, ¿qué historias hay detrás de nuestra manía de encontrar en esos objetos figuras de nosotros mismos? Sucedió casi al mismo tiempo: una mujer creyó en mí como lectora y me prestó una historia que ocurría en un París donde las mujeres parían de pie y sus hijos caían al piso, junto a las aguas putrefactas del mercado… Un hombre creyó en mí como lectora y me dio una historia de un hombre que quería ir a T y terminó yendo detrás de una X… Una maestra nos obligó a leer La metamorfosis, El extranjero, Fausto y Edipo rey; dos hombres me ayudaron a verlas de una forma distinta, viva, amada… Si hay libros salvajes, también hay lectores salvajes que están buscando un libro que los dome, libros que crean en ellos como lectores…

Después de Autopista sanguijuela y el Profesor Zíper, Juan Villoro me regala la historia de Juan, un niño que ya no se siente tan niño, que ya no es tan niño. Los padres de Juan acaban de separarse y llegan las vacaciones del colegio; la madre de Juan decide que él y su hermana Carmen se queden en casa de otras personas, mientras ella organiza sus nuevas vidas… Juan va a la casa de su tío Tito, un hombre que vive en una casa enorme del centro de la ciudad, rodeado de libros y de tres gatos. Tito busca algo de Juan, busca un lector que pueda domar el libro salvaje, el único libro que no ha permitido que él lo lea: “Los libros no quieren ser leídos por cualquier persona, quieren ser leídos por las mejores personas, por eso buscan a sus lectores”. “Hay gente que cree que entiende un libro sólo porque sabe leer. Ya te dije que los libros son como espejos: cada quien encuentra ahí lo que tiene en su cabeza. El problema es que sólo descubres que tienes eso dentro de ti cuando lees el libro correcto. Los libros son espejos indiscretos y arriesgados: hacen que las ideas más originales salgan de tu cabeza, provocan ocurrencias que no sabías que tenías. Cuando no lees, esas ideas se quedan encerradas en tu cabeza. No sirven de nada”. En la biblioteca del tío Tito hay libros peligrosos (“Son libros hechos por gente incapaz de proponer algo por su cuenta y que sólo puede destruir lo que otros hacen”) que amenazan el libro salvaje y Juan deberá ponerlo a salvo…

El libro salvaje nos recuerda que los libros son seres vivos, que su naturaleza de árbol vive en ellos y se comportan como organismos con vida propia. Una biblioteca puede ser un hogar para los libros o puede ser un cementerio… El libro salvaje también nos recuerda que los buenos lectores no son aquellos que más saben, que más han leído, sino aquellos que nutren el acto de leer con la vida misma…

El libro salvaje es también un homenaje a la literatura y a la literatura compartida, rodeada de vida: “Comimos un banquete marinero: sopa de pulpo al estilo Capitán Nemo, pescado a la Moby Dick y, de postre, Nieve del Almirante”. En la cocina de Tito también se comen cronopios, una receta sacada de Cortázar, “un inventor argentino”. El libro salvaje es un libro que me recuerda, que me insiste sobre la importancia del lector y de su experiencia: “No hay que olvidar que los recuerdos sólo existen desde el presente; alguien tiene que estar vivo para que el pasado exista y esa persona es el lector: el mundo de ayer sólo existe cuando alguien lo recuerda hoy”…

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