sábado, 10 de abril de 2010

Arráncame la vida


Así como el bolero, así es esta novela de la mexicana Ángeles Mastretta y esta película basada en ella. Este es el México de Agustín Lara, de Toña la Negra, de María Félix, de Pedro Vargas, de “Que te vaya bonito”, el México de “Cenizas”, también el México del pozole, de los chilaquiles, del mole, de las tortillas, de los corridos, las rancheras y los charros… Pero no es el México dorado de Frida Kahlo, de Diego Rivera, de Lázaro Cárdenas, el México de la nacionalización del petróleo y de la repartición de la tierra, el México que acogió a los refugiados de la Guerra Civil española y defendió a los aliados durante la Segunda Guerra Mundial; desde 1986(año de publicación de la novela) y 2008 (año de estreno de la película), Mastretta muestra una temprana podredumbre del partido de la Revolución Mexicana., desde la crisis económica de los ochentas, desde la debacle del PRI y la soledad de la sociedad civil tras el terremoto de 1985, esta escritora tiende un puente histórico para narrar la pérdida de un sueño y el nacimiento de una mujer. Desde finales de la década del veinte hasta finales de la del cuarenta, la autora muestra una clase política reacia al comunismo, a los movimientos sindicales, a los derechos de los obreros y de los campesinos, un partido “revolucionario” dogmático, amañado en sus decisiones políticas, un partido con demasiados enemigos. Andrés Ascencio, representa esta podredumbre, el apogeo y la caída de un hombre cuyos intereses políticos se reducen a otra forma de conseguir poder económico; Andrés está dispuesto a todo, con tal de no volver a vivir en la pobreza.

Catalina, esposa de Andrés, esposa desde los dieciséis años, vive la caída de Ascencio y su propio despertar como mujer; supongo que muchas mujeres se identifican con este personaje, con la esposa que a pocos años de su matrimonio se da cuenta de que su marido no es el hombre que ella imaginaba, que es un hombre que la trata como si fuera un objeto, una propiedad más, un hombre para quien su esposa no es única y que necesita muchas más para afirmar su hombría. Parece cliché, suena como uno de los tantos que existen, pero es cierto y nuestra generación no está muy lejos de lo que esta situación significó para madres y abuelas no muy lejanas en el tiempo. Catalina tiene sus ojos muy abiertos desde antes de conocer a Andrés, desde antes de casarse con él y la aparición en su vida no es más que un camino para acercarse a lo que quiere de sí misma. Catalina ama a Andrés, pero la ilusión dura poco, se va a medida que empiezan a llegar a su casa los otros hijos de su esposo, las noticias de las mujeres que viven en sus ranchos y en sus casas cercanas y lejanas, a medida que la lista de los muertos va creciendo, a medida que ya no es posible seguir teniendo dieciséis años… Catalina se desprende poco a poco de Andrés, también se va desprendiendo de sus hijos, va dejando a un lado los papeles que le ha impuesto su condición de esposa, madre y personaje público, para encontrar su propio camino –sin ingenuidad alguna, sin sacrificios inútiles, sin renunciar a sus sirvientes, a sus choferes, al dinero, a la posición social–; entre sentir y sentir que no se siente (pero siempre sentir algo) está la búsqueda de Catalina, entre el tedio y su desaparición están sus amores, está su cuerpo, su inteligencia, sus ganas de ir más allá de la tradición, de las buenas maneras…

Una película no “traiciona” o “le es fiel” a un libro; una película simplemente presenta su lectura de ese libro. En el caso de la versión fílmica de Arráncame la vida, Mastretta interviene en la adaptación y el resultado es un guión que sigue la novela, que “le es fiel”, entonces, en el sentido de presentar los hilos principales que mueven las transformaciones de Catalina y su propia voz, los giros que muestran que, a pesar de sí mismo, Andrés ama a Catalina, Andrés conoce a Catalina y la respeta, que a pesar de sí mismo, a pesar de no poder convertirla en su cómplice, a pesar de estar separado de ella por veinte años que resumen lo que va de la Revolución, de la imagen de la hacienda y el autoritarismo, a la construcción de una sociedad que incluya su renovación, su modernización, la entiende desde la distancia desde la que la observa y desde la que ella se va desprendiendo de su miedo.