De Fernando Meirelles, esta película, filmada en Londres,
Paris y Viena (y también con imágenes de Budapest, Bratislava, Denver y Rio de
Janeiro) habla de las decisiones, de las oportunidades que decidimos o no
tomar. Una mujer decide prostituirse para tener su salón de belleza; otra
decide aceptar la invitación de un desconocido hacia ningún lugar; otra más
decide terminar con su amante; otra decide tener una aventura de una noche con
alguien que acaba de conocer; una más decide terminar su matrimonio... Un
hombre decide contratar los servicios de una prostituta en un país lejano a su
hogar; otro busca a su hija entre los cadáveres de desconocidas; otro se debate
entre su religión y su ética para decidir si cortejar o no a una mujer; otro
lucha contra sí mismo para evitar volver a la cárcel; uno más desea dejar de
ser un “perro”...
Todos ellos, como en las mejores películas de Tarantino y
de González Iñárritu, se rozan en algún punto; sus decisiones afectan las de
los demás, así nunca se conozcan. Llevados de la mano de una hermosa y sutil
banda sonora, de un guión que siempre deja esperanzas acerca de nuestro poder
de decisión, de la existencia de alternativas, nos preguntamos si siempre
necesitamos a más de una persona para sentirnos bien; lo que sucede aquí es que
cada relación dura lo que debe durar y luego sólo hay un punto final y un
comienzo que no siempre empieza de la mano de alguien más, sino solos,
caminando por una calle de Paris o por las playas de Rio de Janeiro.
Me digo a mí misma que las decisiones son más importantes
que las explicaciones, que cualquier intento de decir la verdad, de justificar
un comportamiento. Un hombre rechaza a una mujer en el cuarto de un hotel y
ella le pregunta si acaso no le gusta... Hay asuntos que son demasiado
complicados de explicar, que son muy largos para contar; hay asuntos que sólo
dejamos para nosotros mismos. A veces pareciera que nuestra valía dependiera de
una explicación, más que de una decisión; tendemos a aceptar menos los hechos
(las decisiones) que las virtualidades (que las suposiciones). Cada decisión
que tomamos es un hecho que desencadena otros y en cada una de ellas hay
razones suficientes por las que no tenemos que pedir permiso. ¿Quién juzgará a
quién?