Son
las 9 de la noche de un martes de junio de 2014. Vengo caminando sobre la 13
rumbo a mi casa; después de varias calles compartiendo el andén con otras
personas, el recorrido continúa sobre una calle en la que no camina nadie más
y, entonces, aparece él. No recuerdo su cara ni su voz; sólo sus palabras con
las que amenaza con cortarme, si no le doy todos los billetes que tengo…
Después de entregarle todo lo que llevo en mi monedero y de seguir escuchando
su descontento por algunos metros, el hombre se va quedando atrás, entretenido
contando las –por fortuna– numerosas monedas que le he dado, y me digo a mí
misma que, por esta vez, eso ha sido todo… Lo que me invade es la tristeza, la desilusión
por no poder caminar a la hora que quiera, sola, por las calles de la ciudad en
la que decidí vivir; lo que me entristece es limitar mis acciones a horas y
sitios delimitados por otros y no por mí. Un amigo dice que la seguridad de una
ciudad se mide por en qué medida una mujer puede caminar sola a cualquier hora...
Ella en Shakespeare, obra de teatro dirigida
por Manolo Orjuela y protagonizada por Alejandra Borrero (mi musa, si fuera
dramaturga o libretista) y Erik Rodríguez, encara este tipo de situaciones (ante
las que mi caso sería apenas un impase, un dato de estadística), denominadas
como violencia de género. Si bien es cierto que la violencia no tiene sexo, ni
edad, ni condición social, también es cierto que las mujeres resultan ser más
vulnerables que los hombres, en ciertas situaciones amenazantes. Lo difícil de
montar una obra con “responsabilidad social” es terminar construyendo un
documento, un testimonio, más que arte; lo difícil de poner en escena
situaciones conocidas por la mayoría de los colombianos (hasta por mí que no
veo televisión ni leo periódicos) es limitar el sentido de la obra a un ámbito
local e impedir la universalidad a que aspira el arte.
Lo
interesante de Ella en Shakespeare es
que logra trascender lo local, lo testimonial y lo periodístico, a través de la
inclusión de ciertas escenas de las tragedias de W. Shakespeare que le permiten
al espectador construir una distancia frente a las situaciones representadas:
noticias de casos en los que mujeres han sido depositarias de la enfermedad y
la locura de hombres; noticias repasadas una y otra vez por los medios de
comunicación y que ya se han instalado en la memoria colectiva de los
colombianos.
Me
duele el cuerpo y el alma al recordar cada caso de violencia sexual, de
violencia física; me duele cada asesinato y cada cicatriz que ha dejado la
imposición de la fuerza de un hombre sobre una mujer. Me duele el amor que se
convierte en deseos de venganza, me duele cada “no” que se convierte en deseos
de dañar, de “castigar”. Duele la libertad amenazada por un ego desorientado,
desbordado, inseguro, enfermo.
Con
una puesta en escena minimalista, sobria, que deja resaltar las excelentes
interpretaciones de los dos actores, cabe añadir que, pese al acierto de
reescribir nuestras tragedias actuales otorgándoles la profundidad de las
tragedias renacentistas, es necesario preguntarse si el espectador podría
entender la obra en su totalidad sin leer antes el “Programa de mano”, en donde
se especifican, en su orden, cuáles escenas de las tragedias de Shakespeare se
retoman y a partir de cuál evento trágico de violencia contra la mujer en
Colombia se construye lo representado; quizá ciertos detalles podrían haber
sido eliminados y reemplazados con otros menos apegados a la noticia que
difundieron los medios o los mismos familiares de quienes sufrieron los
vejámenes. Por último cabe preguntarse acerca de la pertinencia de incluir la
escena en donde se critican los matrimonios obligados de menores de edad en
algunos países del Medio Oriente, pues sacan del contexto local al espectador
de manera un tanto abrupta; también me inquieta la pertinencia de incluir la
proyección de las escenas capturadas por las cámaras de seguridad, mientras se
perpetraba el asesinato de una mujer a la vista de cientos de personas.
Sigue
siendo difícil juzgar este tipo de obras y sigue siendo difícil hablar fuera de
mi propio cuerpo, de mi propio temor y de mi propia tristeza.
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