domingo, 3 de agosto de 2008

"La gran Joda"

“Señora Aparacida Gomine, todo el mundo conoce su sufrimiento y su angustia. La prensa oral y escrita recuerda diariamente su drama: su marido, funcionario diplomático en el exterior, ha sido secuestrado y envuelto así en acontecimientos de índole política. Señora, no es usted la única que llora. Pero nadie habla de mi sufrimiento y de mi angustia. Yo lloro sola. No tengo sus posibilidades de hacerme oír, de decir a mi vez que “tengo el corazón destrozado y que quiero volver a ver a mi marido”. Su marido está vivo y bien tratado. Volverá a su lado. El mío murió en la tortura, asesinado por el Primer Ejército. Fue ejecutado sin proceso y sin sentencia. He reclamado su cadáver. Nadie me ha oído, ni siquiera la Comisión de Derechos de la Persona Humana. No sé lo que han hecho con él ni donde lo han arrojado. Se llamaba Mario Alves de Souza Vieira, periodista. Fue detenido por la policía del Primer Ejército el 16 de enero de este año, en Río de Janeiro. Lo llevaron al cuartel de la policía donde lo golpearon salvajemente toda la noche, lo empalaron con un bastón tallado en forma de sierra, le arrancaron la piel de todo el cuerpo con un cepillo de metal, porque se rehusaba a dar las informaciones exigidas por los torturadores del Primer Ejército y el DOPS. Los prisioneros llevados a la sala de torturas para que limpiaran el suelo cubierto de sangre y de excrementos, vieron a mi marido agonizando, la sangre que le brotaba por boca y nariz, desnudo en el suelo, ahogándose, pidiendo de beber. Entre risas, los militares torturadores no permitieron que se le prestara el más mínimo socorro. Ya sé, señora, que no está usted en condiciones de comprender mi sufrimiento, pues el dolor de cada uno es siempre mayor que el de los demás. Pero comprenda, espero, que las condiciones que llevaron al secuestro de su marido y a la tortura mortal del mío son siempre las mismas: que es importante darse cuenta de que la violencia-hambre, la violencia-miseria, la violencia-opresión, la violencia-subdesarrollo, la violencia-tortura, conducen a la violencia-secuestro, a la violencia-terrorismo, a la violencia-guerrilla; y que es muy importante comprender quién pone en práctica la violencia: si son los que provocan la miseria o los que luchan contra ella. Su desesperación y su sufrimiento demuestran que su marido era un buen jefe de familia, que usted deplora su ausencia y que su vida es muy importante. También Mario Alves fue un buen jefe de familia, también él me falta. Tenía una hija que adoraba; era inteligente, culto, bueno; jamás hirió personalmente a nadie. Murió por amor a los oprimidos, a las víctimas de la injusticia, a los que no tienen voz y no tienen esperanza. Luchó para que los inmensos recursos materiales y humanos de nuestra patria fueran empleados en beneficio de todos”.

Esta carta aparece en una novela publicada en 1973: Libro de Manuel, de Julio Cortázar.

Entre muchas otras cosas, en esta novela, Cortázar pone en conflicto la idea de la revolución. Esta palabra, que en Latinoamérica ha tenido tantos significados, tiene uno fundamental en la obra de este escritor: el individuo. Hay un hombre (Andrés Fava) que se pasea por parte de la obra cortazariana y que, en esta ocasión, camina por un jardín de senderos que lo obligan a bifurcarse, pero él se niega a hacerlo. Su “revuelta” no puede darse en un solo plano de la existencia; su “revuelta” es suya y de todos, pero sobre todo suya...

Hace once años llegó a mí un librito verde, que luego fue casi blanco-hueso (¿no habrá otra palabra para denominar este color?), y por culpa del cual (gracias al cual) no he podido parar de leer. Hoy el libro vuelve a ser blanco-hueso y vuelve a tener en su tapa un nombre accidentado entre Argentina y París... El libro verde llegó a mí como un regalo –como llegan los mejores libros (a veces regalos directos; otras indirectos, casi en contra de la voluntad)– y se convirtió en una compañía insistente que está sin estar, que está siempre, y también en una manía, en una idea testaruda que puede funcionar como un paraguas, como unas gafas nuevas para vivir el nuevo día que llega, tan pertinaz y la mayoría de las veces tan anónimo: no estamos obligados a aceptarlo tal y como llega, no tenemos que vivirlo como los “famas” o los “Vip” suponen; siempre habrá una posibilidad, por mínima que sea, de hacerlo nuestro, de hacerlo singular e infinitamente irrepetible... El amor, sobre todo, el amor, “y sin embargo”...

La revolución va por dentro, viene de adentro, cuando podemos decir no o sí, sin tener que renunciar a ningún sendero, cuando dejamos de pensar que nuestro dolor es mayor que el del otro, cuando no herimos personalmente a alguien, cuando podemos dejar atrás la mezquindad, los juicios, cuando ya no suponemos nada del otro, cuando nuestra ayuda no depende de cuán bien nos caiga el otro, o de cuánta competencia representa, cuando damos y cuando recibimos, cuando entregamos la posibilidad de la palabra como un don, cuando nos damos a nosotros mismos ese don, cuando un gesto, un tono, acaricia, comprende, ama...

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