lunes, 6 de octubre de 2008

Carta abierta


Ahora que la universidad es un discurso que también empieza a caer, que está cada vez más amenazado ya no solo por las universidades de garaje, sino por los colegios grandes que se creen universidades, por las universidades que aún defienden la época de la Regeneración, por las universidades que cada vez más son empresas y los maestros sus empleados, y los estudiantes sus clientes... Ahora que la universidad se mueve al ritmo de la acreditación, de la “alta calidad”, de los créditos y demás discursos abstractos.... Ahora que mi inconsciente me juega una tramposa partida, vuelvo a algo que escribí hace cuatro años y que hoy es tan vigente como entonces...:

En toda relación vertical hay violentación de las partes en algún momento, la cual sólo cesa cuando las apariencias se develan y se logra establecer reglas claras de juego y ya sé que en cuanto a educación, las reglas son demasiado claras y si alguna de las partes no las acepta o las desconoce, quien tenga mayor poder sacará provecho de la situación. Creer ingenuamente que sólo basta mi saber para ser docente es un enorme error; creer que sólo basta la pasión por el saber, por mi saber, es un error mucho mayor. Los que así pensamos olvidamos que lo que se hace en este trabajo es educar: relacionarnos con otras personas que esperan mínimamente que les ayudemos a descubrir algo que no han visto o que no comprenden.

La sobreexposición aparece cuando el docente no sale de sí mismo, cuando se encierra en su saber y es feliz allí –y no hay culpa en esto– y por más que lo intente, no disfruta de manera grandilocuente de esas relaciones con los más jóvenes. Esta sobreexposición se convierte en un arma de doble filo, pues mientras el maestro se interesa por tratar de explicar aquello que sólo le interesa explicarse a sí mismo, quienes lo observan leen en él mucho más que esto: leen sus contradicciones, sus dudas internas y no les es posible comprender la importancia que ese saber tiene ya para él y que al fin de cuentas, resulta ser él mismo. El maestro sobreexpuesto es un ser compaginado con lo que sabe, con lo que desea saber; hay en él una correspondencia entre su ser y su conocimiento, pues esa es su manera de conocer aquello que lo rodea, de estar en el mundo; en esto reside su dignidad, pero no su saber hacer (cada vez me gusta menos esta expresión).

En la nueva concepción de mundo que surge de la sociedad contemporánea, tiende a desaparecer aquel ser que se ha dedicado voluptuosamente a la investigación, a la lectura, a los libros, a un mundo generalmente solitario y silencioso –pero no por eso menos febril que cualquier otro–, que contrasta con lo que la sociedad termina de alguna u otra forma por exigir. Si se exhibe este mundo es casi siempre por la vía del afecto, del diálogo, de las palabras que no buscan de-mostrar, sino compartir la alegría, la emoción, el entusiasmo que brinda comprender, ir ligando esos pequeños fragmentos que conforman nuestro mundo o nuestra visión de mundo, entrar subrepticiamente en la vida de esos personajes literarios o históricos que nos muestran variaciones del ego y de la felicidad (y cuando no sea así será mejor no leer más).

Hay espacios en los que esto puede ser posible (inclusive espacios académicos), espacios donde la persona no siente el deber de jugar un papel en el que siempre deba ganar o de lo contrario perderá credibilidad y control sobre las situaciones. Se trata solamente de encontrar –también funciona la palabra construir, si así se prefiere– un lugar en el que siempre se pueda jugar a ser otro (alterar nuestros límites conocidos) sin necesidad de mentir.

Nadie puede evitar la vida, sus distracciones y silencios, sus molestias y placeres, ni siquiera el ermitaño, pero nuestra vida no se mide por cuántas cosas nos pasan, ni cuántos obstáculos hemos superado para demostrar nuestra eficiencia y valor ante las nuevas circunstancias, sino por la profundidad o indiferencia con la que vivimos aquello que nos sucede –incluida la ficción que puede haber en este acto–.

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Foto por Jhonny.

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