



Es verano y este no es París sino un pueblo francés con familias, con esposos y sus hijos… Él es albañil, construye casas, arregla casas, las remodela, igual que lo hacía su padre, alguien a quien ahora acompaña a arreglar su funeral, a escoger su ataúd, a escoger que harán con su cuerpo cuando el tiempo aquí se agote, alguien a quien le lava los pies con ternura, con agradecimiento… Él habla y construir casas ahora parece algo más que simplemente eso; él habla de la magia de ver la nada y luego una familia que habita, que da calor, habla de los nuevos dueños y sus deseos de cambiar, de no habitar el mismo espacio que habitó alguien más, habla de las vidas que llegan a eso que sus manos y las de sus compañeros hicieron posible y, entonces, ella lo escucha, ella también lo ve…
Tener una vida, tener una esposa y un hijo, tener una vida vista desde aquí y para siempre y, de pronto, aparece ella, la que no tiene nada, la que no se tiene más que a sí misma y que al verlo a él quiere tener algo más que sólo a sí misma… Ella, Mademoiselle Chambon, ama, él, Jan, también… ¿Cómo nos enamoramos? El violín, la música… Él no sabe quién compone, quién interpreta, sólo sabe que quiere escuchar esa música otra vez; sale del pueblo, se sienta solo y escucha el viento. Su esposa no sabe, no lo ha visto así, pero ella, Mademoiselle Chambon, sí. ¿Qué va a hacer él?, ¿qué hace ella? Hay quienes cierran la puerta, quienes se cierran a sí mismos para que no los vean, para no ver, hay quienes intentan hacerlo, pero no pueden, hay sólo sentir y hacer, o correr…
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