No tener una casa donde llegar, no tener un lugar que se
sienta como propio, debe ser la cara más triste de la orfandad. Ingrid es la
hija de uno de los hombres más influyentes de Sudáfrica, pero su cuarto es el
de los empleados, su lugar en la gran casa es el de quien está allí para
procurar no ser visto. Así, Ingrid se identifica más con los negros
“apartados”, desterritorializados en su propio territorio, marginados,
reprimidos y explotados por blancos quienes –como el padre de Ingrid– pensaban
que ellos eran una raza superior por naturaleza, a pesar de que hacía tan sólo
veinte años Europa se llenaba de sangre por ideas muy parecidas.
Mariposas negras es la historia de una mujer poeta:
Ingrid y de un hecho histórico: el apartheid.
Mientras Ingrid y sus amigos escriben versos y frases que su padre intenta
censurar por su amenaza de contenido revolucionario, los negros protestan en
las calles para poder circular libremente por ellas y para tener poder de
representación en proyectos que sólo a ellos competen. Ingrid escribe un poema
y Nelson Mandela lo lee como parte de su discurso de posesión presidencial casi
treinta años después. La literatura, las palabras transforman silenciosamente
los pensamientos, la cotidianidad; el dolor, la rabia, la neurosis, la
esquizofrenia de una persona, pueden traducirse en el ansia de libertad de otro,
en la acción de otros.
El cuerpo blando de Ingrid se estrella, una y otra vez,
contra la roca que es el cuerpo de su padre; el corazón de Ingrid busca un
lugar en el de su padre, pero sólo encuentra reprobación de sus conductas. El
cuerpo blando de Ingrid es una fiera hambrienta de amor, de aprobación, de
sexo, de libertad. Ingrid escribe en las paredes, en papeles con historias de
fiestas, de alcohol, de hambre, en sus puntas. Ingrid empujando el columpio de
su hija hasta el anochecer, porque no hay otro lugar a donde ir. Ingrid
escapando de su padre y de su esposo. Ingrid destruyendo la única casa en la
que podía estar segura. Ingrid destruyéndose a sí misma. En el exterior, una
bala se incrusta en la frente de un niño; en el interior –el suyo–, las agujas
se incrustan allí donde ya no puede nacer la vida.
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