domingo, 10 de abril de 2016

Todo comenzó por el fin:



Hace tiempo no me emocionaba tanto con el estreno de una película. Como en cualquier documental, pensamos que saldríamos antes de dos horas. Cuando han pasado dos horas y media, la gente empieza a salir de la sala (quiero creer que es porque tienen otros compromisos y no porque les molesta que hablen de marihuana, cocaína y sexo), aunque la gran mayoría nos quedamos. Después de tres horas y treinta minutos, la película termina. Es triste pensar que, en este país, películas como esta que ha realizado Luis Ospina casi que tienen que rogar por conseguir un espacio de exhibición. En Cine Colombia, le han dado seis funciones; en otra sala algunas más. Eso es todo para una película que, creo, marca a toda una generación, es el testamento “vivo” de tres hombres, de un grupo sin el cual no se podría entender gran parte de la literatura, el cine, el teatro y hasta la televisión de este país.

La insoslayable figura de Andrés Caicedo, la querida figura de Carlos Mayolo, la imponente figura de Luis Ospina, y todos aquellos que han estado o estuvieron junto o alrededor de ellos en todos sus proyectos. Un apartamento en donde se reúnen a comer, a beber, a conversar y, sobre todo, a recordar, hombres y mujeres que han creído y trabajado en el arte, que han celebrado la vida en cada proyecto, en cada amor, en cada rumba. Ospina a punto de morir, pero quedando como el único sobreviviente de un trio que se atrevió a hacer algo diferente en una Cali de los años setenta del siglo pasado, a realizar su arte en la manera en la que creyeron que debía hacerse.

Crecí en Cali, en un momento en el que Caicedo –a quien no me enseñaron en el colegio– no tenía la consagración nacional ni la proyección internacional que tiene cada vez más desde hace algunos años, pero cuya obra atrapaba rápidamente a “jovencitos” que, como yo y como tantos otros, nos sentíamos incómodos, fuera de lugar y de tiempo. Algunos, con ánimo de subvalorar, llaman a la literatura de Caicedo una “literatura adolescente”, pero el adjetivo no la demerita; al contrario: esa claridad de hablar de esos personajes y solo de ellos muestra la coherencia de la obra de Caicedo ante la angustia, la ansiedad, por tantos cambios sociales, políticos y económicos que se estaban viviendo. Ahora, más que nunca, entiendo que la sociedad apenas soporta, sin mucho ánimo, a los “eternos adolescentes”, que escoger no casarse ante un sacerdote, no tener hijos, no comprar una casa ni un carro, no tener un trabajo de oficina ni de ocho horas diarias, sigue siendo un reto y una enseñanza de esas comunidades hippies y de todos aquellos “revolucionarios” que han trasegado y trasiegan cerca de nosotros. Pesa el mundo cuando hay que cederle tanto de nosotros mismos; Caicedo decidió no ceder más, Mayolo le hizo el quite todo lo que más pudo y Ospina, por su parte, lo ha conseguido con dignidad y hasta con elegancia.

Ahora que lo pienso, Mayolo marcó mi ojo, antes que Caicedo y Ospina. Lo primero que vi de él fue Azúcar y sé que aquellas imágenes me abrieron un poco más la manera de observar el mundo. Siguiendo los pasos de Caicedo, también trabajé en un cine club en Cali y asumí ver cine como parte de mi educación más vital. Mis maestros eran dos estudiantes de últimos semestres de psicología a quienes les interesaba más el cine que Freud; el cuerpo de uno de ellos fue hallado colgado de una de las vigas del techo de su casa. Cómo no pensar, entonces, en Caicedo, en esa juventud que yo también estaba dirigiendo hacia el cine, hacia el teatro y luego y hasta hoy hacia la literatura... Ospina llegó más tarde y sus documentales, su forma de ordenar y de hacer visible la memoria de lo invisible, son el amor que más ha durado, como él mismo.


La rumba, el amor y el arte (y los buenos amigos y no sé si en ese orden) han “salvado” al Grupo de Cali, a los que siguen aquí, a todos los que llegaron y se quedaron en Bogotá huyéndole a tanta salsa y tanto narcotráfico, aunque cada cierto tiempo sientan la necesidad de regresar sus pasos fijando nostálgicas imágenes. No los culpo; a veces, a mí me dan ganas de hacer lo mismo. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué hermosura de reseña. Debo ver el documental. También fui alguien que se sintió fuera de lugar y Caicedo me atrapó.

Saludos.