viernes, 13 de julio de 2007

"Caja negra"

El viaje actúa en sentido vertical y horizontal; si x= v.t, el espacio se convierte en el tiempo que se consume a la velocidad de nuestra llegada o partida de un lugar incierto. Dentro de un auto, con personas desconocidas o conocidas a nuestro alrededor, nos sentimos especiales, dueñas de una especie de código que nos ayuda a comprender los hechos a distancia: alejarse es siempre un acto de objetividad que nos permite ver los hechos desde otras perspectivas, a veces como un todo y casi siempre como una fragmentación que nos deja sumidos en una especie de territorio en el que lo que suele primar es la sensación de espejismo; como cuando llamamos a alguien desde un lugar muy lejano y nos asalta el temor repentino que aquella persona no reconozca nuestra voz o que en realidad el número telefónico no exista. El viaje es una imagen de la soledad y por eso es que el mexicano Juan Villoro puede escribir un cuento como "Coyote" –el cual hace parte del libro La casa pierde. En él hay un hombre que sale de viaje con un grupo de amigos en busca del peyote, de una experiencia que los devuelva un poco a un estado anterior o que los reconcilie con las imágenes de sí mismos que se han ido transformando en sus relaciones y en los años transcurridos desde su primer encuentro, pero este hombre se pierde en el desierto; cuando sus amigos lo encuentran, lo que importa no es ese reencuentro sino lo que el hombre ha vivido en su soledad, la manera de aprehender el desierto y de saberse solo ante sus peligros. Regresar al lado de la pareja no es tan importante como saber que ha sido capaz de defender su vida ante un animal salvaje; no se trata de retratar una experiencia mitológica o prehistórica, sino una manera de emparentar a todos los seres humanos con la visión que deja en cada uno de nosotros la experiencia universal que es intransferible y absolutamente individual; no, no es una apología de los realitys de supervivencia, es sólo un afianzamiento de la relación profunda que cada uno lleva consigo mismo.
La imagen perfecta de la libertad es de autoría de un argentino: Julio Cortázar, en un cuento llamado "Historias que me cuento" –y que hace parte del libro Queremos tanto a Glenda-, donde hay un hombre que antes de dormirse inventa historias en su cabeza en vez de contar ovejitas; en una de esas historias él es un camionero que tiene una aventura con una mujer quien en el mundo real es amiga suya y de su esposa; es de noche y el camionero lleva su carga, fuma y escucha jazz, apartado del mundo, es decir, de todos aquellos que lo conocen, de aquellos que en ese preciso momento no saben donde está –por supuesto, en los cuentos de Cortázar aún no hay teléfonos celulares- ni podrían saberlo. Esa imagen es perfecta por dos razones: la primera por el desligamiento del personaje hacia cualquier rostro que lo ate hacia algún tipo de papel o relación permanente; la segunda porque esta imagen resume mejor que cualquier otra la importancia del viaje como tal, es decir, es el viaje, no de dónde se parta o a dónde se llegue, sino el simple viajar, desplazarse, trasladarse, no estar en un lugar determinado, no permanecer, poder renunciar a establecerse, con todo lo que esto conlleva (relaciones, vivienda, obligaciones, responsabilidades, quietud); este viaje es sinónimo del movimiento perpetuo, el olvido de la organización mental, el llano estar, que al fin de cuentas, es el estado perfecto del alma, cuando logra desatarse –de cierta manera- de su pasado y de su futuro y a la vez eliminar el presente, pues uno puede pasearse libremente por su mente, como quien pasea –literalmente- sobre ruedas, por alguna carretera que conduce a cualquier lugar; en este punto todo es real y a la vez nada lo es, pues jugamos con nuestras imágenes mentales sin tener que mantenerlas en sus circunstancias reales, y paralelamente, entramos en relación con el espacio-tiempo inmediato, pensando sólo en el momento (su devenir) y no en sus consecuencias...
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Photo by Jhony.

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