viernes, 3 de agosto de 2007

De la precariedad del mundo

Releer un libro que nos ha gustado mucho puede tener las desventajas de lo que ya se ha convertido en pasado, de aquello que ha dejado de sorprender. Volver a leer El disparo de argón tiene el encanto de las cosas que se olvidan y que regresan como una forma del descubrimiento, de la entrega adolescente e íntima, del morbo de la enfermedad ajena y propia. No recordaba la mayoría de los detalles, sólo un ojo vago, un nosocomio y un barrio demasiado enclaustrado en sí mismo. Ahora Mónica aparece trayendo nuevos signos en un listón rojo amarrado a un cuello frágil; el doctor Balmes como un cuarentón demasiado pegado a su adolescencia, que otorga licencia para tratarlo como a un antiguo testigo; la idea que atrae como una tarde de largas caminatas: la vida que nunca sabremos si es la que debimos vivir, el camino que tal vez nunca elegimos, los destinos que se vuelven sombra de tanto pensar en ellos.
“Con la lógica artificial de todo destino que se piensa hacia atrás”, pienso en las decisiones que me han llevado a articular palabras, a cansarme de las fórmulas que he aprendido para hablar de lo que desvela sus contradicciones en el preciso momento en el que este acto se convierte en testimonio. Reanudar es darse cuenta que somos los mismos para los otros, que aquello que se ha asumido como un hecho no puede mover en un ápice el mundo del que salimos. La vida envuelve sus causalidades en nuestras pequeñas ficciones, en la forma en la que observo el libro cerrado, la mirada sesgada de la ilustración y recuerdo, reanudo, mis pasos flotantes, ingenuos sobre el asfalto.

______________________________
Photo by Gonzzo.