martes, 24 de febrero de 2009

La colección Ganitsky Guberek:



Es un día entre semana. Dejo a mi mamá en el centro de Cali y cojo camino hacia el río, hacia La Tertulia. Un hombre me ha dicho que no lo haga, me ha advertido que no entenderé lo que voy a ver. No me importa; lo intentaré. El hombre no sabe que yo, sin decírselo, he buscado las pinturas en los libros (aún no sabía qué era Internet), las he visto, he intentado copiarlas y he logrado uno que otro trazo... Llego a La Tertulia y entro en la sala en donde se exhibe la obra de Luis Caballero; hay un políptico, una obra dividida en cinco partes que me envuelve, que exige de mí todos mis sentidos, que me atrapa en su angustia, en su soledad, en su deseo, en su desazón y en su violencia. No hay rostros, no hay nada conocido; sólo son figuras humanas, las figuras que Caballero pintaba en los sesenta... Cuando llego a Bogotá hay dos exposiciones de Caballero, una en la Casa de la Moneda, otra en la Galería Vásquez –creo–; no sé si sea cierto, pero me recuerdo sola yendo a esas exposiciones, recuerdo mi conmoción cuando vi el telón. Esta vez no había políptico, pero sí una gran tela que no me dejaba mover... Entre las cosas buenas de la U. Distrital está el que me permitió explorar mis curiosidades, mis intereses (que cada vez se hacen menos y cada vez ocupan más espacio), mis fantasmas. Una profesora, a la que le decían La Loca, me permitió hacer un trabajo sobre Luis Caballero, escribirle poemas a sus pinturas... Las palabras de “censor” estaban lejos...

No hay otro pintor en el mundo que me diga tantas cosas, que me haga sentir tantas cosas como Luis Caballero, y a pesar de que ya casi no visito los museos, de que ya casi no vea libros de pintura ni de fotografía –no sé por qué–, cuando vuelvo a ver una pintura, un dibujo de él, no puedo dejar de sentir emoción, de quedarme sin palabras (“gemir es mejor”). Esta es una forma de darle las gracias al hombre que no confió en mi capacidad de observadora, que me regaló el amor por el arte, que llenó mis días de guardagujas, moscas, locos, magas y Oliveiras...

La exposición Ganitsky Guberek estará hasta abril en la Casa de la Moneda. Es la colección de este matrimonio judío que se enamoró del arte colombiano y al que no le parecía una mala inversión comprar obras de arte. Junto a Caballero están otros nombres que vinieron después a mí: Santiago Cárdenas (comprendo, por fin, mi gusto por Hopper), Saturnino Ramírez y Óscar Muñoz (falta Darío Morales, porque con las obras de estos dos últimos artistas tuve mi primer acercamiento a eso que en mi infancia aún no entraba a ser parte de mi léxico: el erotismo); en todos predomina la línea sobre la mancha, el dibujo sobre el color. Hay una frase de Marta Traba que me ayudó a entender mi preferencia por la obra de estos artistas: “El dibujo es la forma de reconectarse a una sociedad concreta”. Claro, no es que el dibujo sea concreto y la pintura abstracta; el dibujo es abstracto, la línea es ya algo abstracto, pero el dibujo para estos artistas vino después del regocijo por el arte abstracto y por el pop art. Yo no entiendo el arte abstracto, aún no puede decirme nada; tal vez soy demasiado figurativa, pero ver las obras de estos artistas me hace sentir cosas que no puedo explicar del todo. Me alegra la vida saber que puedo visitar un museo y salir con imágenes en la cabeza, viendo con ojos compañeros lo que hay afuera, y compartirlo contigo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Paula: Sus comentarios alrededor de la Colección Ganitsky son muy perceptibles. Confirma usted lo que nos propusimos: hacer de la antología una lección de arte moderno. Para su satisfacción, la Colección itinerará por todo el país durante los próximos tres años. Cordial saludo
Fernando Rodríguez.
Curador