viernes, 10 de abril de 2009

La pista de hielo

Definitivamente no es una moda, no es sólo el tema predilecto de los congresos de literatura latinoamericana. Aunque prefiera Putas asesinas, Estrella distante y ahora La pista de hielo a Los detectives salvajes (pero no a 2666), Bolaño es Bolaño. Bolaño es un nombre propio dentro de la narrativa latinoamericana, Bolaño es un nombre que me llevé a Armenia el año de su muerte, el año de su desafío al tiempo, un nombre que no fue posible encontrar en las tardes veraniegas caleñas o en las primaverales del Quindío, pero sí en las otoñales bogotanas...

El primer recuerdo literario que tengo de Bolaño es la imagen de un hombre, que se hace llamar poeta, sobrevolando el cielo chileno mientras escribe poemas efímeros; la imagen de un hombre, que se hace llamar poeta, que pega fotografías infames en las paredes de su cuarto... El segundo recuerdo literario de Bolaño es la imagen de un hombre muerto que cae en las manos de un necrofílico y de otro hombre, un futbolista, cuyo compañero negro se encierra en el baño antes de cada partido para invocar las fuerzas de cien dioses que permitan que el balón llegue donde ellos desean... Y el tercero es este: una pista de hielo, una hermosa patinadora, una Botticelli sobre dos líneas de metal...

Cuando tenía siete años, mi tía trabajaba en un club cerca de Fusagasugá. Mi prima y yo nos turnábamos para acompañar a mi tía cada fin de semana. En las mañanas, muy temprano, el club estaba vacío; tenía a mi disposición piscinas, el lago, la casa de muñecas, el laberinto y la pista de hielo. Cuando pienso en esos lugares me siento como Alicia... A los siete años, un lugar como éste era el paraíso y para mí lo fue... Entrar en la pista era entrar en una caverna fría; ponerme los patines era una tarea compleja para mis siete años y mi inexperiencia. Recuerdo muchísimas caídas y mis manos rojas y ateridas... Recuerdo sentirme más pequeña de lo que era, recuerdo el techo altísimo y la oscuridad...

Hay un asesinato y amores no correspondidos, y también, por supuesto, hay un epígrafe: “Si he de vivir que sea sin temor y en el delirio”. Gaspar Heredia y Caridad, dos personajes sin timón y en el delirio y en el amor... Una pista de hielo en medio de una ciudad Z en pleno verano, un hombre que escribe historias sobre perros y es un “rey Midas” de los negocios, dos viejos amigos que ya no lo son, que ya no escriben poemas ni comparten palabras, una mujer que se vuelve locuaz justo antes del orgasmo, una mujer con muchas posibilidades y poquísimas certezas, un hombre que se olvida de la política para levantar un palacio en ruinas, para levantar una ilusión en ruinas... Seres que no necesitan por elección y seres que necesitan sin elección, una ex esposa aún deseable y una soledad que ya no tiene puerto... El verano termina, el camping cierra hasta la próxima temporada. La amistad como el amor es intangible, la amistad es llamar a alguien que lo necesita, o limpiar un cuchillo cuando es necesario...

2 comentarios:

Gabriel Umaña dijo...

Has tenido buen contacto con quien, disfrazado de poeta, sobrevuela los cielos de Chile y también de Lationamérica. Aún no tengo ocasión de leer este libro, pero a partir de tu recomendación tendré que hacerlo.
Me encuentro y me sumerjo en las tardes otoñales de Bogotá y te leo, a tí, Alicia en el paraíso.
Saludos,

Anónimo dijo...

Paula, cuántos recuerdos... Mi memoria en cambio es reciente, mi niñez está borrosa... Saludos,
Ana María