martes, 21 de julio de 2009

“Se va el tren...”


Es un sábado a las 8:30 de la mañana. La estación está casi en ruinas; han acondicionado un salón en el que se puede esperar el tren y tomarse un café, también ir al baño; el hall está en remodelación, pero hoy parece una sala de conferencias porque todos los jubilados celebran el día de la virgen del Carmen; un anciano le señala a su nieto el lugar donde trabajaba y lo que hacía allí. El dedo señala un cuarto en ruinas en la parte trasera de la estación y unos ojos lo miran incrédulo. Vamos hacia allá; hay dos máquinas abandonadas; la maleza crece alrededor de ellas y las latas, los hierros, se pudren poco a poco... Armando pone su cámara para que dispare fotos en color sepia; la de César lo hace en los colores del presente. Para mí la nostalgia es la misma. Subimos a los trenes, vemos lo que debió ser la cocina, los camarotes, el pasillo... Escuchamos aquel sonido que reconocemos de inmediato; vemos el humo que se mezcla con el color gris que tiene hoy el cielo. Ahí están los hombres que alimentan la máquina con carbón, el engranaje que empieza su recorrido y, por si fuera poco, una trompeta que trae sonidos de jazz para el oído de César... Juan Felipe escucha lo que para él debe ser un estruendo, el sonido más fuerte que ha escuchado en su vida; luego nos mira a nosotros buscando confianza y la encuentra... No se sorprende, no llora, no quiere correr; sus ojos siguen los movimientos del tren... Allí están las dos máquinas, el turistren: el motor diesel y la máquina de vapor; también otros armatostes que no sé que son... (Ni idea por qué salió en verso)...

Después de una hora de espera, el tren por fin llama a abordar; estamos emocionados y contentos. El cuadro se completa con la papayera que despide a los pasajeros...

Siempre he querido viajar en tren. Desde hace diez años, cuando llegué a esta ciudad, había querido hacer este paseo. Algo siempre se presentaba como óbice, algo siempre lo postergaba. La amistad ha hecho de esta espera una certidumbre, la amistad lo hizo posible...

No sé qué es lo que vemos cuando miramos el tren pasar. No sé qué sucede cuando suena el timbre y los carros se paran para dejar cruzar el tren. No sé qué pasa cuando escuchamos ese pito a lo lejos... Por donde pasamos siempre encontramos miradas de asombro, de alegría, de nostalgia, siempre encontramos una mano que dice adiós, con la nostalgia y la esperanza del que ve partir... “Se va el tren...” y aunque no se va tan lejos (sólo hasta Zipaquirá), su sonido, su presencia que se resiste a desaparecer, nos recuerda algo que tal vez nunca tuvimos, pero que siempre esperamos; en tren viajaron mis papás, mis abuelos y bisabuelos, y me cuenta mi mamá que también yo cuando tenía dos años... Ese tren que imagino cuando veo una carrilera, es un tren del pasado, un tren que construyó, que deseó, que fue olvidado, aún no entiendo por qué, y que hoy se mantiene como una atracción turística acompañada del desayuno con tamal y chocolate...

Son las 4:00 de la tarde. Han volteado las sillas y la máquina de vapor está del otro lado; aún no entiendo bien cómo lo han hecho... Aquí vamos de nuevo...
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Fotos por Armando.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Entiendo totalmente. Me produce una extraña nostalgia, se puede extrañar lo que no se conoce?
Saludos.