viernes, 9 de julio de 2010

Cartografías literarias: Capurganá





Hace tal vez quince años escuché este nombre por primera vez en la televisión, lo pronunciaba una actriz de telenovela; las imágenes eran hermosas: me hablaban de un paraíso rodeado de verde, verde agua y verde selva. Lo escuché de nuevo hace cuatro años, cuando me acerqué a la obra de Tomás González y su Primero estaba el mar… Imaginé muchas veces la llegada a Turbo, el abordaje de la lancha, la suciedad de las aguas, el olor a putrefacción, el calor húmedo, y luego el mar en toda su inmensidad, en toda su infinitud, en su nada y origen de todo… Entrar en el mítico Darién, atravesar la difícil zona del Urabá, la ya histórica región del banano, de la violencia, de la muerte, y luego dejarla atrás (“salvaguardada” por un numeroso ejército sentado al borde de la carretera, o sobre hamacas, entre las risas con las muchachas de la zona, los niños que corren alrededor, los jornaleros que salen de las matas de plátano), y surcar el golfo hasta ver el verde agua, el azul agua, y el verde selva…

Caminar sobre las calles empedradas, ver los caballos, los coches –ninguna moto cercana, ningún automóvil–, observar de lejos la pequeña playa, el color de la arena que ya es la del cercano Pacífico, la transparencia del agua…

En Capurganá, la gente no se reúne alrededor de la iglesia ni de la casa de gobierno; la gente del pueblo se reúne en la cancha de fútbol, junto a los bailaderos, las sillas se ponen afuera y el cuerpo baila, el brazo el extiende y el licor llega… Los paisas dicen que es difícil encontrar entre los habitantes propios del lugar, personas a quienes les guste trabajar; los nativos dicen que los paisas quieren decidir sobre un territorio que solamente les pertenece a ellos; los indígenas Kuna se ponen su uniforme de soldados y las indígenas abandonan en las calles sus blusas de molas… Como dice Abad F., esta es la otra forma de la colonización antioqueña: de las montañas hacia arriba aún se encuentran el blanco y el negro, aún miden sus fuerzas, aún intentan convivir y muchas veces lo logran; sin embargo, allí están, por todos lados, las formas de resistencia de ambos lados, las formas en las que deciden su propio camino, en las que defienden su particular manera de orientarse en el mundo. El pescado se sirve con patacón, arepa y fríjoles, la mayoría de turistas vienen de Medellín, y en las calles se venden bollos y cocadas…

A quince minutos en lancha está Panamá y en lo alto de la montaña el obelisco que marca la frontera: del lado de allá (La Miel) escaleras en asfalto; del lado de acá (Sapzurro) algunas tablas de madera y sogas sostienen el camino… Sapos, cangrejos azules y pájaros acompañan las rutas; la bahía parece una piscina gigante y yo me subo contigo a una bicicleta para dos aunque sea para cuatro…

Llegamos a un Cielo de agua dulce, una cascada que ya hemos visto en una foto que queremos mucho; tomamos varias, pero ninguna parece atraparla, así que sólo disfrutamos del agua que cae, que golpea, recoge y lleva, viaja…

Puedo quedarme quieta, frente al mar, por mucho tiempo, puedo ver en mis pies cómo sube la marea, puedo escuchar los pájaros en los árboles y la oscuridad que va llegando despacio; puedo quedarme sentada aquí escuchando los pájaros cada mañana mientras me baño, mientras no me da pereza ni frío abrir la llave, meter la cabeza y salir luego a ver el sol o la lluvia que se impone con la misma fuerza…
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Fotos por César y Paula.

1 comentario:

Ricardo Astrauskas dijo...

Guauu, espero que ahora que estoy en Medellin aproveche a ir por alla, suena deli