miércoles, 7 de julio de 2010

La noche navegable:

A los 24 años, Juan Villoro publicó éste, su primer libro de cuentos, en Ciudad de México. La cuentística de Villoro ha llegado a mí, “con la lógica artificial de todo destino que se piensa hacia atrás”; la edición de Joaquín Mortiz (2005) llega a mis manos treinta años después de su primera publicación, como un regalo de cumpleaños… Leer hacia atrás es descubrir sin asombro, pero con absoluta empatía, la genealogía de la obra de este escritor mexicano al que tanto admiro y aprecio.

Encontré en La noche navegable los cuentos (“Huellas de caracol”, “Yambalalón y sus siete perros”, “El mariscal de campo”, “La ciudad peligrosa”) que luego harían parte de sus libros “infantiles” (sobre todo, de El libro salvaje, 2008) y que dejan ver su fascinación por el fútbol (fascinación que no comparto, pero que a veces echo de menos como se puede echar de menos aquello que no podemos disfrutar, que no nos nace disfrutar, la sed con la que otro bebe, etc., etc.); es curioso que en este libro aparezcan mezclados estos cuentos con otros más “adultos” (como pueden ser los adultos de 22 o 23 años), sobre todo, porque luego ya no volverán a aparecer así y la narrativa de Villoro tendrá que encontrar su espacio “infantil” y su espacio “adulto”. Es así como en 1985 aparece su primer libro para niños (Las golosinas secretas), luego vendría el simpatiquísimo personaje de El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica (1991) y un viaje que cambia –o ratifica–, define, un destino –como lo hacía también para mí, mi viaje de ese entonces–, y después la para mí sorprendente historia de Autopista sanguijuela (1998).
La lectura de este último libro me hizo cambiar mi forma de ver la literatura y me hizo cambiar mi visión de la docencia de la literatura; en un colegio con pocas sillas y muchos niños, niños con pocos cuadernos, pocos lápices y muchas ganas de aprender, ese libro de Villoro logró que su historia en mi voz hiciera realidad un poco del “optimismo de la voluntad”… Me fui de allí hace mucho, pero no tanto como para olvidar lo que significaba llegar con el libro de tapa roja a un salón de pizarrón verde y tiza de colores… Y aquí es necesario también nombrar a Rosero Diago, quien me enseñó que no hay diferencia entre escribir para niños o escribir para adultos… Me gustaría preguntarle a Villoro lo mismo, saber qué significa para él escribir para niños…

Gracias a mi sobrino, ahora leo más libros para niños que antes, que siempre; en mis años de niñez sólo conocía a Bambi y a los hermanos Grimm, después, mucho después, a Wilde y luego, luego, luego, a Villoro. Los libros de la biblioteca que visito con mi sobrino están al alcance de sus manitas, tienen las hojas ajadas, rotas, sucias, rayadas, reparadas con cintas de todos los tamaños; es inevitable y los bibliotecarios lo saben… Gracias a mi sobrino sé que los libros para niños son menos bambis y más mamás, papás, hermanos que nacen, colegios que atemorizan, casas que se quedan vacías, viajes que transforman… Así también los libros de Villoro; sus protagonistas son niños y sus viajes, sus aventuras los convierten en otros, los hacen más ellos mismos…

Hay una palabra que quiere escribirse: ingenuidad (de espontaneidad, de sencillez)… La siento al pensar en mi lectura de este primer libro de Villoro; sus personajes a la distancia de sí mismo, sus personajes sin esposa, sin hijos, sin profesión, sin muchos recuerdos, sus personajes estudiantes, viajeros tipo turista sin mucho dinero, pero con ganas de recorrer, de ver, de escuchar a su grupo de rock favorito, con el recuerdo de una novia lejana en la cabeza, o de una novia deseada en una muchacha apenas entrevista, o de una chica tal vez en peligro al otro lado de la acera, o de la muchacha que empieza a ser ajena en los brazos de un amigo, o la que empieza a sentirse propia y se va de los brazos de otro amigo…
Personajes con el triunfo como sueño irrevocable, concentrado en una patineta, en un balón de fútbol o en las luchas a muerte creadas al entrar en la tina. Entre pertenecer y no pertenecer se define la identidad de estos personajes, la identidad resuelta a veces en una traición, en un acto pusilánime, mezquino, la identidad cuestionada y afirmada en la distancia de un país extranjero (“Un pez fuera del agua”, “El verano y sus mosquitos”, “El cielo desnudo”, “La época anaranjada de Alejandro”), en Europa o en Estados Unidos, con una acción arriesgada, abandonando los pocos prejuicios de la juventud, o impertérrita, estoica, tanto como puede ser estoico quien aún no puede ver otra alternativa; la distancia que separa al niño del joven-adulto es la capacidad de ver triunfos, de sentir cerca la victoria, de creer en ella. El último cuento del libro (“Comando de fantasmas”) exhibe a este personaje cuyo signo de crecimiento es ver en todo siempre lo mismo y expresar su descontento con un postizo “puaj”… Allí, con ese gesto de descreimiento, de desapasionamiento, empieza Albercas, el siguiente libro de cuentos de Villoro...

Sé -quiero creer que sé-, porque yo también leí Rayuela como un libro metafísico, como un libro, el único que podía mostrarme una senda de claridad o, al menos, de ceguera merecida, que “Después de la lluvia” es la voz de Villoro buscando a Cortázar, es una declaración de rendición ante un influjo que de ninguna manera se intenta ocultar; supongo que habrá otras voces (la de Agustín, a quien aún no termino de leer, por ejemplo), pero no las conozco tanto como la de Cortázar, mi primer amor literario, ese que nunca se olvida (los otros tampoco…)… Sé también que mi cuento favorito es “La noche navegable”, que alguna vez estaré sobre Monte Albán y dejaré que oscurezca para empezar a descender, para empezar a sentir la noche como un gran mar a través del cual avanzo y veo cómo los demás se convierten en barcos… “La noche navegable” como un viaje incidental que se vuelve un punto de giro, un puerto de adioses y, como diría Cerati, de nuevos crecimientos…

1 comentario:

Ricardo Astrauskas dijo...

Me gustaria tener ese amor que tienes por la lectura, saludos