domingo, 21 de noviembre de 2010

María Pagés: bailar con los brazos






Esos tacones que están de moda, esos que usó mi abuela, esos zapatos en los pies de cinco mujeres, bailan, suenan, tienen ritmo. El teatro es muy grande y nosotros somos pocos, pero allí está una de las mejores Compañías de flamenco: la de María Pagés. La llaman la bailaora de brazos infinitos y es cierto; cuando ella los mueve, los brazos no tienen fin, son puro movimiento, baile, emoción, arte. Los abanicos (ahora entiendo por qué Locomía…), las castañuelas (mis diez años y lo difícil de hacerlas sonar), los chales; las manos hablan, cantan, también bailan…

Todo recuerda a Sevilla, todo recuerda a Carmen, a Saura, pero hay algo más: ¿cómo bailar un tango con zapatos de flamenco?, ¿cómo bailar una pieza de música "clásica" con zapatos de flamenco? Sí, sí se puede, Pagés dice que el flamenco es universal. Muchas veces me he preguntado por qué mi fascinación por Andalucía, por sus pueblos blancos, por su aire mediterráneo, por su música, por el vino, por la comida, por todo el viento que no he sentido, por los olores que no he tenido… Este sur que no es el norte, este sur que logró lo que nunca antes, lo que nunca después: judíos, árabes, gitanos y españoles, por muchos siglos, por muchos nombres; una imagen de la civilización, del universo.

La voz que canta sale del alma, de lo más hondo, de un hueco que no termina, la de ella y la de él, la guitarra, la caja, las palmas, los tacones sobre las tablas, la imagen de unos zapatos, cinco pares: cuatro femeninos, uno masculino; el telón baja y sólo se ven las formas de luz, los zapatos de luz. Nada de cuerpos, nada de rostros, nada de manos, sólo los zapatos, los tacones que suenan…

Ellas son hermosas y la textura de sus vestidos acompaña la curva de la cadera, del pecho, de los brazos, la fuerza de los pies, del cuerpo; ellos son la cadera que se mueve, el pecho que se eleva. Los brazos de ellos y los de ellas nunca se tocan, los cuerpos nunca se rozan, no hay abrazos, no hay acercamientos, los brazos no ciñen, no estrechan al otro cuerpo, pero sí lo acercan, lo enamoran, lo seducen, juegan, coquetean, se atreven…

Ella, María Pagés, es la mujer, la maestra, la creadora, la que se va y regresa, retorna a Sevilla, a hablar de sus calles, de la rumba, de las bulerías, de un sueño, de una realidad, de una postal y de lo vivo que hay en ella…

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