domingo, 28 de agosto de 2011

Cartografías literarias: Envigado







Aquí estuve hace un par de años, recorriendo sus habitaciones, mirando los libros en las pequeñas vitrinas, leyendo los letreros en las paredes, oliendo cómo huele una casa de principios del siglo XX, tomando tinto. Ahora, llego al anochecer. Las luces se encienden, la música suena, las personas conversan; para mí, no hay nada mejor que ese momento del día, donde tantas cosas toman forma, donde tantas otras comienzan o terminan. Doy una vuelta por la librería, pero no me decido a comprar nada. Me siento en una de las mesas y sólo quiero estar allí, en silencio, y tomar una bebida caliente, mientras llega el momento.



Me pregunto por las palabras y sus efectos: desde una dicha al azar en una conversación, otra en un mensaje, un poco menos al azar, otra en una conferencia, otra en un texto. Mis palabras y sus efectos, mis deseos y sus efectos.



Aquí, en Otraparte, me siento como si estuviera en un lugar hecho para mí, yo misma tan de otra parte, tan de tantas partes, tan de ninguna. Allí, en ese lugar sin tiempo en medio de Envigado, me reciben como la “bogotana” y yo los dejo hacer, los dejo pensar, casi hasta el final…



Es bello que nuestras palabras lleguen a alguien, que ese alguien las comprenda –a su manera–, que sienta que transforman su vida, que entiende algo (para su vida) que antes no podía. Entiendo que mi labor es recrear mundos, hacerlos vivibles para otros, hacerlos perceptibles para otros; entiendo que mis palabras no son las de los conceptos de los libros sino aquellas que pueden transformar vidas, abrir pensamientos.



La revelación se produce allí, en una de las puertas rojas del primer piso de la casa; luego el camino de piedra, los ruidos de los insectos, un búho que vuela entre los árboles (también podría ser un murciélago), la lluvia que ha dejado de caer, la música apenas perceptible, las palabras que traducen afecto, agradecimiento, que me cuentan que Tomás González estuvo por allí, hace muchos años, que saltaba la cerca y se metía entre las ramas, entre el verde que nos rodea, que estoy en medio de esa hermosa novela titulada La historia de Horacio. Hay más palabras, palabras que unen en torno a la figura, a la vida, al pensamiento de un hombre que durante la primera mitad del siglo XX no vivió sino para dejar las huellas de sí mismo en cualquier lugar donde estuviera: Fernando González…


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Fotos por Paula.

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